Lidia es una mujer que ronda los treinta años. No consigue ascender en la escala social, no tiene trabajo, tiene sexo irregular y en lugares indeterminados, vive con sus padres y no sabe cocinar. En la primera escena de Proletaria consentida (Caballo de Troya, 2022), Lidia mira el techo y sabe que lo está mirando porque está bocarriba en la cama, porque en realidad no lo ve. Lidia es, en definitiva, una proletaria consentida que, según ella misma dice, demasiado lejos ha llegado siendo mujer y viendo los logros de sus antepasados femeninos. Pero también merece más.
Esta novela de Laura Carneros (Málaga, 1988) está compuesta por capítulos brevísimos, la mayoría de ellos titulados apenas con una palabra. También puede leerse como un conjunto de relatos independientes. El primer capítulo, en que Lidia permanece mirando el techo, narra una situación cotidiana sobre la presencia del tiempo, que ha sustituido al Dios tradicional. Porque, como dicen los refranes, «el tiempo pone las cosas en su sitio» y «el tiempo dirá». El tiempo como un dios moderno que apremia a los individuos, los presiona y atrapa entre sus manecillas. El tiempo, en fin, como nueva medida y como un nuevo dios al que rezarle, como un nuevo metrónomo que marca la vida de las personas, su devenir, sus ilusiones, sus proyectos y su final.
Proletaria consentida es un compendio de momentos rutinarios narrados con humor pero también con acidez, ya que trata temas como la precariedad de la actualidad, que a veces se ceba con determinados territorios, como Andalucía. La prosa de Carneros conduce al lector sin que este perciba que está leyendo y retrata la sociedad actual con precisión. Critica el modo de vida actual y cómo a veces la sociedad y el capitalismo hacen de los humanos unos guiñapos que sobreviven más que viven para poder llegar a fin de mes y les impiden disfrutar de placeres como pueden ser el amor, el ocio o compartir experiencias.
Lidia tiene ansias de irse de casa. Los fallecimientos de los abuelos permiten que no tenga que compartir habitación, pero también suponen una tragedia familiar. Narra su estancia como española en Bratislava, donde conoce a gente nueva pero que no cree que le beneficie para encontrar trabajo cuando vuelva a España. En cuanto a su familia, reconoce que estaban «faltos de placeres» y que cuando disfrutaban no podían evitar la culpa. Porque en su casa hay cosas que cuando se rompen no se reponen si no son imprescindibles.
A Lidia le gusta estar en «el bando de los miserables», se define como una «amenaza sin autoestima», se queja de las ofertas de trabajo que ve en internet y busca una oportunidad, no sabe exactamente para qué, pero que quiere que aparezca pronto. Siente que llega tarde a todo lo que la gente de su edad ya parece haber hecho y también reflexiona en torno a la idea de maternidad. En un momento concreto de la novela, para la protagonista ser madre resultaría peor que padecer cojera.
Lidia ve Paquita Salas y escucha Voyage, voyage, de Desireless, o La Bien Querida. Piensa que el sexo y el llanto solo se comparten con otros cuando se elige o bien cuando no hay más remedio, y que ambas cosas cuando se vive en un piso compartido resultan difíciles de hacer, si no quieres que se enteren, claro. Lidia desea que pudiéramos elegir de quién enamorarnos, y defiende que es el tiempo que le dedicamos a las cosas lo que las hace tan importantes para nosotros.
La novela está localizada en la Málaga natal de la autora. Para la protagonista, la playa de La Malagueta es su Ganges particular, porque le da asco pero «tiene poderes sanadores». También menciona el terremoto de más de 6 grados en la escala de Richter que hubo en enero de 2016 en Málaga, donde hasta el sol es un privilegio.
La narradora se ante el lector, que descubre sus sentimientos y sus pensamientos, porque pasa la mayoría del tiempo fantaseando, y eso, reconoce, al fin y al cabo repercute negativamente. «El sujeto con más probabilidades de padecer depresión reúne las siguientes características: mujer, joven, inestabilidad económica, antecedentes familiares», dice en un momento de la novela. Ella parece reunir todas. En definitiva, Lidia lidera, porque lo padece en primera persona, la denuncia contra la sociedad abrumadora que presiona, así como la precariedad vital, laboral y sentimental, que azota con ansiedad y deterioro de la salud mental a los individuos.