Domingo por la mañana. Las inmediaciones de la calle Alcazabilla rezumaban olor a café con pan tostado en las soleadas calles de noviembre. Justo en la esquina, allá donde la plaza de la Merced saluda a lo lejos y la Alcazaba resopla por detrás, una muchedumbre de adultos escépticos y con las persianas aún bajadas a media luz en sus ojos aguardaban con impaciencia en el Cine Albéniz. La mítica y octogenaria sala 1 aguardaba un mundo de fantasía y diversión. La 30ª edición del Fancine había llegado.
El público enmudeció tajantemente, como si una espada de corsario les atravesara el corazón de un plumazo, alrededor de todos los remates, cortinas y puertas del habitáculo por un instante que se prolongó hasta las 2 horas. Porque ahora todo era diferente. Ya no podían sostener sus móviles con una sola mano, ni mirar a la pantalla sin sostenerse de puntillas. Ni siquiera podían vislumbrar las escenas sin estallar en gritos de júbilo. Habían vuelto a su infancia. Eran niños de nuevo.
Asistimos a la proyección de Wendy (2020), una reimaginación actualizada, moderna y distópica del clásico que J. M. Barrie dotó de polvos de hadas hace ya más de un siglo para hacer volar los sueños de todos los niños del mundo, Peter Pan y Wendy. Con dirección del neoyorkino Benh Zeitlin, a partir de un guion de él mismo y Eliza Zeitlin, la película retoma con un soplo de aire fresco de las aventuras del niño que nunca creció bajo una perspectiva distinta, en la que esta vez es Wendy, representada por la joven actriz Devin France, la que toma los galones de protagonista para presentarnos en un pueblo del medio oeste en EEUU donde nada pasa y el tiempo vuela mientras su madre sirve cafés, huevos revueltos y Bacon en su cafetería.
Ella, junto a sus hermanos Doug-O y James, imaginan el tren que pasa al lado de su ventana como la escapatoria a la aventura. Una que no tiene paradas, por lo que deciden saltar de madrugada a la máquina para ir junto al chico misterioso de los vagones: Peter Pan. Hasta llegar a la isla misteriosa, donde nada envejece y el tiempo no vuela, sino que se divierte jugando.
La historia da un nuevo giro de tuerca para introducir temas más delicados y subyacentes como el dolor por la pérdida, el sufrimiento por el cambio en las relaciones entre amigos y la pérdida de la ilusión en la vejez, desimpregnando el exceso de niñez para tomar partido en un viaje a medio camino entre la fantasía de rotar por la selva como un niño y afrontar la vejez en el ocaso costero de los últimos días. Un mundo lleno de criaturas sobrenaturales, volcanes rugiendo en el interior de la tierra y vestigios de un futuro pasado en el que los extremos no se tocan. Los niños, dirigidos por un Peter Pan de raza negra, e interpretado por un carismático Yashua Mack, son la locura personificada y los ancianos, la pérdida de la ilusión por vivir.
El desarrollo viene acompañado por una banda sonora dirigida por Dan Romer y el propio director, donde los violines, tambores piano y cánticos de los chicos convierten una aventura para niños en una odisea para cualquier aspirante a pirata sea joven o adulto. El tono infantil se desvirtúa en muchos puntos, y no tiene miedos en mostrar escenas que implican la aparición de sangre para darle un aire adulto y algo cruento, pero sin dejar el aura de fantasía y aventuras. Es muy destacable los extraordinarios efectos especiales junto a los planos de cámara a hombro mientras la troupe de los niños perdidos corretea por calas, bosques, montañas y barcos abandonados.
El film, presentado en el Festival de Cine de Sundance 2020 y que ahora abre esta 30ª edición del Fancine, invita a reflexionar sobre la puesta en común de estas dos realidades dispares. Un momento en el que la energía y la calma se alineen para formar un eclipse que sirva como punto de inflexión para entender que la alegría de vivir no entiende de edades. Porque nunca se es demasiado viejo para ser un niño ni hacerse mayor significa dejar de disfrutar. Y que tu familia siempre está presente. Wendy personifica la combinación perfecta de esos dos mundos, siendo la conciencia perfecta para que Peter reflexione acerca de su modo de vivir y entender la vida, al mismo tiempo que asistimos a una remodelación tanto de aspecto como de origen del Capitán Garfio. Algo que sin duda sorprende a partes iguales.
Crecer también puede ser una gran aventura. Y no es malo hacerlo, sino dejar de sentir nuestra quimera de felicidad, emoción y esperanza que nos vuelve a encender la chispa de bailar hasta que nuestros pies se derritan, extender los brazos a lo Di Caprio en el acantilado más alto y pedregoso mientras sientes que eres el “Rey del mundo” o reír hasta llorar con las historias que tus amigos, tú y tu familia os quedan por contar y vivir en este bonito mundo llamado Tierra. “No pierdas la fe, pareces mayor”.