La infancia es una patria extraña, como dice el título de uno de los once relatos intimistas que componen Los buenos vecinos y otros cuentos (Acantilado, 2021). En ellos, lo importante es la insinuación que se hace de la trama, que transcurre de forma natural y donde toman protagonismo los deseos de los personajes, que no saben de dónde surgen ni hacia dónde van. El primer relato es el que da título al libro y comienza con un incendio que se propaga a lo largo del resto de cuentos, no en cuanto a la trama, sino por las pavesas que quedan en el ambiente con respecto a forma y estilo o bien en los diálogos de los personajes, que discuten, se enfrentan o cuyas mentes echan humo.
Este es el primer libro de Clara Pastor (Massachusetts, 1970), fundadora de Elba Editorial. En él hay personajes rudos, secretos, tensión en los diálogos, misterio, silencios que ocultan miedos, compasión y también violencia. Sus historias se desarrollan en ambientes cargados de incertidumbre y de humo de incendio. Todos tienen su lugar en el mundo, se dice uno de ellos. Estos espacios en los que se desarrollan las historias cobran vida propia y protagonismo mientras la muerte y el dolor persiguen a sus personajes.
A veces, pretendemos que el mundo se rija a partir de lo que tenemos establecido en nuestra cabeza; por eso, la normalidad nos sacude y altera emocionalmente. En estas páginas, hay personajes que son, sobre todo, niños y jóvenes que ven el mundo desde una mirada límpida y diferente a la de la gente que les rodea. Experimentan unos sentimientos que no se atreven a confesar por la posibilidad de ser incomprendidos o tachados de extraños. La niña de un relato dice: «Es como si Dios solo estuviera en las cosas que están a punto de desaparecer». Como se dice en otro de los cuentos, la infancia empieza a desdibujarse y su felicidad se empaña con la misma rapidez que una nube oscura cubre el sol por encima de los tejados.
En Los buenos vecinos hay personajes abatidos y otros con miedo al abandono. Uno de ellos dice que es complicado saber lo que se siente y también lo es separar lo que uno tiene de lo que desearía tener; una mujer le responde si acaso no son la misma cosa. Hay conversaciones íntimas entre personajes que deben resolver alguna situación que abre grietas. Así, al conectar con otros, se corre el riesgo de despertar de un sueño y de perder una parte esencial de nosotros mismos.
Estos cuentos también están impregnados por la compasión hacia uno mismo y la ausencia de esta también hacia los animales, concretamente hacia los perros y los gatos. De hecho, en uno de ellos una pareja extranjera ve los restos de un perro de caza dejado morir y en otro una mujer de visita en México ve un perro con sarna que se niegan a curar y que supone la incomprensión ante la dejadez y la inhumanidad. También hay presencia de gatos en el primer relato, por ejemplo, donde una niña quiere adoptar uno de ellos pero su padre no la deja o en el llamado «El final del verano», donde Tobías quiere quedarse con uno que le gusta pero pertenece a un vecino. Igualmente, en «El ángel necesario», donde unos niños se burlan de un gato y lo asustan hasta que una vecina excéntrica se queda con él.
Esta obra reflexiona acerca de las cosas ridículas que son serias al mismo tiempo y que son también aquellas cosas grandes «que apenas nos rozan y que podemos tardar una vida en entender». Por otro lado, a veces nos encontramos atrapados, como insectos en una cortina de la que se niegan a ser expulsados pero de la que al mismo tiempo no encuentran el camino de salida por ellos mismos. Y, como insectos, nos metamorfoseamos en el dolor, negándonos a salir de él. Así, el fuego que comienza al principio del libro termina en el cementerio del último cuento, que supone el fin del incendio y de la obra.