Estoy delante del portátil en una noche en la que he decidido hacer un pequeño paroncito en la Feria de Málaga. En su lugar, estoy con el canal PTV de fondo y dispuesto a escribir algunos párrafos sobre el popular evento de la ciudad y lo que a este concierne que, a este paso, poco le queda para pasar a mejor vida.
El año pasado, en un blog en el que de vez en cuando suelto alguna que otra parida (“Chorraventuras”), comparé a la Feria con las pipas. Y creo que no me falta la razón. Porque este evento se ha transformado en un producto y se ha segmentado hasta tal punto que empieza a perder su esencia, al igual que podemos encontrar pipas con sabor salado, tijuana, barbacoa, bacon e incluso a una popular franquicia de hamburgueserías. Por no hablar del sabor que sacaron a la popular marca de bebidas energéticas (y poderosa escudería de Fórmula 1). Todo esto con el objetivo de que todo el mundo consuma lo mismo, con ligeras diferencias, para obtener mayores beneficios. Y, en cierto modo, lo que ocurre en la Feria es una pena.
Veras, ya he dicho que estoy con PTV de fondo. Un reportero se encuentra preguntando a la gente que cómo prefiere ir a la Feria: si solos, con amigos… Después de que uno de ellos, con ganas de cachondeo, diga que “en bús es la mejor forma”, una muchacha da las gracias al Alcalde por haber alargado tanto la Feria, pero, en cambio, le pide «que pongan más reggaetón en la Caseta de la Juventud, en vez de tantos géneros que no interesan a nadie». Y yo me pregunto: «¿En serio pides más reggaetón, chiquilla? ¡¿En serio?!».
La Feria de Málaga me recuerda a la mítica Ruta Destroy (la «del Bakalao»), que acabó perdiendo su personalidad propia y murió de éxito ante tanto techno. Que el reggaetón ha colonizado el gusto musical entre nosotros, los jóvenes, hasta tal punto de que alguna gente ya no percibe otra cosa que eso es evidente, pero triste además que no sepan apreciar la divertida (y necesaria) variedad que la zona de la Juventud ofrece. Creo que es bastante egoísta pedir reggaetón a troche y moche en la Feria. ¿Y de aquellos a los que este ruido nos desagrada, oye? ¿No tienes suficiente con lo que podría suponer cerca del 80% de la música en la Feria?
Yo recuerdo mi infancia feriante con bastante alegría. Premios en las tómbolas, coches de choque o aventuras en las atracciones de Digimon y Pokémon, entre otras cosas. Y, por supuesto, la música. Creo que no se pudo hacer mejor y alegre música para este tipo de fiestas que la de los éxitos veraniegos del 2000, 2001 y 2002. Tanto es así que todavía bailamos «Que la detengan, que es una mentirosa…» o «Follow the leader…» como en su día (por no hablar de la mayonesa mientras hacemos el gesto de batir con el cuerpo), entre una amplísima variedad. Pero la producción ha decaído, y ahora nos toca escuchar, incomprensiblemente, todo el rato unas voces con poco arte, con un ritmo pésimo y que hacen sentirse a uno en la más total amargura.
Este aspecto me hace pensar también, como Moe Syzlak, en los niños. Porque, de llevar a ellos a las casetas, no van a poder cantar ni bailar alegremente como lo hacía uno en su momento. Con ese tipo de letras que ofrece el reggaetón, parece que este evento se les ha cerrado a ellos a cal y canto. Soy yo y ni me entero de lo que dicen… Esto me recuerda mucho a un artículo que cierta periodista escribió en El País hace un par de años. Ella criticaba cómo en los ochenta las series televisivas de por la tarde en verano las sustituyeron por la telenovela «Cristal», lo que suponía un tedio para los más pequeños. Ahora, en la Feria, estos tienen la oportunidad de bailar mientras cantan «marihuana y bebida». ¡Qué alucinante! Por suerte, los críos tienen su rinconcito en la Caseta Infantil, que les ofrece lo que se merece. Alegría, magia y unos atractivos que no ocurren todo el año.
