Una vez dejé de ver el “Grand Prix del verano”. Fue en el 2005. Mis padres se extrañaron y todo. Mi preocupante vicio por Internet y los videojuegos a los 11 años me distanciaron de la cita con Ramón García. Pero, según el histórico de audiencias, aquella fue su peor temporada. La final se emitió un domingo por la tarde, sin éxito. ¿No sería también que el programa se estaba quedando ya antiguo y sin chispa?

Casi 20 años después, el reto principal del ansiado regreso del “Grand Prix” a La 1 era ofrecer un formato atractivo y renovado, que lograse enganchar. El ambiente era un poco hostil, ya que “El castillo de Takeshi” (“Humor Amarillo”) ha vuelto a Amazon con algunas críticas, o que “Juegos sin fronteras” (que emitió TVE entre 1988 y 1992 y que dio la idea para el formato español), volvió en 2020 a Telecinco y duró dos semanas. Parecía que estos programas ya no tenían nada que hacer.
Que no hubiera vaquilla preocupaba también a muchos, sobre todo a los medios más conservadores. Pero, aunque de pequeños todos flipábamos con las embestidas del animal, no es el eje central del concurso. Hay mogollón de pruebas chulas que lo hacen único, más las que se pueden poner hoy día, acorde con los tiempos que vivimos.
Y es que el asunto iba sobre esto último: había que pensar en el presente y en los jóvenes, los mismos que hoy pasan de la tele tradicional. No olvidemos que Ibai Llanos quiso rescatar el “Grand Prix” en Twitch el pasado año. Si en TVE querían reunir con éxito a varias generaciones frente a la pantalla, se tenían que poner mucho las pilas.
El “Grand Prix” ha de ser el evento guay que nos haga disfrutar, no otro nostálgico remake para un rato. Los programas familiares ya son historia. La familia puede seguir reunida, pero el concurso ha de ser una cita especial. Y, si cosas como “La isla de las tentaciones” enganchan, esto, ¿cómo no va a poder? Pero hay que saber hacerlo. Servidor cree que el truco está en ofrecer algo que destaque frente a todo lo que hay. Y la clave son estímulos visuales, risas, acción, chapuzones y la adrenalina de las pruebas que, si encima es tu pueblo el que compite, no hay nada más que hablar.

Entonces, ¿qué ocurrió anoche al final?
El pasado lunes ocurrió lo que no todos creían: el “Grand Prix” arrasó. Con un 26,1% de share, La 1 se coronó vencedora (lo más cerca que estuvo fue la serie “Hermanos”, de Antena 3, con un 12,4%) ese día. Otras cadenas siguieron con la resaca electoral y emitieron contenidos sobre política, que es lo que menos interesa a la gente ahora. Lo deberían tener muy en cuenta.
A mis 29 años, yo estaba igual que cuando pequeño: saboreando un rico gazpachito que mi madre había preparado para la cena mientras veía el programa. Estas sensaciones eran suficientes para pasar un verano de aúpa, aunque nunca pudiéramos irnos de vacaciones por motivos del trabajo de mi padre. ¿Sabes qué? Aquello daba igual.
El programa empezó con una breve y nostálgica introducción, que me hizo pensar que fueran a liarla. Pero no. Durante sus más de dos horas de duración, el regreso del “Grand Prix” fue bestial. No iba de desbloquear un recuerdo de la infancia. Eso ya lo hace Youtube. Se trataba de hacerte disfrutar. Se mezcló muy bien su esencia con elementos actuales, como hacer cabeceras de las pruebas con graciosos rótulos y animaciones en 8 bits (al estilo NES), mientras el presentador las explicaba. Esto no solo queda genial ahora; también podría serlo hace 20 años, porque aquellos ballets de chicas en bañador al ritmo de cutres canciones ya me parecían ridículos cuando peque.
Durante toda la noche, Twitter se inundó, en general, de elogios al “Grand Prix”. Sí criticaron a Cristinini, la streamer con la que han contado para retransmitir las pruebas, por lo mucho que hablaba quizás. Como si de un directo de Twitch se tratase, ella aparece en una ventanita en la izquierda inferior de la pantalla, donde la vemos dar emoción a algunos de los juegos desde un divertido set up, con vaquilla de juguete incluida. Y, por supuesto, a Ramontxu también lo escuchábamos. Sí es verdad que podríamos cuestionarnos la presencia de Willbur, que me recordó a una versión de “El cabezón” de “Art Attack”, pero que, como decimos en Andalucía, «ni chicha ni limoná».

