Euforia, alegria y lágrimas en Retropíxel 2019

«Numerao, numerao. Viva la numeración…». El Puma se volvería loco en el Retropíxel de Málaga los días 6 y 7 de abril, porque no veas si hay dónde contar. Yo soy muy malo en el tema del cálculo. Pero en el hall de la Facultad de Derecho tendríamos 100 aparatos justos para jugar en total, entre ordenadores personales, máquinas arcade y videoconsolas retro. Y, si a estas les sumamos las que hay de exposición, uno estima que la cifra se aproxima al cuarto de millar (250 aparatos en total). 

Aunque una cifra realmente digna de destacar es la de los kilos de comida recaudados, que llegaron a superar los del año pasado (es decir, 1.152 kilos respecto a los 1.050 que creo recordar que me dijeron). Estos alimentos, que se destinan a los Ángeles de la Noche de la ciudad, van a parar a las manos de aquellas personas que más lo necesitan. Ya sabemos: leche, galletitas, colacao, chocolate… Y un sinfin de legumbres o arroz entre otros alimentos, a cambio de videojuegos de todas las clases. Esto es muestra de la solidaridad de los feligreses, y también del éxito que este evento cosecha año tras año, desde su primera edición en el lugar actual, del 2016.

Retropíxel, de este modo, es como las rebajas de El Corte Inglés. O sea, que se supera a sí mismo en cada edición (aunque este año las rebajas esas no fueron muy suculentas, pero bueno). Allí volvíamos a aparecer mi hermano y yo, los dos dispuestos a bichear aparato por aparato. Aunque uno supera ya el umbral del frikismo. Chiquillo, ¿¿qué haces ahí pegado a la Atari jugando al E.T.?? Pues ni una vez me lo pensé. Es considerado el peor videojuego que se ha hecho, por una pésima programación, con tal de llegar a Navidad a toda costa para vender. Al final, debido a su fracaso, miles de cartuchos acabaron enterrados en el desierto y esa ya es otra historia.

Pero, quitando esos defectos, la mecánica del juego mola. Y hay que reconocer que es divertido menear el joystick un rato mientras ayudas al extraterrestre más famoso del cine a volver a casa, mientras se quita de enmedio a agentes del FBI y a médicos que, encima, se quedan pillados un buen rato en la pantalla… Un señor de mediana edad que se encontraba por allí, cuando me ve con los trocitos de teléfono ya conseguidos y listo para llamar a la nave, no puede evitar decírmelo: «Tú ya has jugado antes a esto, ¿eh?». Totalmente. Pero, en su día, lo hice con el teclado del PC, y ahora tocaba hacerlo con el joystick, que hace la experiencia bastante complicada, al caerse E.T. 90 veces en los hoyos mientras su energía se va agotando hasta que se muere. A pesar de todo esto, dos veces llegué a pasarme el juego ahí, mientras que, en otras ocasiones, explicaba a alguna gente que pasaba por allí cómo demonios se jugaba a eso. Pronto se rendían, claro está…

La zona de arcade estaba muy renovada en esta ocasión. Había varias máquinas con diferentes títulos y… ¿Qué tenemos aquí? ¡Una súper máquina japonesa del Street Fighter II! Tiene sus ranuras para añadir yenes y dos pantallas para cada jugador, que se sienta uno frente al otro en busca de la victoria. Esta consola, que fue el centro de atención del Retropíxel, lo fue aún más durante el concurso del domingo por la tarde. Ahí, mi hermano y yo caímos en la segunda ronda, frente a otros jugadores mucho más experimentados que nosotros. «¡¡Hay que jugar más al Street Fighter y menos al Fornite, hombre!!», me llegó a decir por detrás uno de los allí presentes, demostrando su veteranía en esto. Para nada, caballero. Me confunde.

