Lo han dicho y escrito muchos periodistas, pero ojalá nunca hubiese tenido que escribir estas líneas. Voy a tratar de hacerlo, aunque no sé bien cómo quedará.
No recuerdo exactamente el día que conocí a Kobe Bean Bryant, pero sí que fue a la primera persona que vi poner un balón dentro de una canasta. A lo largo de los años, han pasado muchas madrugadas aguantando los envites del sueño mientras sentenciaba a Miami, cereales en la mañana apurando, antes de entrar al instituto, para verlo suspenderse por encima de Chris Bosh escribiendo otro capítulo de la historia o poner el examen de inglés de día siguiente como excusa, justificado por su exhibición en Memphis. Pero sería un error enumerar anécdotas cuando lo que me ha legado Kobe ha sido bastante más que noches imposibles.
Tanto para mi hermano como para mí, el baloncesto es una forma de ver la vida. Nuestro comportamiento sobre una cancha es el reflejo de los valores que tratamos de representar en vida, algo que jamás podremos agradecer lo suficiente. Dentro de estas convicciones, Bryant fue el artífice de empezar a creer en que era posible vivir a través de lo aprendido con un bola y una canasta en el horizonte. Su pérdida ha dejado un vacío mucho más allá del deporte al que representó como los mejores, y solo hay que ver las imágenes de los profesionales de la canasta anoche, para quienes no se fue un rival, sino un ídolo, una leyenda.
Estoy devastado. Fue difícil para mí creerlo al principio, y hasta entristecer profundamente, ya que parece incuestionable llorar la pérdida de alguien que jamás has conocido. Pero ahí estaba el fallo, todos conocimos a Kobe, desde todos los prismas posibles. Cuanto más tiempo pasa, menos puedo describir mis emociones. Jamás llegué a imaginar, siquiera, que me pillaría a kilómetros de mi casa, en medio de la frialdad de un aeropuerto, una noticia de este calado.
Ayer estuve reconstruyendo el puzzle de acontecimientos durante horas. Si LeBron le había rendido el mayor homenaje horas antes de la tragedia, ayer mismo se producía algo absolutamente más impactante. En el Staples, su casa, otra leyenda de Los Ángeles, Nipsey Hussle, ganaba póstumamente el Grammy a mejor actuación de rap. Justo cuando otro se disponía a poblar el Olimpo de los genios, el de Creenshaw continuaba su particular maratón, inspirando pese a no estar entre los morrales. Y es que hay se encuentra el matiz, hay seres inmortales.
Creo que todavía estoy en una pesadilla, y como hay miles de personas, costará bastante asimilarlo, además de no ser capaz realmente de poder llegar a volcarlo en una pieza. De lo que sí estoy seguro es de que a partir de ayer, mucha más personas en todos los rincones del mundo tratarán de levantarse cada día con sus meros entre ceja y ceja. Actuales generaciones y venideras representaran esa «mamba mentality» como el mejor homenaje posible. Para que Kobe trascienda en el tiempo no hay que jugar al baloncesto, solo ponerle el mayor empeño posible a aquello que ama, cuidar de los tuyos con toda la pasión y seguir pensando que la vida es como un cronómetro que tenemos que vencer continuamente.
5, 4, 3, 2, 1…
Siempre te amaremos, Kobe.
Fotografía de portada extraída de GTRES