Porque la Feria ha de ser eso. Un evento en el que disfrutemos de algo diferente. Que sea un evento familiar, en el que prime el poder estar conviviendo todos, disfrutando de un paseíto por las atracciones y las tómbolas y luego hacer una paradita para disfrutar en alguna caseta, y no tener que aguantar a borrachos ni hedor a orina en la zona de la Juventud. La primera noche, la del jueves, sin ir más lejos, pude presenciar dos intervenciones de la Policía ante algunos que no están posiblemente preparados para convivir en el mismo sitio que nosotros…
Pero, por supuesto, la Feria ha de ser un evento en el que primen la tradición malagueña y su encanto. Que sea en cierto modo mágica, al estilo de eso que tanto alardean en la Noche en Blanco. Hay que disfrutar de nuestra gastronomía, única en su especie, como la famosa tónica de los anuncios, entre otros elementos. Que se potencia, faltaría más. Pero, por desgracia, triunfan otros elementos que poco tienen que ver con lo que es la Feria en sí. Nos encontramos ante cierta falta de ideas y claro, se anteponen el alcohol y una música de la que estamos hartos de escuchar todo el año.
Verás, nosotros tenemos un mogollón de cosas que caracterizan a nuestra ciudad. Y una de ellas son los verdiales, por ejemplo. Es evidente que casi nadie pondrá esto durante el año (yo al menos, no). Los verdiales es un género antiquísimo, que tiene su origen en varios puntos de Málaga, entre ellos el pueblo de Almogía, por ejemplo. Su estilo resulta bastisimo, en el sentido de que casi nada ha evolucionado con el paso de los siglos. Suena muy primitivo y, por supuesto, carece del ritmo de la música actual.
Vaya, que poner Mozart o Beethoven en una fiesta se puede bailar en comparación. De hecho, los verdiales se considera incluso más antiguo que el propio flamenco. Pero es patrimonio nuestro, y es digno de que tenga presencia en la Feria, ya que forma parte de Málaga. Y uno no puede evitar quedarse unos minutos escuchando cómo estos artistas bailan y, más que cantar, gritan a viva voz algunas estrofas amorosas o refraneras al ritmo de violines y panderetas, mientras toma una tapita de lomo con la familia, tal y como hacía a menudo de pequeño… Considerémoslo una especie de chill-out de nuestra provincia, que, durante cierto rato no resulta desagradable.
En la Feria, además, han de tener cabida futuras promesas musicales de nuestra localidad, o que se les dé su empujón a los que ya están empezando su carrera musical. Y, como he mencionado antes, que se potencie, además, la producción de música de nuestra tierra. Porque para eso es, al fin y al cabo, la Feria de Málaga, aunque nos toque escuchar en algunas casetas sevillanas de los Cantores de Híspalis mencionando la Feria de Abril.
Se presume de que nuestra Feria alcanza cada año unas cotas de éxito titánicas y que la sitúan entre las fiestas más importantes de España. Pero, ¿de qué sirve atraer a gente a todo quisqui y que este evento pierda su personalidad propia? Evidentemente, no va a haber nada más copla y flamenco en la Feria. Hay que atraer a las futuras generaciones con cosas acordes con sus gustos. Pero lo que decía antes esta mujer de que pongan más reggaetón es una cierta muestra de no saber muy bien de qué va esto. Si tanto adoras «eso» (como se refiere Enrique Bunbury a este ruido), existen festivales durante el año en los que solo ponen… «¡eso!» (discotecas, pubs, Youtube y Spotify aparte).
Yo, en mi caso, prefiero, sin pensarlo dos veces, el rock y el anteriormente citado techno, con el que Chimo Bayo alcanzó la fama cada fin de semana en Valencia. Pero aún así entiendo que escuchar Metallica o Iron Maiden en la Feria no tiene sentido, ya que lo que prima aquí es otro tipo de música, es decir, música de ambiente familiar y de una temática diferente. Por eso no me lío a pedir que pongan riffes de guitarra y golpes de percusión con sonidos guturales a lo largo y ancho del Cortijo de Torres.
En estos párrafos anteriores (y pido perdón por la extensión) he hablado de la teoría. Y ahora toca hacerlo con la práctica. En la antes mencionada cadena local, numerosas llamadas en directo aludían a lo asqueroso que es tener que ver a gente orinando al lado de las casetas (no solo ocurre en el botellón, por supuesto), sobre todo cuando van familias ululando por allí con niños pequeños. Y por otro lado, la esencia de este evento, que está condenada a desaparecer. La otra noche, el dueño de la Peña El Parral comentaba que él ya tiene cierta edad, y que dentro de unos años, cuando le llegue el momento de retirarse del negocio, sus descendientes no parecen estar muy dispuestos a cederle el testigo. Se trata de una peña con un interior que es precioso: barandillas de madera que separan las mesas de una zona aparte y muchos títulos enmarcados. Porque una peña, más que una caseta donde te vas a tomar un vino, tiene su historia propia, que llega a formar parte de Málaga como lo es el mítico Cenachero, con sus platos y estética propios.
