Dicen que lo bueno se hace esperar. Pero esta vez la espera duró demasiado. En medio de este largo paréntesis que el Covid ha puesto en nuestras vidas en un abrir y cerrar de ojos sin más, nos hemos visto privados de muchos hábitos y también de actividades y eventos populares. Y cómo no, entre ellos se encontraba Retropíxel.
Después de tres largos años, desde su última edición de 2019, el evento que organiza ALTAIR retomó lo que se quedó pendiente en 2020, al estar ya la pandemia controlada, por suerte. “¡¡Habemus Retropíxel!!” Se pudo rendir por fin homenaje a la Super Nintendo, que fue la protagonista de la cita, y por eso, además de ocupar el cartel promocional, hubo también un par de torneos en la versión de aquella videoconsola. Además, pudimos deleitarnos al echar un vistazo al montón de cartuchos que había en la zona de exposiciones, además de la propia máquina en sí y algunos de sus accesorios.
Algo muy digno de destacar, por su espectacularidad, es el récord de alimentos que ha conseguido el proyecto solidario “Videojuegos x alimentos”. Cada año, varias personas voluntarias nos esperan en Retropíxel para recoger los kilos (o litros) de alimentos que nos animemos a traer, y que van destinados a los Ángeles Malagueños de la Noche. En la cita de 2019 recordemos que consiguieron reunir 1.152 kilos… ¡Y, tres años después, casi han doblegado la cifra! Esta vez consiguieron juntar 1956,34 kilos. ¡Casi dos toneladas de comida para las personas más necesitadas! La simpatía de las personas allí presentes, con sus sonrisas y sus agradecimientos te invitan a seguir colaborando en las próximas ediciones, faltaría más.
Respecto a mi experiencia personal, en esta ocasión mi visita a Retropíxel fue diferente. Se echaron de menos algunas cosas. Lo primero es que solo pude ir el domingo por la tarde. De modo que solo estuve cinco horas. Además, fui sin mi hermano, que, desde el 2017, siempre ha venido conmigo (segundo de Bachillerato no entiende de estas cosas). Tampoco pude participar en los torneos como hubiese querido. De todos modos, el rollo de jugar lo dejé esta vez en segundo plano, ya que preferí aprovechar Retropíxel para aprender un poquito más sobre este mundo, gracias a personas muy amables e indicadas.
Es por ello que acudí a una de las conferencias que cada año se organizan en este encuentro. Marcos García y José Luís Sanz asistieron a la Facultad de Derecho de la UMA para ilustrarnos sobre su experiencia personal y profesional en el periodismo dedicado a los videojuegos, especialmente desde los 90 hasta finales de los 2000. Una ponencia que, por cierto, tuvo varias anécdotas curiosas y que sacaron más de una risa a los asistentes. La charla estaba prevista al principio para las 16:00, justo a la hora en que empezaba el apasionante torneo de Sega Rally en su versión de Scalextric. Al final se atrasó, por desgracia, lo que me impidió echar unas carreritas, que en esta ocasión se jugaban en una mesa con su respectiva maquetita muy bien conseguida.
Y, hablando de Sega Rally, esta vez sí pudimos echar unas carreras como Dios manda en la máquina arcade del mítico videojuego, ya que en el 2019 tuvieron que retirarla por avería. En medio de los niños, que se turnaban para jugar –a un juego de hace más de 20 años, ¿eh?-, ahí podía uno disfrutar en este simulador, con tu volante, tu palanca y tus pedales, si bien esto supone un auténtico desafío, al tener que coordinar la dirección con el cambio de marchas. Una experiencia irrepetible. Y, para experiencia, la de intentar superar –sin éxito- el tiempo récord del mítico Micro Hexagon para Commodore 64, que te animaban a batirlo y, así, llevarte un premio.
Como había mencionado antes, en Retropíxel se recaudaron este año casi dos toneladas de alimentos. Las cifras reflejan que hubo una demanda total. Lo malo es que yo fui el domingo por la tarde, y claro, las existencias habían volado un poco. Yo, que iba con mis siete litros de leche, no pude encontrar cosas tan destacadas (como otros hubieran deseado quizás). Había varios juegos de PS2, pero no tengo esta consola. También había algunos de PC. Escogí uno llamado “World War Zero”, que se suponía que era una versión actualizada de “Iron Storm”, un título del 2002 al que las críticas en conjunto no daban muy buen aspecto. Así que, pasado un rato, tras pensarlo mejor, regresé y lo cambié por otro título muy especial.
