Nadie podía esperar que el 2020 iba a empezar así. En ocasiones, la realidad supera a la ficción, y en este caso queda demostrado. Durante estos días pienso bastante en «Fear The Walking Dead», aunque con humor. Porque en la precuela de la popular serie nos vemos inmersos en un mundo normal, como lo es el nuestro, en el que la ciudad poco a poco se va infestando cada vez más de zombis hasta llegar a la situación posapocalíptica en que Rick Grimes despierta del coma en «The Walking Dead».
Las calles están casi desiertas. El número de vehículos que circulan ha bajado, pero bien, si tenemos en cuenta que vivo junto a una arteria de tráfico importante en Málaga. Las discotecas, bares y restaurantes, precintados. Y eso acostumbra a vivirlo uno cada domingo, pero no varios días seguidos, como va a ocurrir ahora. España sin Fallas, sin Semana Santa. Unos hechos que no ocurren desde la Guerra Civil, lo que demuestra lo grave que es la cosa. No solo en España, sino en el resto del mundo. Sin fútbol durante lo que queda de mes, de momento. Sin Fórmula 1, al menos, hasta junio…
Leo en Twitter continuas publicaciones de gente que se muestra asustada, con ansiedad… Preocupados ante lo que se está viviendo. Es cierto que vemos mucha ficción y eso influye. Pero en España, desde hace casi dos meses que se dio el primer caso, hay ya más de 6.000 infectados por Coronavirus y casi 200 fallecidos. Y de la noche del viernes al sábado, pasaron de 4.000 casos a los que son ahora. Es decir, a un ritmo bestial. A pesar de ello, no debemos perder la calma, sino obedecer a lo que el Presidente del Gobierno nos ha ordenado hacer durante estos 15 días. Y seguir los consejos que hemos podido recibir de fuentes FIABLES, tanto en higiene como en salir de casa lo menos posible. Yo, por mi parte, no siento ningún miedo respecto al tema. Decretar el estado de alarma era lo propio, ya que aún estamos a tiempo de frenar este exponencial contagio y que, de no haber hecho nada, esto puede ir a peor.
El motivo de poner un poquito en marcha mis dedos por aquí es fruto de una ligera reflexión que he ido teniendo durante toda la semana hasta hoy. Durante estos siete días se han vivido cosas de película. Cosas tristes, ya que mucha gente ha perdido a familiares o amigos por culpa del Coronavirus, o los tienen muy lejos y no pueden estar juntos como quisieran. También hemos podido ver cosas que dan cierta vergüenza ajena, como lo que se ha visto en varios supermercados del país. Hay quienes han llenado los carros hasta los topes para luego revender los productos, lo que denota una situación propia de una guerra y también muestra hasta dónde puede llegar la gente. Pero esto último tiene una parte positiva. Sí. «Pueden encontrarse aspectos positivos hasta en las cosas negativas, y se puede utilizar todo eso como experiencia como experiencia para el futuro, ya sea como piloto o como hombre», decía el legendario Ayrton Senna. Y cada vez coincido más con su frase.
Los ataques de la oposición al Gobierno para ganarse unos votos han sido tan frecuentes como lamentables durante esta semana, a raíz de la que pudo ser una mala elección permitir que se desarrollaran con normalidad actos como las manifestaciones por el Día de la Mujer del 8M en toda España. Pero el efecto que ha dejado el Coronavirus ha sido algo que no se terminaba de prever, aunque sí que podíamos ver el efecto en Italia y en China. Lo que a mí me ha dado por pensar es que creemos que vivimos en una especie de Fort Knox, es decir, en nuestra España fortificada y segura, en la que estamos a salvo de cualquier cosa rara de esas que ocurre fuera de nuestra visión.
Es, como yo llamo, «la filosofía del Titanic», que aplicamos mucho a los casos de inmigración, ¿no? Aquí no se para de alardear de que vamos a tener «una invasión de inmigrantes», que aquí «no podemos acoger a todo un continente», o cosas asi. Y, mientras conocemos casos de personas que se dejaron la vida cuando intentaban llegar a Europa, con el fin de escapar de esa pesadilla, muchos se ponen como el novio de Rose y piensan, aliviados, que «nosotros, por suerte, no seremos los que nos acabemos así». Con la crisis del Coronavirus nos ha quedado claro que nada de esto es cierto. Vivimos en el mismo planeta, en las mismas circunstancias (quitando los conflictos, situaciones sociales y económicas que pueda haber en diferentes lugares) y, ante una crisis así, todos podemos acabar igual que el vecino. El otro día pude leer en El País un artículo en el que el autor imaginaba una posible distopía en la que nosotros tuviéramos que huír de nuestro país hacia África, en busca del calor, para combatir el Coronavirus. Y entonces nos encontraríamos en la misma situación: los africanos no querrían recibir a europeos que porten enfermedades y nos podrían hasta disparar o cosas así. Como decía el piloto brasileño, en lo malo también hay cosas buenas. Y, en este caso, esta situación nos va a ayudar mucho a pensar. Pero este es solo uno de los aspectos.
