No sabemos cuánto somos capaces de dejar atrás por amor. Cuando llega el momento, podemos plantearnos cambiar de trabajo, e incluso de principios. Esto le ocurre a Fred Fairly, protagonista de La puerta de los ángeles (Impedimenta, 2015, con traducción al castellano de Jon Bilbao). Fred es profesor en un college de Cambridge, pero donde da clases no se permite la entrada a las mujeres (y por ende tampoco que los profesores se casen). Un día, Fred tiene un accidente y se enamora de Daisy. Así comienza su rebeldía contra la norma. Fred queda obsesionado por ella, de manera que la desea a su lado sea como sea, y para ello se desprende inconscientemente de su elegancia caballeresca. Se convierte en un hombre enamorado que, perdidas todas las formas, emprende la búsqueda y la caza de su enamorada.
Esta novela de Penelope Fitzgerald (1916-2000) fue finalista del Booker Prize y tiene un prefacio de Hermione Lee. En ella la autora explora al ser humano a través de una mirada feminista. Fitzgerald publicó su primera novela con 58 años, una edad que puede considerarse tardía para escribir, como la de Alberto Méndez, autor de Los girasoles ciegos, con la diferencia de que ella publicó más libros. Lee, en el prólogo, dice que las novelas de Fitzgerald se caracterizan porque sus personajes son inadaptados e inestables, y esta en concreto deja un poso trágico.
Dividida en cuatro partes, el libro comienza con el protagonista y otros profesores sorteando una tempestad que pone patas arriba los alrededores de Cambridge. Caracterizada por su serenidad, la zona ahora es presa de la locura del temporal. La tempestad desatada en Cambridge avecina otra que ocurrirá más adelante, pero que no será a causa de la lluvia y el fuerte viento, sino de las pasiones humanas. Después de un capítulo introductorio del lugar y del protagonista, el narrador pasa a describir el college y desarrolla la historia.
Fred es ateo, y en la universidad se debaten constantemente temas como la física, la ciencia y la religión, enfrentando estas dos últimas. Cabe destacar que la historia se desarrolla en los albores del siglo XX, cuando la ciencia aún estaba in albis. Fred, se nos dice, ha asistido a clases de Rutherford, Bohr y Planck. Así que los profesores y científicos discuten acerca de temas como los átomos, sobre si estos existen al no ser observables. Porque Dios tampoco es observable y no tiene mucha fama entre ellos.
La fe es insuficiente para creer en Dios, y Fred ya no cree porque creer solo por fe «sería desperdiciar mi propia inteligencia». Sin embargo, tiene miedo de confesarle su ateísmo a su padre, una figura difusa que el lector nunca llega a conocer con nitidez. Fred se imagina en alguna ocasión cómo se lo diría, pero no tiene el valor de llevarlo a cabo finalmente. Un hombre de mente libre solo cree en lo que puede explicarse de forma física: eso defiende Fred. Le dice a sus alumnos que no se crean superiores por ser científicos, y les pide que redacten cómo creen que se mediría con un sistema racional la felicidad del ser humano. Otro de los temas recurrentes en los coloquios científicos que adornan la historia de Fred y su enamoramiento son las discusiones sobre el alma.
Fred es espectador de dos épocas y modos de pensamientos. Por un lado, el de su padre, un pastor no retrógrado pero sí conservador y religioso, y su madre y hermanas, que apoyan el progreso y los derechos de la mujer, como el sufragio femenino en Gran Bretaña, que se estaba gestando entonces. Además, hay una diferencia de clases entre Fred y su enamorada. Mientras que aquel es de clase alta y trabaja como profesor universitario, Daisy es de clase obrera, no tiene padre reconocido, su madre está enferma y debe trabajar desde muy joven.
La autora británica se sirve de un narrador en tercera persona porque de otro modo muchas cosas de esta historia habrían sido difíciles de contar. Esta novela de Fitzgerald no sigue un orden cronológico, sino que da saltos en el tiempo. Al principio nos presenta a Fred con algo de detalle, pero rápidamente pasa a hablar de Daisy, y trenza la historia de los dos protagonistas. Luego dedica un capítulo a un personaje, James Elder, que desde mi punto de vista no tiene ningún interés en el resto de la historia.
Fitzgerald hace un retrato del Londres y el Cambridge de la época con un humor que a veces no se ve venir. Por ejemplo, cuando habla con ironía de la muerte de alguien; en ese caso no hay puritanismo. Pero la moral puritana vuelve a aparecer cuando le dicen a Daisy que puede estar cansada, pero no puede decirlo. Ese humor sutil y certero se une a los campos que describe o los diálogos para hacer una novela eminentemente británica. Además, narra rituales decimonónicos y burgueses, como cuando Fred presencia cómo preparan las camas por las noches para que se acuesten los niños, como si para prepararlas tuvieran que sobar las sábanas durante horas.
Me llama la atención un aspecto de esta novela, y es que en muchas obras de ficción localizadas en Gran Bretaña en el siglo XIX o XX tiene presencia siempre algo español: el jerez. Se ve que los ingleses lo tomaban hasta para desayunar, ¡qué barbaridad! Cuántas novelas británicas he leído donde aparece. En esta lo hace, al igual que otros «elementos» españoles. Por ejemplo, se cita la manzanilla de Sanlúcar y que el college tiene objetos de plata traídos de iglesias españolas. Al parecer, ese college, el St. Angelicus, fue fundado por Benedicto XIII, papa español.
La autora nos habla sobre cómo establecemos lazos con otras personas, y cómo de fuertes son estos lazos para romper nuestros principios o arriesgar nuestro sustento económico a cambio de su amor o su simple compañía. Manuel Vilas, en la presentación de su libro Los besos en noviembre de 2021 en Málaga, dijo que cuando alguien se enamora de ti pasas a existir, y no hay ninguna sensación tan gratificante y estimulante como saber que existes para otras personas, que otros piensan en ti, te admiran o les atraes. El problema está en que deseemos algo con tanta fuerza que seríamos capaz de dejar nuestro trabajo y nuestros principios, pero que ese algo no nos quiera a nosotros por igual.
Además de que Fred conoce a Daisy de manera accidental y poco creíble, y su amor es a primera vista, algo en lo que yo no creo, su relación se desarrolla de forma precipitada. Esto es extraño si tenemos en cuenta a ambos, pues Daisy es una mujer desconfiada y Fred es un hombre pragmático. Esto, además de los caminos sinuosos y carentes de sentido que a veces sigue Fitzgerald (los debates científicos, aunque son pasables; el capítulo sobre James Elder…), empobrece la obra. Quizás pueda salvarse por la manera de escribir de la autora, limpia y clara como pocas he visto, además de la edición pulcrísima de Impedimenta.
Sin embargo, como historia me parece muy pobre, cebada en exceso para que cogiera consistencia, aunque la autora da toques de ironía a la narración. Parece que la autora iba construyendo en su cabeza esta historia conforme la escribía (no creo que sea así porque me extraña que una escritora como Fitzgerald escriba sin tener un mapa), pero da esa impresión y desencanta. Esta novela lleva el título de uno de los capítulos, y su final parece sutil y anodino, pero deja volar la imaginación del lector porque es abierto. Aun así, en resumen, aunque es una obra que se disfruta contemplando los pasajes y la narración, la historia carece de fuerza, no solo porque no tenga apenas acción, sino porque es difícil entender el rumbo.