Un momento de ternura y de piedad (Reservoir Books, 2024) es la primera novela de Irene Cuevas (Madrid, 1991), protagonizada por una narradora que no soporta a su madre, que tiene instinto suicida. De hecho, su madre intentó suicidarse con dieciséis años, cuando estaba embarazada de ocho meses de ella, y ahora está ingresada en un hospital psiquiátrico. «Lo que más me gusta de mi madre es que esté muerta», reza una cita de Sinéad O’Connor al inicio del libro. La narradora se dedica a cuidar a mujeres mayores para luego asesinarlas por encargo de sus hijos varones hasta que se enamora de una de ellas y se plantea si continuar.
Un día, la protagonista recibe un encargo muy bien pagado, y por adelantado. Debe asesinar a Lucía, una mujer joven, algo diferente y especial. Está enferma de los pulmones, pero es corpulenta y tiene una apariencia sana. La narradora ha cortado recientemente con la que era su novia y ahora su vida consiste en espinacas y desamor, como dice. Sin embargo, Lucía supone un nuevo aliciente en su vida, luz en mitad de la oscuridad, y se debate entre su profesión o lo que le manda su corazón.
La narradora es «una chica que lleva a su madre a cuestas» para no extinguirse tan rápido. Asesina a las mujeres mayores a las que cuida con pastillas. A ella ya la asesinaron en el pasado con silencios y con desapariciones, que matan más rápido y de forma más dolorosa que un cuchillo. Hay venenos y tóxicos que se introducen en el cuerpo, pero también hay otros que se transmiten con palabras o gestos. La protagonista se pregunta: cuando una persona se marcha de una relación y se lleva todo el amor, ¿qué hace con él? «Odiamos porque estamos cansadas de lo que no hemos elegido», dice la narradora.
Un momento de ternura y de piedad es un thriller lleno de intriga y humor negro, la mezcla más mordaz de afecto y crueldad, de lo rosa y lo oscuro. Se trata de una novela que gira en torno a la muerte, a los asesinatos, con presencia de cementerios y negocios funerarios, y sin embargo la luz entra por sus páginas y la viveza de personajes como Lucía oculta todo lo demás. El fondo argumental es triste y habla del descontento, la muerte, la soledad, el no apreciar algo hasta que es demasiado tarde y lo pierdes…, todo impregnado por un lirismo trascendental. Es como si Irene Cuevas, con su escritura inmaculada, atravesara paredes, pieles, y retratara lo que ve de forma sobrenatural.
Esta obra es un retrato de la deshumanización o el desdén hacia los otros como crítica en la sociedad actual al mismo tiempo que un juego literario con presencia de grandes escritoras. Ahonda en los traumas de la infancia y en las carencias de la protagonista, así como en sus consecuencias del futuro, puesto que aquello que vivimos en la más temprana edad determina quiénes seremos y qué haremos después. Ella, que padeció el sentimiento de abandono por parte de su madre, siente insatisfacción al entender la diferencia entre lo que se quiere y lo que se tiene. Siempre es más fácil vencer a alguien que cambiarle, dice la narradora, así como que el amor es la peor droga.
A mi parecer, esta historia explota en la cara del lector por su originalidad. Se le escapa entre las manos mientras sigue las huellas de la narradora. Por eso mismo, es un libro que maravilla y que gusta mucho. Al final, es inevitable no acompañar a la protagonista, sin juzgarla, y entender que el amor solo aparece cuando estamos a salvo. «Cuando me siento a salvo, puedo amar», dice Louise Glück. Pero ¿cuándo estamos a salvo? Sobre todo, teniendo en cuenta que todas las personas somos «agua y tristeza», como dice la propia narradora.