Pero estas cosas, por desgracia, no interesan a la gente de nuestra generación, que únicamente ve en la feria el atractivo de hacer lo mismo que todo el año: bolsa de bebida y hielo e ir a emborracharse y luego restregarse horas en cualquiera de las discotecas que hay. Porque esa es otra. A los humildes y tradicionales peñistas les gana aquí también el titán. Así llamo yo a la fuerte competencia de, en este caso, las populares discotecas. Tener una caseta familiar al lado de uno de estos templos ofrece menos posibilidades de subsistir que las de un Haas contra un McLaren.
Y, así, aunque en la prensa se haya hablado poco de ello, muchos peñistas se han retirado de la Feria, disgustados por el actual modelo que en ella hay. De este modo, las tradicionales casetas familiares dejarán de existir. Ya no solo por la competencia, sino por los hábitos sociales, que harán que se conviertan en simples pubs al aire libre, sin más, o algo por el estilo. Hablaban mujeres miembros del Sindicato de Estudiantes o de Militante- Izquierda Republicana de que esta situación “es fruto del modelo de negocio que favorece el gobierno local, basado en el alcohol”. En su lugar, en estas casetas se fomenta un modelo de convivencia alternativo, en el que, además, cualquiera puede pedir al DJ que ponga la música que estos elijan, lo cual resulta fascinante.
Mi madre el otro día me decía que “si a ella la copla no le gusta, ¿qué nos podemos esperar de mi generación?” Por no hablar de la que viene después. Mi hermano, de diez años menos que yo, me bromea en ocasiones con que “el reggaetón es mejor que Manolo Escobar” y luego, cuando deja las risas, me explica que a él el sonido de la guitarra española y del flamenco, en general, no le va nada (por suerte, el reggaetón tampoco). Será muy difícil ver en el futuro a esta gente degustando una tapita de lomo o de queso en una caseta mientras escuchan una actuación de copla o de verdiales. Esto último ya sería una proposición indecente. Es una situación como la que sufren las corridas de toros que, por mucho que algunos partidos se empeñen en protegerlas y se les dé subvenciones, acabarán desapareciendo por sí solas.
Pero una cosa es una matanza animal y otra los demás elementos icónicos -sí, los toros también son cultura- que conforman nuestra historia. Esto, entonces, me lleva a plantearme un tema importante: ¿Tendría sentido, en el futuro, seguir celebrando la Feria de Málaga? Porque, si para conmemorar que los Reyes Católicos conquistaron esta ciudad en 1487 el modelo de fiestas se basara, en su mayoría, en reggaetón y comas etílicos, el Ayuntamiento podría ahorrarse un buen dinero cada año, ya que en realidad no se está conmemorando nada de esta manera (algo parecido a lo que ocurre en Navidad). Con unos cuantos eventos el fin de semana, podría bastar.
Quizás esta idea resulte muy brusca, pero, sin duda, como todos los años, es necesario plantearse el sentido que le queremos dar a nuestra Feria. Porque aquí existen otros muchos eventos, como festivales de Jazz o el Festival de Cine. A quien no le gusta el Jazz, ¿vamos a poner zonas de cualquier otro género para que se animen a venir? ¿O traemos películas estadounidenses o actores de Hollywood al certamen cinematográfico para atraer a los que detestan el cine español? Pues aquí debería ocurrir igual. No excluir a nadie, pero con la idea de que acudirían a un evento basado en nuestra cultura tradicional.
La clave, posiblemente, esté en nuevas ideas para así crear la Feria del futuro. Es decir, una Feria que se pueda adaptar a los nuevos tiempos sin dejar en el olvido los iconos que le dan su forma y que caracterizan a esta ciudad. Que seguro que pueden tener cabida, al igual que en la Noche en Blanco la gente acude a los museos o a los monumentos por doquier en lugar de irse de fiesta. En este aspecto, se podría comenzar por los niños, sin llegar más lejos, para así transmitirles una buena idea de lo que esto es y evitar que, en cuanto superen un poco su primera década, acudan a emborracharse a los botellones. Un problema, por otro lado, creciente, y que a la gente no parece afectarle lo más mínimo.
Es necesario transmitir el atractivo de vivir algo diferente durante una semana, ya que para marihuana y bebida (o la letra de turno que se ponga de moda de este ya cansino ruido) y para imitar a Indiana Jones en el Recinto Ferial o en el Centro esquivando olores a pis y a vómito (o juntos) tenemos todo el año entero. De lo contrario, me veo llamando a la Feria de otra manera en las próximas décadas. “Semana loca de Málaga”, “Emborracha-T”, “Fiesta al aire libre” o algo por el estilo.