El día que nació Marcelino, el protagonista de San, el libro de los milagros (Acantilado, 2020), qué planeta reinaría. Por donde quiera que va, qué mala estrella le guía. Manuel Astur (Sama de Grado, 1980) ha escrito una novela con tintes de magia. La brujería desdibuja la realidad de una región, una tradición y sus miles de historias engarzadas en los hórreos que pueblan el norte de España.
Dividido en tres cantares —La matanza, Los gusanos y El macho cabrío—, la obra ensalza la vida en el campo y el mundo rural y bucólico a través de múltiples historias trágicas. Narrado en tercera persona, la novela nos presenta a Marcelino González Álvarez, un hombre que vive en un pueblo asturiano ocupado en sus vacas y vigilante del prado. Es analfabeto y todos lo tachan de «tonto».
Marcelino ha matado a su hermano Manuel —o eso cree él—, aunque ese no era su objetivo. Manuel había ido a su casa a obligarlo a que firmara unos documentos para que se desprendiera de sus propiedades, pero él se negó y se desató la tragedia. Tras este acontecimiento trágico, temeroso de que su hermano siga vivo y busque venganza, Marcelino se esconde en la que fuera la casa de sus abuelos. Allí fue donde, cuando era un niño, se sentía libre de la presencia de su padre, mientras que ahora busca esconderse del fantasma de su hermano —y de la Guardia Civil—.
Los episodios del pasado y de su infancia llegan a su mente y se entremezclan con el presente. El rostro y la bondad de su madre opacan los golpes y el hedor a alcohol de su padre. Desde que este murió, su hermano Manuel acogió en su alma su maldad y comenzó a tratar a Marcelino con desprecio e insultos.
Las historias familiares de antaño se suceden en escenas coloridas, a veces con la guerra civil española de fondo. La memoria, el pasado, el éxodo rural y el abandono y olvido de la España vacía también tienen su presencia ante historias de vidas, mitos y leyendas.
La humanidad, desde las cavernas hasta el 5G, ha contemplado un numeroso abanico de seres humanos, todos similares en estructura corporal y mental, aterradoramente iguales. Tras de sí, el tiempo ha ido dejando un largo reguero de muertos, los muertos que están entre nosotros o que somos nosotros mismos.
Los mayores del lugar añoran los recuerdos de juventud. La nostalgia se cierne sobre el valle y sus habitantes a través de un pasado preciso —sin parangón— condenado al olvido. La miseria, el abuso, el maltrato y la agresividad condicionan la actitud de Marcelino, que se oculta, deseoso de pasar desapercibido en una sociedad que le es hostil.
Las historias de vidas que aquí se encuentra el lector impresionan por su fuerza y realismo, en un valle donde el tiempo parece interrumpido, como la de Sofía o la de Olvido, cuya vejez hizo finalmente honor a su nombre. La tradición se palpa mientras Marcelino se alza como estandarte del oprimido y como un santo inocente delibesiano, contrario a la opresión —del poderoso y del tirano, aunque compartan su misma sangre—.
La narración sigue un camino espinoso donde no es sencillo seguir la trama por los continuos saltos en el tiempo y de una historia a otra. El desahucio que sufren los pueblos abandonados sale a relucir entre las historias que intercala el narrador. Los diálogos están bien construidos y la historia está hilada de manera que no aburre.
Este es, en definitiva, un libro lleno de milagros, de elementos fantásticos y mitos de la naturaleza que cobran vida. Desde que Astur naciera —que escribiera este libro, que yo lo leyera— hasta que usted lea esto: esta confabulación del mundo y alineación de los planetas es, ni más ni menos, una concatenación de milagros.
El realismo mágico, por tanto, hace que esta historia —que va más allá de Marcelino— se salga de los márgenes de lo real e introduzca al lector en un delirio. Astur en esta obra no busca tanto la crítica social como la alabanza de lo rural y ha escrito un libro sin alardes, solo contenedor de historias atractivas en torno a una vida trágica, todo ello construido con un lenguaje cautivador.
En mitad de algunas de estas historias, el misterioso narrador ocasionalmente inserta en la narración la frase: «Tenemos la voz y tenemos el tiempo. Tenemos todo el tiempo. Es el momento». Quizás ha llegado el momento de afirmar que Astur —autor de obras como Seré un anciano hermoso en un gran país o Quince días para acabar con el mundo— ha escrito un libro que es un milagro.