‘Jane The Virgin’, o cuando se escribe desde el corazón

Nadie diría hace cinco años, cuando a Jennie Snyder Urman se le ocurrió adaptar una telenovela venezolana al inglés, que aquella historia sobre una chica virgen que se queda embarazada por error tras una inseminación artificial iba a convertirse en una joya magistral y preciosa de la ficción reciente.

Jane The Virgin llegó en un momento en el que la necesidad de la representación aún no estaba sobre la mesa de los guionistas y, sin embargo, supo consolidarse como una referencia autentica y extraordinariamente original dentro de la comunidad latina. La trama de este maravilloso homenaje a las telenovelas, además, versa sobre un tándem encantador y magnífico como las Villanueva: tres generaciones de mujeres latinas que nos llevan de la mano durante toda la serie. 

Cada uno de los personajes está escrito con un cariño y cuidado tremendos, por lo que cumplen su promesa de reflejar las distintas realidades de la comunidad latina, especialmente, en los Estados Unidos. A lo largo de las cinco temporadas de la serie, sufrimos el drama de la posible deportación de Alba, la abuela de Jane; el cáncer de Xiomara, su madre; y la muerte de Michael, su marido. Como cualquier telenovela que se precie, Jane The Virgin apuesta por el drama, pero también por la comedia desternillante, el thriller más estrambótico y el romance más tierno.

El guion nos lleva desde las hilarantes ocurrencias de Rogelio De La Vega, un actor de telenovela absorto en sí mismo y el padre de Jane, o las de Petra, una empresaria sin escrúpulos que acaba enamorándose de su abogada pasando así de ser la principal antagonista a uno de los personajes más queridos por la audiencia; después nos sumerge en las confabulaciones de Sin Rostro, una criminal que se cambia de identidad para llevar a cabo sus malévolos planes; hasta culminar en el triángulo amoroso de Jane, Michael y Rafael, probablemente uno de los mejores escritos en la historia de la televisión. Cabe destacar, además, lo bien tratados que están los personajes masculinos que, al encontrarse rodeados de mujeres, están emancipados de estereotipos rancios y arcaicos.

La cantidad de creatividad que nos muestra Jane The Virgin es verdaderamente inaudita. Como si de una novela de García Márquez llevada a la pantalla se tratara, el realismo mágico de los objetos cobrando vida, la edición surrealista, la música, el vestuario, los decorados esperpénticos y, en general, la extravagancia visual de la serie se consolida como un método narrativo revolucionario que se acopla fantásticamente con el argumento y que consigue construir un mundo realmente único y genuino. 

La ficción de Jennie Snyder Urman está repleta de piezas que encajan a la perfección y una de ellas es su narrador: una voz omnipresente que funciona de una manera brillante como interlocutor entre los personajes y la audiencia. Y eso es lo que mejor consigue esta serie. Traspasar la pantalla y hacer que el corazón del espectador se sonroja, como les pasa a los personajes.

Jane The Virgin es una carta de amor a la familia y al amor en sí mismo. Es como una especie de poema que se va calando poquito a poco en el pecho sin que te des cuenta y que, cuando entra, ya no sale. Es una historia escrita desde un lugar en el que sólo el cariño y la honestidad prevalecen por encima de cualquier cosa, es como una especie de caricia tierna que parece que es capaz de curarte cualquier herida de la vida. Y de todo esto tiene muchísima culpa todo el elenco de actores, pero, en especial, Gina Rodriguez, quien ha logrado colosal y bellísimamente que nuestra Jane, sea eso: para siempre ya, nuestra Jane. 

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