Un necesario descanso es lo mejor que le ha podido pasar a True Detective. Después de una exitosa primera temporada estrenada en enero de 2014 protagonizada por Matthew McConaughey, la serie antológica volvía en verano de 2015 con una tanda de episodios protagonizados por Colin Farrell y Vince Vaughn que no mantuvieron el interés y que se ganó críticas negativas. Tres años y medio después de este sonado desastre, cuando parecía que la ficción había sido cancelada, HBO ha decidido producir y estrenar la tercera temporada, protagonizada por Mahershala Ali.
En estos nuevos episodios, la investigación del caso se plantea en tres líneas temporales, además de haber un claro protagonista (Ali) en vez de dividir su atención entre dos protagonistas. Otro de sus cambios ha sido el dar mayor interés a los detalles íntimos, lo que hace que los personajes tengan mayor humanidad. Esto es muy positivo, aunque en algunos momentos da la sensación de que el caso queda de lado en beneficio de la vida personal de sus protagonistas.
A diferencia de su segunda temporada, la tercera tiene muy clara sus principales focos de interés. Por un lado, quiere esclarecer la misteriosa desaparición de dos niños y, por otro, busca centrarse en los sospechosos que van surgiendo y en cómo se aborda su implicación por los acontecimientos inesperados que se van sucediendo.
True Detective va saltando de un año a otro con una agilidad indiscutible sin la necesidad de tener que explicárselo al espectador. La popular ficción de la HBO vuelve a sus raíces. Pese a no ser tan brillante como en su primera entrega y tener defectos fácilmente identificables (quizá debido a que estamos muy acostumbrados a ver demasiadas series de este género), sí que es muy disfrutable y permitirá que el espectador esté con el corazón en la mano hasta el último segundo sin saber lo que va a pasar.