Diario de una diversa

Mármara nos ofrece el demoledor relato de Alda Merini, escritora italiana que estuvo encerrada en un manicomio.

«Afuera se habla con frecuencia de la soledad, como si existiera un solo tipo de soledad, pero nada es tan feroz como la soledad del manicomio. En aquella despiadada repulsión por todas partes se meten serpientes de tu fantasía, picaduras del dolor físico, la aquiescencia de un catre sobre el que babea la otra enferma que está a tu lado, más arriba. Una soledad de los olvidados, de los culpables. Y tu camisón se vuelve insustituible, y también los harapos que llevas puestos porque únicamente ellos conocen tu verdadera existencia, tu verdadero modo de vivir».

Este párrafo demoledor puede resumir perfectamente lo que Merini cuenta en las páginas de este breve libro traducido por Carlos Skliar y publicado por la editorial Mármara. Es la primera obra que leo de esta autora tan desconocida en España, pero que cosechó en vida varios premios literarios.

Merini estuvo un tiempo en un hospital psiquiátrico, pero al final del libro asegura que esta historia no tiene por qué ser la suya, no tiene por qué ser verdadera, ella no lo confirma ni lo desmiente.

Sea como fuere, la hace suya, y escribe en esta obra un diario donde la protagonista y narradora no se esconde y relata su estancia de diez años en un manicomio. Entre soledad y horrores, la protagonista consigue producir poesía y hace que, entre tanta oscuridad, brillen rayos de sol.

La narradora terminará teniendo cuatro hijas, pero cuando solo tiene dos, agotada por la rutina y el trabajo en el hogar, decide huir. Como reprimenda, la intentan en un manicomio y como consecuencia se quedará allí una década. Cuenta que se volvió loca nada más entrar en aquel lugar y ser consciente de dónde iba a estar durante los siguientes años.

Asimismo, habla del estigma que era ser ingresada en un manicomio, más aún para las mujeres que para los hombres. Actualmente, de hecho, todavía quedan restos de estigmas en el simple acto de ir al psicólogo o al psiquiatra. Ella misma admite que, estar ingresada en un manicomio, socialmente está solo un peldaño por encima de estar en prisión.

Dibuja a través de estas páginas a los enfermos mentales como seres entrañables y dignos de lástima, y a las enfermeras como personas diabólicas y viles. Entre aquellas paredes escribiría muchos poemas para escapar del silencio y conocerá a Pierre, un afable enfermo con el que establecerá una dulce relación de amistad —no llegan a nada más, entre otras cosas, por la prohibición que hay en el manicomio de no mantener relaciones sexuales entre pacientes—. Allí, a las enfermas las hacían sentir culpables por todo, incluso por aquellos que deseaban o pensaban, y por eso tenían tanto miedo.

Pero Merini se resarcirá de ese temor en las cartas que le escriba a Pierre cuando a este lo destinen a un centro de enfermos crónicos. Estas misivas se recogen en la segunda mitad del libro y serán, por momentos, grandilocuentes, llenas de promesas, amor y metáforas.

Unas páginas más tarde, cuando Merini sale del relato que no sabemos si es real o no, muestra una prosa más serie, más enfocada a concienciar socialmente sobre los manicomios y los enfermos mentales. Son dos personas diferentes, la que narra el relato y la del apéndice posterior.

Este es un libro muy feminista, aunque no sea una de las aptitudes que se destaquen de él, porque la narradora se rebela contra el mandato de su marido de internarla, lo cual corta la libertad propia de una mujer que, en aquella época, debía estar sometida simplemente al papel de ama de casa-madre-esposa.

Con gran carga visual y una crítica feroz a la sociedad y a las instituciones psiquiátricas de la época, Merini caminará erguida entre estas páginas intentando lavar su imagen y mostrando una lucidez pasmosa. Aunque la historia trate de una enferma en un manicomio, Merini envía un mensaje a la sociedad en general, por lo que es una obra muy recomendable para tomar en consideración lo que la autora tiene que contarnos sobre su experiencia y su opinión.

Todo lo cuenta ella con una sencillez narrativa que hace accesible y amena su historia en el manicomio y su salida al exterior, donde se dio cuenta de que el infierno real es la sociedad, que te juzga.

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