Mitternatch Capítulo 4: Recuerdos

Escrito por Rubén Fernández Sabariego

Poco a poco fue abriendo los ojos. Lentamente. Sus pupilas fueron focalizando lo que le rodeaba. Era una habitación con techo y paredes revestidas de madera de caoba; el color de dicho material provocaba una sensación de amplitud. A primera vista, aquel habitáculo parecía incluso más grande de lo que en realidad era.

Toro siguió recorriendo pausadamente el lugar donde se encontraba. Los rayos del atardecer se colaban tímidamente por un enorme ventanal entreabierto, situado a su derecha.

 ¿Estaba ya anocheciendo?

¿Cuanto tiempo había pasado?

Las preguntas pasaron como estrellas fugaces por su mente. Mientras las procesaba vio algo que captó completamente su atención. No era capaz de distinguir con claridad todos los detalles porque sus ojos aún intentaban aclimatarse a la luz ambiente; producto de dormir quien sabe cuantas horas. De una cosa estaba seguro, era ella.

Allí estaba, en una foto enmarcada y colgada en la pared. Eran Candela y Lena posando a la entrada del conocido como ‘ El Bosque de las Doce Lágrimas’. Poco a poco fue vislumbrando los detalles. La rubia sonreía ampliamente mientras ocultaba sus brazos por detrás de la espalda en una especie de pose militar, a pesar de ello, los filos de los dos cuchillos que portaba sobresalían por los límites de su cintura.

La segunda, Lena, mostraba unas facciones más serias, con la mirada casi perdida. Como si ni siquiera se diera cuenta de aquella cámara que inmortalizaba el momento. Sus pies pegados y su espalda recta revelaban de igual forma una postura marcial.

Candela la adoptó como a su  alumna predilecta. Fue su mentora cuando ‘Baby’ ingresó en la Hermandad.

Apoyando sus manos en el colchón, el musculoso barbudo intentó incorporarse de la cama. Un terrible pinchazo en el tórax le hizo desistir. Tenía un vendaje que le cubría la parte baja del pecho y las costillas. La puerta, entre abierta, comenzó a chirriar y tras ella apareció una mujer de larga cabellera rubia y ojos claros. Iba con una taza que echaba humo.

-Candela- Dijo a modo de saludo.

-Cómo estás, grandullón.- Preguntó con calidez.

-¿Por qué me has vendado?-Contrapreguntó con seriedad – ¿Crees que soy un cervatillo desvalido?-

Odiaba que lo trataran como si fuera un niño pequeño; necesitado de la protección y los cuidados de su madre las veinticuatro horas del día.

-Las dos costillas que te fracturó el Morphos te provocaron una hemorragia interna.-

-He estado en peores.- Respondió con arrogancia.

-Y las hubieras estado si no hubiera aparecido.-

-¿Puedes parar de una vez?-

Le colmaba los nervios cuando comenzaba a echarle cosas en cara.

-Has empezado tú- Apuntilló la cazadora encogiéndose de hombros.

-No sabía que tenías esa foto con…ella.-

No quería pronunciar su nombre. Aún tenía esperanzas en que Lena siguiera viva, pero esa posibilidad era una gota de agua en un desierto de arena.

-Sí. Fue nuestra última misión mientras tú estabas fuera. Dándole caza al Góndragon.

-Lena nunca quiso hablarme de lo que visteis en el Bosque de las Doce Lágrimas. ¿Qué ocurrió allí Candela?

La mujer desvió la mirada. No quería si quiera recordar los momentos vividos. Fue la única misión en la que Candela, la primera de su promoción, tan diestra en psicología como en cuchillos, conoció el miedo. Mantenía la foto colgada en su cuarto para recordarse que nunca más. Nunca más volvería a mostrar la cobardía que exhibió dicha noche.

-Conoces de sobra las reglas de la Hermandad. Bebe, te sentará bien.-

Y le ofreció la taza. El líquido que esta contenía desprendía un vapor con aroma a canela y vainilla. Miró en el fondo del recipiente y solo encontró agua con hojas de tulipán machacadas.

-Yo ya no pertenezco a la Hermandad.

-Pero yo sí. El voto de silencio no se puede quebrantar.-

Toro agarró con las dos manos la taza calentándose las manos. Dio un largo sorbo y suspiró. Tras levantar la mirada del recipiente se encontró con los ojos de Candela.

-No lo haces por el voto. Lo haces porque aún hoy te sigue asustando hablar de ello.-

Fue tal el silencio sepulcral que Candela decidió apartar la mirada de Toro. El ambiente se había paralizado por un momento. Esos ojos azules se le estaban clavando como puñales en el interior de su alma, abriéndose hueco entre sus entrañas hasta llegar a uno de los episodios más oscuros de su pasado. No quería mostrar debilidad. No quería hacerlo.

Su mente la transportó por un momento a aquella noche. Aquella arboleda. Aquellos copos de nieve que se apoyaban sobre sus delicados labios, para después resbalar hasta el suelo. La única melodía que acompañaba la escena eran los crujidos constantes de las ramas, cuando el viento intentaba quebrarlas.

Los árboles se alzaban como torres desnudas de su vestimenta. Ya no poseían hojas, fruto del duro invierno y otorgaban una visión dantesca.La arboleda, que se alzó un día imperial y llena de colores vivos no era más que el reflejo lúgubre y podrido de aquel momento.

Eran tantos fresnos que la vista se perdía al intentar mirar sus confines. La leyenda contaba que quien entraba en el Bosque de las Doce Lágrimas jamás salía. Muchos fueron los aventureros que se aventuraron a explorar dicho paraje por los tesoros que escondía.

Los más sabios hablaban en sus escritos de un árbol que conectaba los tres mundos. El de los cielos, el terrestre y el de los muertos. ‘Ánthrox, el Roble Divino’, contenía los poderes de los tres mundos.

Candela miró hacia su lado y se encontró a la no tan ya novata Lena. La muchacha a la que había enseñado todo lo que sabía. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

-Vamos Baby. Solo será una misión de reconocimiento, no es más que un bosque. No me dirás que le tienes miedo a cuatro ramas.

Ambas sabían que no era una misión de reconocimiento. Era algo más que eso. La Hermandad había enviado a dos de sus mejores cazadoras a un paraje inexplorado por el hombre. Desconocían el terreno, la profundidad de dicho bosque y sobre todo los peligros que este escondía.

Lena negó con la cabeza, era un no y a la vez un intento por sacudirse el miedo que le rodeaba. Aquello le estaba dando mala espina. Por debajo de su chaqueta podía sentir como sus vellos se erizaban cual punta de aguja. Aquel bosque tenía un manto de oscuridad. Nada bueno podía provenir desde allí. Miró a Candela y le devolvió la sonrisa, fingiendo que nada pasaba.

-Por supuesto que no.

Ambas comenzarón a andar hacia aquellos fresnos sin hojas.

Mientras el cazador que las acompañaba, un tipo llamado Borg de larga cabellera rubia y profundos ojos negros se quedaba a una distancia considerable de ellas, montando la tienda de campaña y el fuego antes que la tormenta de nieve arreciara.

-Recordad, debéis volver al amanecer. De lo contrario tendré que ir a por vosotras.-

Su tono era realmente grave y profundo. No estaba bromeando. Se ajustó el largo abrigo negro que portaba y comenzó a prender la hojarasca.

Solo era una misión de reconocimiento.

O…al menos eso pensaban las dos mujeres.

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