Vamos a comprar un poeta (Libros del Asteroide, 2025, con traducción al castellano de Rita da Costa) no llega a las cien páginas y sus capítulos rondan las dos o tres en su mayoría. El mundo que Afonso Cruz (Portugal, 1971), cineasta, ilustrador y músico además de escritor, dibuja aquí es uno paralelo y distópico, pero quizás no tan distinto del nuestro. En él, las personas son números y no nombres y el materialismo lo rige todo, hasta las emociones se miden o se pesan, como en una carnicería. Tanto que los artistas ahora son mascotas. Esta historia está protagonizada por una familia que decide comprar un poeta porque, a diferencia de los escultores o los pintores, los poetas no ensucian y son más baratos. Sin embargo, la llegada de este poeta marcará a la familia.

La novela comienza con una demostración de la distopía en que nos encontramos: se recuenta todo, desde los gramos de los alimentos que consumen hasta los mililitros de saliva que se desprenden al hablar, todo ello en favor del crecimiento y la prosperidad, como dice el padre de la narradora, y que parece una parodia del famoso saludo en Star Trek: «Salud y prosperidad», solo que aquí se prefiere el crecimiento a la salud. Tienen una fórmula de saludo muy parecida a la de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, solo que en lugar de dirigirla hacia la maternidad y la fertilidad, lo hace, de nuevo, hacia el crecimiento y los números. Se afirma que los afectos, aunque no reporten nada material, pueden generar algún beneficio a la persona, aunque no está comprobado del todo ni sea seguro. Resulta abrumadora la cantidad de datos que se introducen todo el tiempo de las acciones más nimias. Todo está estipulado y medido de forma estadística: el hermano de la narradora dice haberse enamorado un 70 %, por ejemplo.
Cuando la narradora propone comprar un poeta, su madre está en desacuerdo, pero el padre dice: «De acuerdo, compraremos un poeta. ¿Cómo de grande?». Cuando van a comprarlo, comprueban que hay poetas de todo tipo: los que llevan gafas son más caros, por ejemplo, y el rasgo más temido de los poetas es su subversión, que es el equivalente a la rabia en los perros. Igualmente, los libros y las libretas no son de autores o editoriales, sino de diferentes marcas. Los muebles de la casa de la narradora también están patrocinados con marcas. Aquí, los poetas son una especie más, con sus características intrínsecas diferentes a las de los humanos corrientes. La sociedad está dividida entre quienes piensan que los afectos y el arte sirven para algo, aunque no sea material, y quienes piensan que si no aportan nada material, no sirven para nada, algo no tan distópico.
En este mundo paralelo, las expresiones actuales son arcaísmos y los poetas están aquejados por la enfermedad del idealismo, aunque pueden tener beneficios incluso para el estrés en las personas que los compran. La familia de la narradora no se libra de verse aquejada también, aunque en su caso por las ansias de dinero. De hecho, tienen ejemplares de una revista llamada Dinero es felicidad; en la habitación, en lugar de pósteres con estrellas de la música, tienen pósteres con estrellas de la bolsa, y el hermano de la narradora se llama Mammón, que, según puede verse en internet, es una figura demoníaca que representa la avaricia, la codicia y el deseo de cosas materiales. El dinero es su religión, y todo gira en torno a él. Sin embargo, esto no implica que posean más riqueza, puesto que, a partir de la compra del poeta, su economía empieza a ir mal.
En esta sociedad, para tener la razón solo se puede argumentar con estudios que muestren datos. Bien lo sabe el poeta, que sufre incomprensión en el entorno familiar y en el exterior, pues en algún momento unos chicos le tiran piedras. Esta violencia sería extrapolable a la intolerancia que la poesía, al igual que otras artes, encuentran en la sociedad actual por su naturaleza de no aportar algo material. La decisión de comprar un poeta supone una evolución en la narradora, que se vuelve antiutilitarista y, por tanto, una marginal en su propio entorno utilitarista: «La cultura no se gasta. Cuanto más se usa, más se tiene», defiende. El poeta les enseña, de forma tácita, la ambigüedad y la inexactitud, y eso va calando en la familia. Asimismo, la entrada de la poesía en el hogar rompe la rigidez y provoca una ruptura del patriarcado, el machismo y otras normas estrictas.
Vamos a comprar un poeta es una novela con una crítica feroz pero llena de humor al capitalismo, el consumismo, el utilitarismo, la eficiencia, la explotación en el mundo laboral y la productividad. Es una obra sobre la poesía hecha con poesía, puesto que muchas de las frases incluidas en la narración son versos extraídos de poetas célebres, como se dice al final: «La poesía es un dedo que se clava en la realidad». La creatividad se compone y se nutre tanto del error como de la inutilidad, y es en la inutilidad donde reside el altruismo de las acciones humanas. Aquí, se aprecia que la poesía es capaz de florecer lo que está marchito, aunque por «florecer lo marchito» se entienda la decadencia del consumismo, y el autor lo demuestra en un libro breve y lleno de metáforas porque no hace falta mucho más para expresar la grandeza de este arte.
En el epílogo, el autor expone de forma explícita la crítica al capitalismo y al utilitarismo. Esta oda a la cultura y a aquello que nos hace más humanos, como es la poesía, demuestra que la imaginación y la ficción son la base de cualquier creación y, por tanto, lo inútil es la base de todo lo que se llama útil. También es una crítica a la poca inversión que la cultura recibe en Portugal, el país natal del autor. Es un libro ideal para contemplar la originalidad y la capacidad imaginativa del autor, pero en realidad no me ha gustado más allá de lo que intenta reflejar y de la crítica que contiene. La poesía fue deporte olímpico alguna vez en la Historia, pero ahora sufre los problemas y la tragedia propia de un mundo dedicado al materialismo y al consumismo y subyugado al poder del dinero y la utilidad. La importancia de las metáforas y el beneficio de que no todo sea literal han quedado atrás, como las humanidades, entendidas como inútiles, de las que escribió Nuccio Ordine, escritor italiano y Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.


