Tres mujeres que responden a tres arquetipos: la racional que no se engaña con la apariencia de las cosas, la soltera que cuenta a los hombres como conquistas y la soñadora e inocente que no tiene la capacidad de interpretar las señales que emite su pareja. Las tres, que quedan un día a la semana (concretamente los jueves) para caminar por un parque y hablar de alguna de las cosas que les ha sucedido durante la semana aunque, como no, se ocultan cosas, muchas de ellas graves, aunque todo se acaba poniendo finalmente sobre la mesa.
Gracia Querejeta se rodea en Invisibles de la fuerza de tres actrices de primer nivel (Emma Suárez, Adriana Ozores y Nathalie Poza) con un guion muy efectivo que, con solo 83 minutos, logra poner un montón de temas sobre la mesa como el no sentirse deseada a partir de una edad, el acoso sexual o el suicidio. Todo esto tratado con una profundidad admirable y sin ningún tipo de frialdad. Querejeta habla de algo que conoce muy bien construyendo personajes tópicos, pero cargados de razones para ejecutar sus acciones y que reaccionan como buenamente pueden ante la inclemencia de la vida.
Invisibles es un ejercicio tan incómodo como necesario, una conversación entre iguales en los que se percibe una clara evolución a lo largo de las más de diez semanas en las que ocurren esas conversaciones. Suárez, Ozores y Pozas obtienen de sus personajes una credibilidad suficiente como para mantener en pie un filme absorbente e impecable.
Tras la fallida y con falta de sello Ola de Crímenes, Querejeta vuelve a primera línea con un guion teatralizado escrito junto a Antonio Mercero donde la importancia de la palabra predomina sobre la imagen. Un fuerte trasfondo de la amistad fuera de los arquetipos preestablecidos y con una particular y reivindicativa mirada femenina hacia la madurez realiza con una precisión y una maestría solo al alcance de pocos cineastas.
Valoración: 3,5/5
Lo mejor: Su capacidad para tratar tantos temas de manera profunda en solo 83 minutos
Lo peor: Las escenas de Emma Suárez y Pedro Casablanc y de Nathalie Poza y Blanca Portillo no son tan maravillosas como deberían