Estigma histórico

'Leyenda de sangre' es una novela basada en hechos reales, en concreto en un crimen ocurrido a principios del siglo XX en Las Hurdes.
leyenda de sangre

Leyenda de sangre (Editorial Alrevés, 2025) es una novela basada en hechos reales, en concreto en un crimen ocurrido a principios del siglo XX en Las Hurdes. Luis Roso (Cáceres, 1988) se adentra en ese suceso y lo ficcionaliza para romper la leyenda negra de la región y lanzar una denuncia por el abandono que esta siempre sufrió. Por tanto, el interés de la obra radica en que está ubicada en una zona misteriosa y en un hecho real. Poco días antes de la visita del rey Alfonso XIII a la zona, en junio de 1922, se produce el secuestro y asesinato de una niña, cuyo cadáver aparece con las vísceras fuera. Esto hace pensar que ha sido usada para un ritual de una bruja, santero o curandero. Las Hurdes parecen importar poco y sufren la desatención y el abandono de las autoridades, pero los lugareños, descontentos con ellos, ejercen presión. Finalmente, encargan a Valerio Lubián, apodado Cristo, un antiguo sargento venido a menos, la investigación del caso y que también prevenga más hechos similares ante la inminente visita real.

La Bella Julieta

El autor tiene experiencia en la escritura de libros de género negro, algunos o bien premiados o bien nominados a premios, además de ser comisario de un festival de novela negra. Dedica este libro «al pueblo jurdano, por tanto sufrimiento injusto», e incluye algunas citas reseñables. Por ejemplo, esta de Pascual Madoz, que aparece en su obra Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de 1850: «La miseria y abyección de los hurdanos no es culpa suya, sino de la nación que los deja olvidados y desatendidos». Miguel de Unamuno también habló de esta tierra, que tiene el prestigio de una leyenda, y Miguel Delibes lo hizo en El disputado voto del señor Cayo, donde uno de los personajes dice que con Las Hurdes pasa como con El Capital, «que todo el mundo habla de ellos pero nadie los conoce». La leyenda negra de Las Hurdes, por tanto, viene de lejos y es bien conocida por muchos, también por Gregorio Marañón, que estuvo allí en marzo de 1922, aunque quizás el boom se alcanzó tras el documental que Luis Buñuel grabó en la zona.

La novela comienza cuando dos policías irrumpen en una taberna de mala muerte de Madrid en busca de Cristo; qué mejor sitio que ese para esconderse y pasar desapercibido, en la capital y rodeado de tanta gente. Este se pregunta si van a detenerlo, quizás porque la policía tenga motivos o porque él tenga causas pendientes con la justicia. Lo acompañan al despacho del gobernador civil y este le encarga la misión. No quiere que sea un caso de la policía, de la Guardia Civil ni de la justicia ordinaria, sino una investigación discreta, y él es el elegido. Cristo, pese a su mala vida, es culto y corpulento, por lo que su presencia impone. El gobierno quiere zanjar así cualquier revuelta popular y dar una imagen amable de la zona ante la visita del rey, que será en beneficio del Estado. Cristo deduce desde el inicio que se trata, ni más ni menos, que de una preocupación por problemas sociales que es en realidad un acto de propaganda.

Si ese asesinato hubiera sucedido en otro momento y no poco antes de la visita del rey, se habría olvidado a los pocos días. Una de las pocas cosas de las que Cristo no se arrepiente es de haber dejado el ejército, quizás con razón. Él es crítico con los estamentos y la autoridad, entre otras cosas, por haber enviado a la guerra a gente llana mientras los gobernantes se lavaban las manos, y por condenar al olvido lo que les interesa. Por ejemplo, cuando pasa por la plaza Nicolás Salmerón, ve la estatua de Eloy Gonzalo, un héroe caído y olvidado de Cuba, cuyo nombre se vio reemplazado en dicha plaza por el del político republicano. Así, Cristo se adentra en una espiral de intereses políticos, corrupción y chanchullos que contrastan con lo que ve entre la vida en Madrid y la vida en Las Hurdes. «La vida de los pobres no vale nada ni en Las Hurdes ni en Madrid ni en ninguna parte», se dice. Allí, se le hace difícil pasar desapercibido, pues llama la atención como forastero. Rompe la leyenda negra cuando confiesa que los niños de Las Hurdes, aunque pobres, no parecen malnutridos ni distan de los niños de los arrabales de Madrid. Además, muchos de los niños de Las Hurdes son «pilos», expósitos de Plasencia o Ciudad Rodrigo enviados con familias hurdanas a cambio de unos cuantos reales por falta de recursos en dichas ciudades.

En Las Hurdes, lo recibe el doctor Álamo, que le dice que allí mueren niños con frecuencia, aunque también sobrevuela la sospecha de que detrás de esos hechos haya intereses políticos o personas importantes involucradas, y por tanto poco interés en investigarlos, o bien la presencia de sacamantecas o curanderos. El doctor es una mente científica y racional que asegura que quien asesinó a la niña creyó que lo hacía para salvar a otra persona, pero que en realidad la mató por ignorancia. La ignorancia y la incultura son la base de la superstición y proceden de la escasez de recursos, que es por lo que Las Hurdes se caracteriza, según se dice. También puede haber sido asesinada por dinero, por avaricia o por simple maldad, una maldad que, como dice Cristo, las personas que no la poseen no pueden llegar a comprender. El doctor también es crítico con la guerra, en su caso con el despilfarro de dinero destinado a la de Marruecos, ya que una ínfima parte del mismo habría aliviado las carencias de Las Hurdes, pero de nuevo los intereses determinan qué hacer y dónde.

