Escrito por Jorge Caracuel Suero
«House Of Cards» llegó a Netflix a principios de 2013. Con un estupendo elenco actoral encabezado por Robin Wright y Kevin Spacey, se demostró que estábamos ante una serie que iba a hacer historia.
«House Of Cards» no era solo un drama político. Era una historia de buenos y malos, de cómo el poder nos corrompe y de que las malas artes siempre ganan a quien intenta hacer las cosas con humildad.
Foto: Sensacine.com
Una de las claves por las que la primera temporada funcionaba era gracias a Peter Russo, un personaje entrañable destinado a un final fatal, y la periodista Zoey Barnes, encarnada magistralmente por Kate Mara. Sus tramas eran fantásticas y, aunque pecaban de previsibles, no dejaban de ser impactantes.
Con su segunda temporada, el ritmo no decayó y, aunque empezó algo floja, su recta final es lo mejor que nos ha regalado la serie protagonizada por Kevin Spacey. El final de la temporada dos era idóneo para poner punto y final a este drama político, pero los de Netflix querían seguir estirando el formato.
La tercera temporada carecía de interés alguno y, salvo un par de capítulos bastante correctos, el resto estaban caracterizados por un aburrimiento supino. En la cuarta temporada, mejoró un poco la cosa y, pese a que estaba muy lejos de recuperar su nivel del principio, todos los episodios eran buenos y entretenidos.
Sin embargo, con la quinta temporada el caos se apoderó, y es que «House Of Cards» ha cometido el terrible error de convertirse en una mala parodia de sí misma. Esos diálogos brillantes se han sustituido por un culebrón en toda regla. El protagonismo que ha adquirido Robin Wright perjudica seriamente al desarrollo de la serie, puesto que su nuevo rumbo lo único que consigue es que la actriz se luzca en detrimento de que todo empeore. Por ello, la serie de Netflix tiene que intentar ubicarse para que sus fans del principio vuelvan a tener una buena sensación.