Desde ayer por la noche, a partir de las 22, hasta que esto acabe, toda España aplaudirá desde sus balcones, en homenaje a los sanitarios, que están siendo los auténticos héroes de esta pesadilla, propia de una ficción, pero que estamos viviendo en persona. No debemos olvidar, eso sí, a los Cuerpos de Seguridad del Estado, que también se encargarán de mantener el orden, ni tampoco dejar de lado a los trabajadores de los supermercados, desde los transportistas hasta los cajeros y cajeras, que son los que permiten que podamos comprar cada día nuestros suministros. Es agradable percibir la solidaridad de todos estos ciudadanos, al igual que algunos hoteleros han ofrecido sus edificios para alojar temporalmente a los pacientes, o algunos vecinos de todo el país se han ofrecido voluntarios para ayudar a aquellos otros que no pueden salir estos días a hacer la compra.
Uno no puede evitar emocionarse un poco cuando escucha todos los aplausos en su avenida, en gesto de agradecimiento y de apoyo total, ya que no recuerdo tanto jaleo desde el verano del 2012, que fue cuando España ganó su última Eurocopa. Este es el primer paso. Pero no es suficiente. Hay que ir más allá. El siguiente paso consiste en ser responsables en las urnas, y votar a aquellos que prefieren proteger la sanidad pública en lugar de aplicarle recortes y de favorecer más a lo privado. Porque ahí se ha visto que las clínicas privadas acabaron pasando a los hospitales públicos gran parte de los afectados por el COVID-19.
Porque, como ya he dicho, es emocionante ver el gesto de apoyo de todos los españoles, que supone el verdadero patriotismo: tener unos servicios que puedan velar por nosotros en las peores situaciones. Una sanidad en condiciones, que pueda cuidar bien de nosotros, al igual que unos buenos cuerpos de rescate y de seguridad. Como también lo debería seguir siendo una empresa eléctrica que garantizara que nadie tuviera que acabar alumbrándose con velas al no poder pagarse la luz. Otros, por desgracia, abogan por defender unos simbolos y unas fiestas que, dependiendo de qué fiestas se traten, pueden quedar muy chulas, pero que, junto a las banderas, no nos sacan de apuros así, como nos han demostrado estos ya exhaustos héroes. Encargar un análisis de Coronavirus a un laboratorio privado mola. Cualquiera que se lo puede permitir tiene todo su derecho. Pero hay que preocuparse de garantizar un servicio de calidad para todos los… ¡españoles!
Yo, por todo esto, y sin aprovecharme de momentos así, si mantengo ciertas esperanzas durante estos, en principio, 15 dias de cuarentena que nos esperan. Tengo esperanzas en que la gente valore mejor lo que tiene, y que se de cuenta de la importancia de proteger lo que disponemos. También espero cierto cambio de mentalidad en todos aquellos. Porque muchas personas de barrio que posiblemente votan a la ultraderecha y cargan contra los inmigrantes han podido ser estos días presa de un pánico irracional que, como hablaba antes, les ha llevado a saquear los supermercados, sin preocuparse de quienes en ese momento no podían ir a comprar por motivos de trabajo o por cuidado de personas y que, cuando llegaron más tarde, se encontraban los estantes vacíos. Todo esto a pesar de que los dueños de los supermercados han dejado bien claro que el abastecimiento estaba asegurado. Si esto nos pasa ante un virus, podemos imaginar lo que se puede hacer si en nuestro barrio empezaran a caer bombas y empezaran a disparar…
Como he dicho, hemos pasado de creernos a salvo en nuestro Fort Knox cañí, de ir en primera clase en el Titanic, a vernos en la misma situación que puede estar cualquiera. Quizás el destino nos haya puesto a muchos en nuestro sitio, y ahora toca reflexionar durante estas semanas. Tampoco demasiado, eso sí, ya que nuestra mente puede convertirse en nuestro peor enemigo. Pero un retiro prolongado nos puede ayudar a encontrarnos con nosotros mismos y a entendernos mejor y a entender mejor la situación también. Así que solo queda desear mucho ánimo durante estos días, que, gracias a nuestra implicación, pronto quedarán para el recuerdo.