Las Hurdes en esta historia es una sociedad tan aislada y excluida que se agarra al primitivismo, las tradiciones ancestrales, la santería o la religión. Las explicaciones científicas y racionales allí son menos pintorescas que aquellas y se prefieren las que apuestan por lo místico. «Para muchos hurdanos, es más fácil ver al diablo en los montes que una hogaza de pan blanco en su mesa. Como no tienen nada que comer, se alimentan de fantasía», se dice. Cristo experimenta esto la noche de su llegada, cuando acude junto al doctor Álamo y su ayudante, Zillo, a un parto. Como Don Quijote y Sancho, la pareja formada por el doctor y Zillo se complementan en favor de los hurdanos con pocos recursos. El doctor es joven, lleva allí pocos años y llegó después de licenciarse, a falta de un lugar mejor y a la espera de otra plaza. Ambos serán los hombres de confianza de Cristo para desenvolverse en Las Hurdes y resolver el crimen. Así, descubre lo difícil que supone abrirse camino entre tanto esoterismo y entre rezos para alejar al demonio; también aprende quiénes son los saludadores y las aprendías.

Cuando Cristo pregunta a la Guardia Civil sobre el caso, la opacidad del cuerpo y sus respuestas levantan sus sospechas, pero no detiene su cometido. En la calle, algunos agitadores protestan por lo sucedido, lo que se une a la crítica del narrador hacia las autoridades por el silencio y la desatención. En Las Hurdes no hay anarquistas; de hecho, nadie habla de política, pero el asesinato de la niña parece ser la guinda a un conglomerado de carencias y abandonos. Cristo no ve tanta miseria como ha escuchado, sino casas que, aunque pobres, no lo son más que en otras regiones de España. Aun así, hay quien se siente avergonzado de haber nacido allí, como le ocurre a doña Rocío, viuda de un aristócrata, que, pese a su posición social, carece de libertad para ejecutar sus deseos. «Nacer en Las Hurdes es una condena de la que nadie se libra nunca», se dice, y ella añade: «Donde quiera que vaya, aunque me encuentre en una ciudad a cientos de kilómetros de aquí, siempre me acompaña el estigma de mi nacimiento. Mi sangre hurdana […]. En todas partes consideran a los hurdanos seres inferiores. Degenerados».

Cristo averigua que el rapto y el asesinato de la niña ocurren a plena luz del día y en un lugar no muy apartado, por lo que le extraña que nadie viera nada. Entonces, se entera de que la noche del asesinato se llevaron detenida a escondidas a una bruja de los alrededores, pero volvió libre a la mañana siguiente. También aparecen testimonios inventados y planes para acusar falsamente. Decide ir a un poblado de brujas y dice que no da más miedo que las calles de Madrid de noche, donde sí que hay brujas y personajes de peor ralea. La miseria de la zona es paralela a las ansias de huir de quienes viven allí. Zillo, por ejemplo, dice que le habría tocado ir al ejército por edad cuando el Desastre de Annual, y que por lo menos así habría tenido una oportunidad de salir de allí, aunque fuera para morir, pero finalmente no pudo. El doctor, por su parte, critica que quienes piden ayudas para esa zona caigan en el error de hablar de los hurdanos como bestias; como personas ajenas a ellos, cuando son compatriotas; como personas inferiores a ellos, o solo como materia para sus publicaciones. «La única raza degenerada es la de los gobernantes españoles que han abandonado a los hurdanos durante quinientos años. Cualquier niño hurdano analfabeto y malnutrido tiene más nobleza en la punta de un dedo que el monarca que vendrá a pasearse por aquí en unos días», añade.

De repente, el asesinato de una segunda niña despeja el camino para averiguar la realidad de lo que allí acontece y sale a la luz la historia de la bruja a la que detuvieron, de su madre y de una posible venganza. Cristo dice que en la vida real no es difícil dar con los asesinos, sino conseguir que paguen por lo que han hecho. Su llaneza contrasta con las ínfulas de doña Rocío y con la dejadez y la corrupción de la autoridad competente. El largo mal que azota a la zona y a sus gentes se une en estas páginas a la sangre sucia y a la herencia de la enfermedad. Leyenda de sangre usa un tono adecuado y se basa en hechos históricos reales aplicados a la trama de ficción. El autor refleja el lenguaje de la región en frases aisladas para no extenuar al lector. La historia termina en mitad de un diálogo, quizás algo abrupto, con mentiras y preguntas por resolver. Aunque bien construida, hilada y narrada, tengo la sensación de que ha faltado algo, un broche, para poder decir que me ha gustado mucho.

En cuanto al protagonista, recibe su apodo porque en una batalla en el pueblo Mal Tiempo, en Cuba, le clavaron una bayoneta en el costado y, tras tres días más muerto que vivo, se recuperó. Además, el río Hurdano también recibe el nombre de río Jordán, aunque no saben por qué, lo que establece una conexión bíblica. En la nota del autor, Roso habla sobre el crimen en el que está basada la novela y la importancia del mismo en su contexto. Este sucedió en 1920, pero el autor lo sitúa dos años después, justo antes de la visita del rey; juega con eso para hacer la historia y la investigación más efectivas. En el crimen real, nunca se supo quién estaba detrás y cayó en el olvido. La figura del sacamantecas o persona que rapta niños para usar sus cuerpos o sangre surge antes que Jack el Destripador en Inglaterra. No se conocen los orígenes de la leyenda negra de Las Hurdes, aunque Lope de Vega ya habló de los hurdanos como gente marginal en su comedia Las Batuecas del Duque de Alba, escrita antes de 1600. En 1908, se celebró en Plasencia el Congreso Nacional de Hurdanófilos, que pedía mejoras. Y Maurice Legendre escribió un libro que empujó a Buñuel a viajar allí y rodar el documental en 1933.

Compártelo

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Novedades semanales.

+ Artículos relacionados