El “Grand Prix” que todos recordamos es el de TVE, tanto por su longevidad como por Ramón García. Bertín Osborne también tuvo su gracia en la etapa FORTA, pero no fue igual. Llamaba la atención que Ramontxu mostraba algunas “debilidades”. Por un lado, el paso del tiempo, tanto en edad como en los cambios actuales, que le llevan a necesitar a personas jóvenes para esta labor. Durante la presentación del programa, hace unas semanas, el vasco se emocionó al comentar que a día de hoy está divorciado y que sus hijas ya han crecido, como es lógico. ¿Está entonces reviviendo una época que para él también fue mejor? Y otra cosa, ¿necesita Ramón García el “Grand Prix” más que todos nosotros?
No me gustó tanto el plató, porque es bastante minimalista (y parece que más pequeño). Las casas del decorado me recuerdan a la serie “Lazy Town”, si bien antes había auténticas terrazas en las que daban ganas de sentarse y tomarse algo mientras veías las pruebas, como en una verbena de pueblo. Eran más realistas que ahora. Otros elementos, como las fachadas y atriles pixelados a lo Minecraft actualizan el programa y eso no se puede cuestionar…
Hay que destacar, además, lo chulos que están los vídeos de presentación de los pueblos competidores. El pasado lunes fueron Alfácar (Granada) y Colmenarejo (Madrid). Antiguamente, el alcalde o la alcaldesa presentaba el lugar con un breve vídeo que parecía más bien extraído de un documental. Pero ahora, sus habitantes son los protagonistas, que comparten sus costumbres y su ilusión por ir al “Grand Prix”. Dan vida a su tierra, y esto da más ganas de ir a visitarlo.
Porque no olvidemos que el “Grand Prix” es una competición entre diferentes pueblos, cuyo objetivo es acumular el máximo posible de puntos para jugar la gran final, en la que el ganador se lleva un premio en metálico. Y, visto el plan, este “Grand Prix” da mil vueltas a cualquier Grand Prix de Fórmula 1. Que, por cierto, Víctor Abad, el comentarista de esta competición en DAZN, valoró muy positivamente el programa anoche en Twitter. Así que ya te puedes hacer una idea de lo bueno que fue.
No eché de menos a la vaquilla para nada, ya que la “Supervaquilla” la sustituyó con creces. No fueron necesarios rancios clichés taurinos para mantener la identidad de este programa, ya que esta mascota dio mucho juego y risas con su presencia y con los comodines a lo King’s League que, al igual que el bolo dorado de los “Superbolos”, ayudan a que el “Grand Prix” sea más interesante aún. Por no hablar de la presencia del dinosaurio Nico, pensado para los más pequeños.
¿Qué fue lo mejor del “Grand Prix”?
-Tenerte casi dos horas y media delante de la tele sin aburrirte y sin caer en la caspa que, por desgracia, suele caer La 1.
-Que es capaz de reunir a tres generaciones: a los niños, con las mascotas; a los más jóvenes, con Cristinini y a los que no somos tan jóvenes, con nuestro Ramón García y los tradicionales famosos, como lo fue Lolita.
-Las divertidas y cómicas presentaciones de las pruebas en 8 bits.
-La “Supervaquilla”, que hace más atractiva la cosa al usarse de comodín para fastidiar a los del equipo contrario en algunos juegos.
-El encanto de Cristinini, que convierte gran parte del programa en un evento de Twitch.
-La amabilidad y profesionalidad del árbitro, cuyo nombre no recuerdo ahora, que hace que los juegos tengan su esencia deportiva. Además, ella pasa a ser una cara más del “Grand Prix”.
-El uso de la tecnología, como las cámaras GoPro en los “Troncos Locos”, que ofrecía vistas en primera persona (uno de estos artilugios salió disparado tras caerse uno de los concursantes).
-Los vídeos de presentación de los pueblos competidores, que ya digo que invitan a ir a visitarlos.
-Aunque demasiado minimalista en algunos puntos, el escenario está renovado y con una iluminación chula.
¿Qué habría que cambiar del “Grand Prix”?
-Cristinini quizás fue un poco estridente y hablaba mucho (estábamos en el primer programa y quizás no ocurra tanto en los siguientes, que ya están grabados).
No olvidemos lo emocionante que es hacer esto por primera vez y que, además, cualquier streamer no gustan por igual a todos. Siempre habrá haters.
Pensemos también que las pruebas no serían tan emocionantes si no hubiera alguien manteniendo la chispa y dando ánimos, aunque llamar “alma de cántaro” a una de las mariquitas no me pareció acertado, cuidado.
-Willbur. El patoso gimnasta estará pensado para hacer reír a los niños, pero su presencia me pareció un poco de relleno y más propio de la época de Martes y Trece.
-Sobre lo anterior, hubo actuaciones o reacciones sobreactuadas que en un evento de Twitch no veríamos. Hay que ser naturales.
-¡¡La música!! Las sintonías tan chulas de las pruebas, como la de los Troncos Locos, no se escuchaban apenas. Cuidado con eso.
-Hay que guiar mejor a los lanzadores en los “Superbolos”, para que no ocurra lo que a Lolita el pasado lunes…
-El horario: Lo suyo hubiera sido empezar a las 22. Estaba previsto para las 22:35, pero la serie telonera hizo que empezara más tarde de lo ya tarde de por sí (22:40).
Y, después de esto, ¿qué?
Visto lo cual, hay que seguir esforzándose por mantener el “Grand Prix” en lo más alto. No olvidemos que estamos en verano, que la gente pasa tiempo fuera de casa, y que ya se puede ver cualquier programa en cualquier otro momento. Esto quizás influya en las audiencias futuras. Igual que antes el programa se repetía los domingos por la mañana, vaya.
Yo, de todos modos, descarto que haya descalabros. Y, por mi parte, ya tengo fijo mi plan de la noche del lunes: el mismo que hace 20 años podía poner la guinda a un día estupendo, como cuando estaba pasándomelo tan bien en la calle que mi madre tenía que recordarme que había que volver a casa para ducharse, cenar y ver el “el programa del abuelo y del niño”. Pero es que el “Grand Prix” es más que eso. Forma parte de nuestra vida y de nuestra cultura. Así que gracias por haberlo rescatado y, por favor, aprended y seguid esforzándoos por mantenerlo igual de vivo siempre.