El juego del que hablo es “The way of the exploding fist”, un título para el mítico ordenador Amstrad CPC 464, que supone una auténtica pieza de coleccionismo. Es un juego de kárate del año 1985, en soporte cassette (que es como se vendían la mayoría de los juegos de ordenador de los 80) y que fue galardonado como el mejor juego de aquel año, junto a otras críticas muy positivas. Y Javitronik y Morgan, dos de los organizadores del evento, confirmaron todo esto: “La de partidas que nos echábamos en su día retando a nuestros amigos en este juego. Este juego es muy bueno”.
La cajita del juego me hace gracia, porque recuerda a una cartera y también a la caja de una cinta VHS en versión de bolsillo. En su interior está la cinta que contiene el software en cuestión. Y el manual de instrucciones se despliega detrás de la carátula del juego, en la que figura el nombre de un karateka que lo promociona, junto a un par de críticas espectaculares de la prensa de la época, y varias posiciones del avatar que manejas (un mogollón de muy bien elaborados píxeles vestidos con un kimono naranja) con diferentes ataques de patadas voladoras, bloqueos, puñetazos o volteretas. Que son 18 combinaciones en total las que podías hacer, tales como bloqueos, barridos, puñetazos o patadas, ¿eh? Cuidado.
Aunque suene a risa, este programa de ordenador pertenece a una época muy exitosa de los videojuegos de ordenador. Pero resulta que actualmente se siguen desarrollando títulos para Amstrad CPC 464. Y, como Retropíxel es un evento dedicado a las consolas y a la informática retro, no podían faltar a la cita algunos de los responsables de esto. En uno de esos momentos hablo con Manuel, que pertenece a Hobby Retro, y quien me habla muy amablemente y con mucho interés de este tipo de videojuegos, aunque estoy perdidísimo en este tema. Me enseña un adaptador en forma de cartucho que existía, por ejemplo, entre algunos accesorios y, por supuesto, la variedad de software que tiene encima de la mesa. Además hay un auténtico Amstrad CPC 464 al lado, para poder trastear un poco con él.
Yo le confieso a Manuel la pequeña desventaja que pueden tener hoy en día estos juegos frente al avance de los gráficos o frente a la jugabilidad que hay. Porque reconozco que, en mi caso, no me despertaría el suficiente interés para engancharme. Él, en cambio, me explica que con estos juegos buscan dar una buena experiencia y una buena trama que puede existir, más allá de la tecnología del momento. Manuel me recomienda dos títulos, que apunto detrás de una de las muchas tarjetitas que tienen, con el logo de Hobby Retro. Estos dos juegos son “Sword of Ianna” y “Los amores de Brunilda”, ambos desarrollados por una empresa española llamada Retroworks.
Por si fuera poco, en la zona de exposiciones, esa maravilla que cada año ocupa la zona central del hall de la Facultad de Derecho de la UMA, se podían ver algunos de los títulos para este mítico ordenador, tales como “Operation Alexandra”, una aventura basada en el 2016 y cuya desarrolladora, 4Mhz, comercializaba por casi 20 euros (ahora mismo se encuentra agotado en su web). Otro título que aprecié es “Nogalious”. Este juego lo tenemos en casa en CD-ROM, porque mi hermano lo ganó en el torneo de Sega Rally que se organizó en 2019.
Y es que Retropíxel supone un pequeño oasis en una era en la que nos rodean la realidad virtual y dispositivos que ofrecen experiencias bestiales de juego que dejan a aquellas consolas a años luz en comparación. Pero aún así, siempre llevamos dentro ese gusanillo que nos incita acoger aquella palanca tan tosca con un solo botón (o aquellos teclados tan antiguos) y manejar píxeles a lo largo de la pantalla. Ya dije hace varios años que un personaje que estaba en mi instituto descalificaba a los juegos así (y a las personas que nos gustan, también). Pero echar un rato a lo que sea sin muchas complicaciones es fantástico, además de la nostalgia que causa entre los que lo vivieron en su momento. También resultan simpáticos estos dispositivos a día de hoy, podría decir, si bien pasarse horas intentando superar a los enemigos de Dark Souls también puede resultar igual o aún más gratificante para muchos.
Yo, para concluir, dejo claro que Retropíxel es un evento anual importante, como otros que hay a lo largo del año. Un evento digno de aprovechar, en el que te reciben genial, en el que te agradecen tu aportación de alimentos (a cambio, además, de alguna cosa chula), en la que puedes aprender mucho, reírte, divertirte y, además, llevarte premios, y, por supuesto, explorar el universo de las consolas y los ordenadores del siglo pasado. Como dejé claro al despedirme (y como mucha más gente pensará), no quiero volver a esperar otros tres años más para la próxima cita. Así que confío en que todo esto seguirá controlado y que en 2023 Retropíxel volverá a invadir la Facultad de Derecho de la UMA.