La ley del talión establece el ojo por ojo y el diente por diente, y esa es la justicia que reina en En el sur de Indiana (Malas Tierras, 2023, con traducción al castellano de Ce Santiago). En estos diecisiete relatos, relacionados entre sí con personajes y lugares comunes, se mueven drogadictos, ajustes de cuentas, crímenes, corrupción policial, peligros e inseguridades, así como gente de la más baja calaña con Kirby. El sur de Indiana es un personaje más de la historia, con sus granjas convertidas en laboratorios, la violencia imperante y la soledad que atenaza a quienes viven allí.
Este country noir de Frank Bill (Estados Unidos, 1974) fue uno de los mejores libros de 2011 para la revista GQ y cuenta con un epílogo que es una conversación de Kiko Amat con el autor. En estas páginas, la traición al honor se paga con la vida y no se aceptan sobornos porque «esto no va de dinero. Va de sangre», como se dice en uno de los relatos. Sus historias hablan de lo duro que es desprenderse de los sentimientos para no sufrir o de la crudeza de la vida cuando se es adulto: «El único momento en que la vida es fácil es la niñez, pero cuando una persona es consciente de ello ya es tarde de pelotas».
En el sur de Indiana viven personajes atormentados por la culpa, que es «una carga demasiado pesada para cualquiera» y que «viene envuelta en todas las equivocaciones que un hombre es capaz de cometer y que en realidad son las lecciones que aprende en la vida para así no repetirlas». Buscan el sentido de la vida y cuando se dan cuenta de que no lo tiene ya es demasiado tarde y anhelan segundas oportunidades. La toma de decisiones nunca es fácil, sobre todo cuando el límite entre el bien y el mal está manchado de sangre y droga. Así, retrata a personajes que optan por ganarse la vida timando, estafando y robando y niños que crecen con esa imagen para reproducirla.
Bill usa un lenguaje sórdido y coloquial, por momentos vulgar, para construir a personajes mal hablados. Las descripciones son positivas en este libro, ya que resultan tan poéticas como originales, como cuando dice que las bolsas de los ojos subrayan la mirada. El autor retrocede hasta el tiempo en el que se ignoraban tanto el maltrato a las mujeres como las secuelas de la guerra en un país como Estados Unidos. Construye un catálogo amplio de miserias y tragedias en relatos con giros finales sorprendentes y hombres que son víctimas y verdugos a la vez.
Los personajes de este libro consideran una tragedia olvidarse de quiénes eran, pero no de lo que han perdido. «Ningún buen libro se ha escrito con gente benigna que no necesitaba nada y a la que nada malo le ocurría», dice Kiko Amat en el epílogo. Por eso aquí se reúnen toda la sordidez, la brutalidad, las extremidades amputadas y cercenadas, toda la sangre y todas las lecciones de vida. Para que los personajes aprendan que nadie es bueno ni malo sin más, que nada es blanco ni negro sin grises. Y, en definitiva, que es difícil sobrevivir a «aquel infierno al que la gente llamaba vida», como se dice.