«For here am I sitting in my tin can / Far above the world / Planet Earth is blue / And there’s nothing I can do». Como en Space Oddity, de David Bowie, se encuentra una de las protagonistas de El cielo de medianoche (Blackie Books, 2020, con traducción al castellano de Carlos Andreu).
Esta novela de Lily Brooks-Dalton (Vermont, Estados Unidos) gira, como la nave Aether, en torno al universo. Uno de los protagonistas se llama Augie y es un astrónomo de setenta y ocho años que se ha quedado solo en el observatorio Barbeau del Ártico por voluntad propia. Al resto de personas las evacuaron, y ahora no consigue establecer contacto por radio con nadie en todo el planeta. Augie cree que está solo hasta que, un día, se encuentra a una niña que dice llamarse Iris y que aparenta unos ocho años.
Al mismo tiempo, una astronauta apellidada Sullivan, a la que llaman Sully, está en la nave Aether, con otros compañeros, regresando a la Tierra tras una misión de reconocimiento por Júpiter. Pero algo ocurre, nadie sabe bien qué, pero la comunicación entre la nave y la Tierra es nula.
Tanto Augie como Sully y sus compañeros sospechan que algo ha ocurrido en el planeta. Augie se aferra a la radio como única forma de sobrevivir y de no abandonar a su suerte a una niña que no sabe de dónde ha salido. Ambos seguirán intentando establecer algún contacto, y esa comunicación será esencial para el desarrollo y el desenlace de la historia.
Narrada en tercera persona, esta novela hace énfasis, desde el principio, en las descripciones de los paisajes y los personajes. El músculo narrativo radica en esas descripciones pormenorizadas y esclarecedoras de los protagonistas y de sus entornos. Así, temas como el olvido o el paso del tiempo tienen una importancia capital en una novela que explora la esencia del ser humano y la caída de la civilización, a la que le ha ocurrido algo porque no se aprecian señales de vida, al menos por la radio.
Se nos describe a Augie como un hombre ético, pero con grandes aspiraciones con el objetivo de ser recordado. El observatorio donde se encuentra gira en torno a la existencia de un gran telescopio, que es precisamente por lo que se construyó. De igual forma, la vida de Augie se enfoca hacia la investigación del universo como única y máxima razón de ser. Sin embargo, Augie también es un hombre huraño y que, según se nos dice, desprecia con facilidad.
En el observatorio, Augie tiene tiempo de sobra, así que analiza su pasado y las pequeñas piedras del camino de su vida mientras asimila su vejez y vislumbra el fin de sus días. Una figura pequeña le acompaña. Una figura que se confunde con sus deseos. Una sombra en el filo de la irrealidad que se siente tan real y que anima a seguir, a llenar el vacío y a redimirse. Augie es la representación de la soledad de un hombre entre cuatro paredes. Allí, donde la locura llevada al extremo es cordura.
Sully, en su nave, en los meses que tarda en volver a la Tierra, también piensa en sus padres y en la hija a la que dejó atrás durante dos años para ir al espacio. A través de la mente de Sully, el lector también percibe el sentimiento de culpa y remordimiento que padece, como Augie en la Tierra. Aunque intenta apoyar a sus compañeros cuando lo necesitan, ella también siente una ruptura interior, una grieta por donde se desangra, y siente que no hay manera de arreglarlo. Se pregunta, en definitiva, cómo sobrevivir siendo un recipiente roto.
El silencio glacial y galáctico envuelve a los protagonistas, mientras se suceden los capítulos alternando a Augie y a Sully. La narradora, además, mantiene al lector en tensión por saber si la nave llegará a establecer contacto con el observatorio —y, en ese caso, qué se dirán— y si se resolverán los enigmas sobre la civilización. Al final, la narradora desvela un descubrimiento sorprendente que da significado a los pensamientos y los pasados de los dos protagonistas a ambos lados de la atmósfera terrestre.
Esta es una novela que pone ante los ojos del lector la inmensidad del universo, las posibilidades que ofrece y los misterios que abarca. La autora también analiza las decisiones que tomamos, los intentos de reconciliación con el pasado y con las personas, los lazos humanos y lo que dejamos atrás. Es una historia muy cinematográfica. Tanto, que ya se ha hecho una película sobre ella. Dirigida y protagonizada por George Clooney, está en Netflix desde hace unos meses. Libro y película tienen muchas diferencias, pero considero que ambas están muy bien porque las diferencias de cada una las mejora a partes iguales.
La narradora habla de la vida y de los recuerdos que hay detrás de cada persona. A través de algunas analepsis también estudia otros temas como la familia, la pérdida, el compañerismo, la fuerza de grupo, la conexión humana y las relaciones entre los hombres y las mujeres de la tripulación. Aunque está narrada en tercera persona, cuando habla de la tripulación del Aether se centra más en Sully y en lo que ocurre desde su visión.
La autora no se centra en las razones por las que nadie responde desde la Tierra y que hacen pensar que Augie es el único ser humano que queda allí, aunque deja con la intriga. Habría sido interesante conocer qué habría pasado por la mente de la autora durante el proceso de escritura, qué habría descartado o qué habría imaginado ella misma para dejar un final abierto. También es interesante, sin embargo, que cada lector descubra en su propio pensamiento las razones de este suceso.
La memoria es espinosa y hiere a los personajes, tal y como deja claro la novela. Esta obra deja un poso de tristeza tras las vidas y el pasado de los respectivos protagonistas. Quizás, piensan, cuando volvamos a casa, todo volverá a la normalidad. Pero la ausencia de respuesta les hace retroceder en ese pensamiento. Además, ¿dónde están sus casas? Ahí fuera hay mucho espacio por ocupar, y quizás en la Tierra ya no quede más que una memoria deteriorada y dañina.