Y allí al fondo  hay… ¡Un Sega Rally! Con su volante, su cómodo asiento, sus palancas y sus pedales. Esto es alucinante. Súbete a este auténtico simulador de conducción mientras tratas de superar los puntos de control y sorteas las curv… ¿Hola? ¿Qué pasa? ¡El coche no gira! Yo no tuve la oportunidad de comprobarlo, debido a la cola de alguna gente, pero los que estaban jugando tuvieron que dejarlo porque el volante no furrulaba bien. Y, aunque enseguida fueron algunos encargados con sus herramientas dispuestos a arreglar el cacharro, hubo que echarle el cierre desde el sábado por la tarde. 

Ya que en la pantalla no se pudo hacer mucho, sí que hubo un torneo organizado de este mítico videojuego de Sega mediante un Scalextric. La manqueza extrema se apoderaba de nosotros, debido a las nefastas condiciones de la pista y del Lancia Delta que había que manejar. El Toyota Celica era el coche que tenía la llave del pase a la siguiente ronda. Había que jugar cinco vueltas con cada coche para batir el tiempo de vuelta más rápida. Servidor cayó a la primera de cambio. Pero mi hermano fue abriéndose camino ronda por ronda hasta la final.

La lucha por la victoria tuvo lugar entre él y Desirée, una niña que tendría seis añitos. Para que luego digan algunos que las carreras no son emocionantes. Un par de coches de juguete dando vueltas nos tenían a todos en vilo. Y uno de los organizadores poniendo toda la euforia ahí, cual Lobato, vuelta por vuelta, mientas otros ayudantes echaban una mano a los competidores devolviéndoles los cochecitos a la pista, que se salían hasta irse casi a Ciudad de la Justicia…

La carrera final estuvo tan reñida que hubo que ver el Foto-finish y todo para decidir el vencedor. El resultado fue la victoria de mi hermano solo por 33 centésimas de segundo frente a Desirée, que, eso sí, la pobre mostraba su impotencia cada vez que su Lancia se salía, porque eso no había manera de controlarlo bien («Así no se puede ganar ni a las chapas», diría ella). A pesar de todo, ella logró un resultado titánico, que mantuvo la euforia hasta el final, con sus respectivos aplausos. Lo dicho, todo como una carrera de verdad. Tanto que mi hermano, el pobre, ante el panorama, perdió los nervios y no pudo evitar llorar y todo. Aquí estamos locos perdidos, ¿eh? Ni que hubiera cantado el Gordo de Navidad, ostias. El premio para ambos fue algo a lo que dedicaré otro artículo propio…

Pero la jugabilidad y el ocio no es lo único que te llevas de Retropíxel. Hay un montón de conferencias, en las que te puedes empapar bien sobre una parcela determinada de este mundo que, desde hace varios años, ya se considera un arte. Y creo que no le falta la razón. Lo que pasa es que, claro, me sé de una persona que no ha venido aquí a estar oyendo argumentaciones sobre si es mejor la Game Boy o la Game Gear, por ejemplo. Pero confío en arrastrarlo algún año de estos a una.

Porque Retropíxel tiene futuro, y ha venido para quedarse. Y decirle eso a gente como Javitronik les pone muy alegres, después de todo el esfuerzo para montar aquello, y enseguida te dan las gracias y esperan verte la cara el próximo año por allí. Y encima les produce cierta alegría verte el careto después de un año por allí. En esta ocasión, tuve la oportunidad de aprender bastante de gente como Isaías, que me explicaba que, a día de hoy, todavía se programan videojuegos para ordenadores como el Spectrum o el C64. Y también tuvimos un pequeño debate sobre el futuro de las videoconsolas, con el auge de tantas pantallitas portátiles. Y, cómo no, ahí estaban las encargadas del mercadillo, dispuestas a aguantarme una y otra vez cuando les preguntaba sobre los kilos que costaban las cosas. En especial, «esa muchacha tan simpática», a la que no le gusta que quede rastro de ella por ahí, pero que también se merecía una pequeña mención.

Ahora, tras este intenso y divertido fin de semana, en el que, en el caso del domingo, incluso nos quedamos a comer y todo para participar en los concursos, toca esperar otro año para volver a disfrutar, aunque el tiempo de espera no se ha notado demasiado. «¿Qué consola será la protagonista del Retropixel 2020?», me empiezo a preguntar ya.

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