El duque d’Auge y su caballo parlante cabalgan por los campos franceses en el Medievo. Son parte del sueño de Cidrolin, un hombre sin ocupación que vive en una barca amarrada al Sena en el París de los años sesenta. Cuando Cidrolin duerme, sueña con las aventuras de ese caballero medieval. Sin embargo, cuando es el duque el que duerme, sueña con Cidrolin. Flores azules (Seix Barral, 2023, con traducción al castellano de Manuel Serrat Crespo) presenta a dos personajes que se mueven entre la realidad y el mundo onírico y plantea la pregunta de quién sueña con quién. Esta novela de Raymond Queneau (1903-1976) se publicó originalmente en 1965 y la presente edición cuenta con un prólogo de Fernando Aramburu.
En ella, el mundo onírico se mezcla con lo que conocemos como mundo real. La narración de uno y otro personaje se entrelazan sin división, por lo que el lector vive constantes cambios de época que van a parar a temas comunes como el amor y la historia, contados de forma paródica. Genera una sorpresa original cuando se ve a dos caballos que hablan, e invita a seguir las andanzas del duque, que viaja en el tiempo y va a ver las obras de Notre-Dame, vive la toma de la Bastilla, va al bar Bitúrico y discute sobre la alquimia o los preadamitas, todo ello regado con un humor inteligente y constante apoyado, además, por los diálogos, que predominan sobre la narración. Cidrolin y el duque son dos personajes separados por la época histórica que, sin embargo, comparten elementos en común y por momentos forman un único personaje. Aunque aquí lo importante no son los mensajes ni la profundidad, que los hay, sino la simple distracción literaria.
El duque, desde su castillo, observa que «el lodo está hecho con nuestras flores azules». Por eso, ruega a su caballo parlante que le lleve lejos, e inicia así un exilio rocambolesco que le llevará a conocer a personajes pintorescos y a vivir escenas hilarantes. Queneau destacó por ser un autor francés que, a diferencia de sus contemporáneos, rompió con el pesimismo existencialista y apostó por juegos y divertimentos narrativos como se puede ver en esta novela que se compone de lo absurdo, el delirio y lo insólito. Para ello, por ejemplo, repite situaciones o frases («otra jodienda más», «me hago cargo», «los normandos bebían calvados»…) y ejecuta un juego que, además de presentar una historia atractiva, también entretiene y mantiene al lector buscando respuestas.