Un mundo mudable

Escrita por Eimear McBride, 'Los bohemios menores' trata una de las historias de amor más puras de las que pueden leerse en la narrativa contemporánea.
los bohemios menores
los bohemios menores

La escritura de Eimear McBride (Liverpool, 1976) no es para todos los lectores. Cuando uno se adentra en Los bohemios menores (Seix Barral, 2021, con traducción al castellano de Rubén Martín Giráldez), entiende poco o nada, y puede pensar en abandonarlo. Sin embargo, si supera la muralla de las primeras páginas, descubre tras ellas el vergel que esta le impedía ver.

Esta novela, ganadora del premio James Tait Black Memorial, se desarrolla entre 1994 y 1995 y se divide en trimestres. Su protagonista es Eily, una chica irlandesa de dieciocho años que vive en Londres para estudiar Arte dramático. Va a clases por la mañana y algunas noches sale de fiesta, bebe y fuma. En una de las salidas conoce a Stephen, un actor de treinta y ocho años, y se desata entre ellos el amor y la pasión.

La novela comienza cuando Eily va a una audición para ser actriz. Ahí está el comienzo de su vida, dice ella. Al principio se siente desubicada, pero empieza a integrarse entre los compañeros de su clase, de la cual ella es la más joven. Se mueve por un mundo mudable donde todo cambia constantemente. Eily se muda varias veces y no encuentra su lugar en una ciudad donde todo cambia: las casas en las que vive, las camas en las que duerme, ella misma. 

Una noche, sale de fiesta con una compañera. Allí conoce a Stephen porque a este se le cae la ceniza del cigarro sobre ella. Entonces, su compañera se marcha y los deja solos, propiciando así el comienzo de su relación. Él, dice, lucha por mantenerse indiferente, pero le es imposible no enamorarse de Eily.

Entre ambos hay una diferencia de edad importante, y también un contraste en experiencia, pues ella apenas está abriéndose al mundo mientras que él tiene veteranía y demasiadas anécdotas a sus espaldas que le relatará conforme afiancen su relación. Sin embargo, nada de esto importa si se aman. Al principio, su relación es abierta, nada serio y mucho menos con compromiso. Poco a poco, se formaliza y vemos la evolución de la pareja, tanto individual como grupal. No dicen sus nombres propios hasta bien entrada la historia, lo que hace del principio un relato despersonalizado que luego sí toma forma humana.

Desde el principio, el lector advierte que Stephen no es un mal tipo, no es un malote, sino alguien empático y sencillo. Eily tampoco es como la pinta la sinopsis, pues aunque sale de fiesta alguna vez y se emborracha, es una joven como cualquier otra. Al menos, así es como habla de sí misma, puesto que narra la novela en primera persona. Eily está adaptándose a Londres, donde se siente forastera e incluso víctima de xenofobia por ser irlandesa. Irlanda es un país cerrado en sí mismo, como ella misma, según dice Eily. Ese hermetismo, sin embargo, se rompe en Londres, donde ella queda al descubierto y se desnuda, literal y metafóricamente, ante Stephen.

Aunque no se ven durante las vacaciones, sus encuentros son cada vez más lúbricos y cercanos en el tiempo, llenos de sexo. La historia se desarrolla entre sus encuentros sexuales y los paseos por Londres, cual flâneurs, a cafés o teatros, hasta la mitad de la novela. Entonces, en una de las noches que comparten cama, Stephen le cuenta la historia de su pasado, que copa gran parte del libro. La historia de Stephen, al final, se convierte en el núcleo de la novela, en un punto de inflexión a partir del cual todos los acontecimientos se encauzan.

Todas las personas sobreviven con sus demonios interiores y fantasmas del pasado a cuestas. Afrontan su presente y las relaciones con los demás de la mejor manera que pueden. La historia de la infancia y juventud de Stephen rompe en pedazos al lector y a la propia Eily, que reconoce que todo en ella está roto. Stephen tiene un tic nervioso que evidencia esas heridas, ese daño que percute el cuerpo del hombre. El cuerpo se erige como cárcel, de cuyos barrotes los recuerdos no pueden escapar.

Eily quiere despellejarse. Si pudiera, lo haría para empezar de nuevo, sin sus recuerdos y su pasado, que quedan impregnados en su piel, para siempre maldita. Stephen también lo haría, y con más razón. Carga con una mochila que a veces ha sido demasiado pesada de llevar, pero ha sobrevivido. Solo por la esperanza y el amor. Tener un salvavidas a mano cuando la vida amenaza con hundirte es milagroso, por lo que Stephen se agarra al apoyo de Eily para no caer, esta vez para siempre.

Los bohemios menores trata una de las historias de amor más puras de las que pueden leerse en la narrativa contemporánea. Habla sobre las relaciones sentimentales, cuánto da cada uno en ellas, el placer, la convivencia, el sexo, la violencia, las despedidas y el miedo a que se marche la persona que más quieres. También sobre la infancia traumática, los abusos y traumas, la libertad y el cierre de heridas del pasado, la adicción a las drogas, los límites que ponemos para frenar ciertas situaciones y el mundo del arte dramático.

Esta novela está llena de otros temas, como la salud mental, el rencor, la paternidad y la soledad no escogida y lo dañina que es. Asimismo, el lector se plantea cuánto dolor es capaz de soportar una persona. Su relación también está llena de libros. El día que se conocen, Stephen lee Los demonios, de Dostoyevski. Luego, él le prestará libros a ella, como Nieve negra, y ella le enseñará a no tratar tan mal el lomo de los libros.

Ya reseñamos en Llegir.cat Una chica es una cosa a medio hacer, la primera novela de la escritora británica en España y en la que ya sorprendió con su forma de escribir tan particular. En Los bohemios menores vemos de nuevo cómo la autora introduce muchos puntos que interrumpen de forma constante la narración, angustiando y creando una narración telegráfica por momentos. Bajo esa capa hay un lirismo oscuro y lleno de simbolismo, y el lector no puede evitar tener la sensación de que está perdiéndose en un mar de confusión y que se le escapan detalles.

La autora juega con el lector y plantea una historia con el ritmo que desea darle. Hay puntos donde no corresponden y no los hay donde sí. Juega con las mayúsculas, corta frases a la mitad, las separa con más de un espacio o pone en letra de menor tamaño sus pensamientos, pero incrustados en la narración, sin separarlos, como los diálogos. Ese maremágnum, seña de identidad de McBride, aunque desorienta al principio, no puede emborronar la historia que hay detrás. Conforme avanzas, con fe, te adentras y pasas a formar parte de la madeja. Aprendes a descifrar el embrollo sin ser consciente de ello porque la historia de McBride se va haciendo transparente, desnuda. Una historia que, contada de esa manera, cala en el lector hasta crear humedades en su interior.

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