El mito de la Odisea es célebre por las aventuras de su protagonista, pero hay detalles que no se escapan a una mente del siglo XXI. Margaret Atwood (Ottawa, 1939) ha profundizado en la mentalidad de la fiel esposa de Ulises, Penélope, para hablar sobre feminismo, empoderamiento y justicia. La escritora canadiense ha revisitado el mito de La Odisea y lo ha narrado desde la perspectiva de una Penélope que está muerta, en el infierno y que vivió aquellos años de fidelidad enclaustrada en casa y abordada por numerosos pretendientes.
Como si fuera un objeto de exposición, Penélope se dedicó todo ese tiempo a coser, descoser y, entre tanto, esperar el regreso de Ulises. Cuando este llegó al fin, asesinó a todos los pretendientes que acechaban a su esposa, pero también a doce de sus doncellas. En Penélope y las doce criadas (Salamandra, 2020, con traducción al castellano de Gemma Rovira Ortega), la autora da un vuelco a la historia, pone a Penélope al mando del barco y narra con mano dura la soberbia injusticia que Ulises cometió asesinando a sus doncellas.
Atwood es una eterna candidata al Nobel de Literatura que ya se ha alzado con numerosos galardones de prestigio como el Governor General’s Award, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, la Orden de las Artes y las Letras y el Premio Internacional Franz Kafka, entre otros. Autora de novelas celebérrimas como El cuento de la criada o Alias Grace, Atwood construye aquí una perspectiva nueva del mito. Desde el prólogo deja claras sus intenciones: este libro nació por el interés que tenía por saber por qué Ulises ahorcó a esas doce doncellas. Para ello escribió esta obra, narrada en primera persona por la protagonista, acompañada por un coro formado por doce voces que clama justicia.
Penélope no se corta ante su esposo y lo critica desde la primera página, diciendo que sus especialidades eran mentir y «escabullirse». Ella no quiere que, con su ejemplo de mujer sumisa y prudente, se imponga la fidelidad y la mansedumbre a otras mujeres. Aunque ella ha sido así no quiere que otras pasen por lo mismo. La novela está teñida de morado, ya que el feminismo y la voluntad de destruir el patriarcado prevalecen sobre cualquier otra idea. Los mitos son los que son, con la mirada y la mentalidad de su época, pero Atwood hace aquí un ejercicio de reflexión necesario.
Penélope nos narra de forma cronológica su vida, desde su infancia hasta llegar al momento clave del mito: el regreso de Ulises. Dedica pocas páginas a la guerra de Troya y a las aventuras de su esposo porque se fija en otros aspectos, sobre todo en el tiempo de espera. Estar en el infierno no le impide llegar hasta la actualidad con su relato de los hechos y contemplar el paso de los siglos y, con ellos, el cambio de tantas ideas y conceptos. La Penélope tolerante se ha vuelto intransigente y respondona ante un hombre que la ha pisoteado, a ella y a sus doce amigas más fieles, mientras él estaba ausente, a veces retozando con diosas en islas remotas, según las malas lenguas.
La magia y la mitología inundan unas páginas llenas de reivindicaciones y de una narración melódica y suave. Ahora que Atwood ha reescrito el mito se perciben muchos detalles que, leyendo el texto original, pasan de largo o no se les da demasiada importancia —las violaciones y los feminicidios presentes en ellos, por ejemplo—. Penélope, desde una mirada actual y comprometida, reclama con garra justicia para las doce criadas ahorcadas y para su asesino. Narra la historia en un soliloquio que es, en realidad, una analepsis constante. Los recuerdos vienen a su mente con claridad y utiliza su habilidad eidética para reclamar justicia.
La obra termina con la representación de un juicio con apariencia actual, pero con invocaciones a dioses de antaño. Atwood hace de un mito griego un acto de justicia literaria mientras reclama que se imponga la ley ante la violencia de género de nuestros días. Podemos pensar que combinar el mito con la visión actual es ardua tarea, pero la escritora canadiense estructura el texto de modo que la mezcla se hace imperceptible.
El registro que Atwood emplea no es homérico, sino más bien actual, pero mantiene la esencia de los mitos clásicos en ciertos aspectos de lenguaje y vocabulario. La autora no solo se ha basado en la Odisea homérica para escribir esta novela, ya que también se ha documentado a partir de Los mitos griegos, de Robert Graves, y otras obras. La autora se posiciona para dejar poso en el lector, por eso las denuncias de Penélope son afiladísimas y muy pertinentes. Esta novela es una oportunidad propicia para adentrarse en este mito desde una mirada nueva y fresca y descubrir así que la figura de la mujer ha sido menospreciada desde tiempos inmemoriales.