MAMBO (Las Afueras, 2025) es la segunda novela de Alejandra Moffat (Chile, 1982), más conocida por su trabajo como dramaturga, y está localizada en el sur de Chile en los años ochenta, durante la dictadura de Pinochet. La historia está protagonizada por una familia formada por el padre, la madre y las dos hijas, Julia y Ana, aunque usan nombres falsos, ya que viven clandestinamente, huyendo y escondiéndose del aparato dictatorial. Ana, la menor de las hermanas, es la narradora y protagonista, y relata la vida de su familia, siempre alerta y siempre preparada para huir, algo que deben hacer en un par de ocasiones. También habla sobre los paseos nocturnos de su madre o los dibujos extraños de su padre, todo ello impregnado por el ambiente opresivo de orden y control del que ella es testigo.

La novela está dividida en tres capítulos, cada uno compuesto por breves textos que simulan fragmentos de un diario o las piezas de un rompecabezas. Comienza con Ana narrando su propio nacimiento en el momento en que su madre se puso de parto. Una vez en el hospital, una enfermera les ayudó a irse de allí sin dejar rastro, puesto que no podían quedar registrados. Viven en una casa en el bosque, donde deben seguir sobreviviendo. Para ello, las niñas saben que deben tener cuidado de no cruzarse con militares que pongan en riesgo la tranquilidad tensa de sus vidas. Los padres no son estrictos, pero sí ejercen un control sobre las niñas en favor del futuro de la familia. De hecho, la narradora dice: «Mi mamá siempre nos recordaba que no obedecerles era mucho más peligroso que encontrarse con un lobo en el bosque».
En ese bosque, también conviven con la naturaleza y los animales, como las luciérnagas o el temido puma, al que nunca ven, pero cuyas historias les provocan pavor y cuya presencia podría simbolizar la dictadura, que acecha, vigila y está preparada para asaltarles y devorarlos en cualquier momento. Pese a la amenaza que supone el puma, la narradora también siente curiosidad hacia él y desea encontrarlo en el bosque. Allí, también reciben las visitas ocasionales de una amiga de su madre, que luego desaparecerá de forma sospechosa, mientras transitan una rutina algo monótona. Todo ello se transmite al lector a través de la voz inocente, tierna y curiosa, pero también llena de incomprensión, de Ana.
El título del libro, MAMBO, está formado por las iniciales de los nombres falsos de los cuatro miembros de la familia y el de la amiga de la madre. Julia y Ana usan nombres en clave para los extraños, como son Andrea y Marcela. Además, a Ana le gusta llamarse Anaconda. Este despliegue de nombres supone una pérdida de identidad para la narradora y protagonista, pero al mismo tiempo le sirve para imaginarse una personalidad diferente y escapar de la realidad política de la que aparentemente es ajena pero que le afecta. Por ello, las hermanas imaginan la existencia de enanos en el bosque o representan la figura autoritaria de Pinochet como un águila con lentes oscuras.
Sin embargo, peor sería vivir en una ciudad como Santiago, que es la residencia del águila y que, según las protagonistas, es «una depresión en la superficie de la tierra», quizás también como sus propias vidas en el anonimato. Además, allí, «hasta los pájaros tienen prohibido moverse de ramas […]. Las luciérnagas están escondidas bajo la tierra, por eso no las ves, pero no te preocupes, van a volver a salir algún día», dice el padre con un atisbo de esperanza. Aprenden que todo lo que están pasando no se lo va a devolver nadie, y, tal y como dice un personaje: «Lo más difícil de asimilar eran los tiempos perdidos en la vida, los tiempos en que uno se quedó esperando que algo cambiara», porque, además, «no hay peor castigo que la cobardía».
Con el paso de los días, se produce una fractura en la familia: los padres trabajan tanto que Ana, a la salida de la escuela, debe quedarse esperando en una tienda de zapatos hasta que su madre la recoge. Luego, empieza a quedarse junto al conserje del colegio viendo películas. También nace una primera y débil fractura entre las hermanas, ya que Ana dice: «A Julia le gustaba usar maquillaje y pintarse las uñas. Yo me las comía», evidenciando las diferencias entre una, entrada en el mundo adulto, y otra, aún una niña. Esa entrada al mundo adulto, que primero experimenta Julia y luego Ana, supondrá la asimilación de la pérdida, el duelo, la acumulación de heridas o el deseo de ser otra persona.
Como punto negativo, destacaría una banalidad, y son las numerosas referencias que la autora hace al color café. Por poner un ejemplo, entre las páginas 25 y 37 hay siete referencias a dicho color. Por otro lado, como lector, esperaba más de una novela que, según mi impresión, nunca termina de arrancar. Al estar narrada en primera persona por la niña, la historia gana en cuanto a tono, pero pierde, en mi opinión, porque se centra demasiado en la vivencia de esta más que en temas políticos que ella es incapaz de apreciar con claridad por su edad. Además, no se especifica por qué huyen los padres ni por qué la dictadura quiere atraparlos, por lo que parte del interés de la obra queda sumergido. Me ha costado conectar con la voz de la narradora más que en otras ocasiones, por eso la historia no me ha llegado con todo lo que pretende transmitir.


