Sin mediar palabra (Bunker Books, 2024, con traducción al castellano de Rafael Martín Calvo) es una novela protagonizada por Tušs, un personaje insolidario, interesado, oportunista y parasitario que podría considerarse un antihéroe. Guntis Berelis (Letonia, 1961) construye a un protagonista con rasgos marcados y lo conduce a través de Curlandia, la región letona donde está localizada la historia entre 1905 y 1916 y donde hubo un éxodo de 700 000 personas a raíz de la Primera Guerra Mundial. Así, Tušs emprende un viaje físico e interior a través de los bosques letones, la caída del Imperio ruso y la entrada al nuevo mundo que espera tras el conflicto.
La novela comienza con Tušs buscando trabajo por las calles abarrotadas de gente, y lo encuentra en un cinematógrafo. Su personalidad misántropa le empuja a fingirse mudo para todo aquel que le rodea, puesto que considera que las palabras son inútiles. La narración no es en primera persona, pero se transmiten los pensamientos de Tušs, un individuo que actúa a partir de instintos primarios y que posee una actitud bestial y animal. Es machista, pues piensa que el lugar de la mujer está en el hogar para satisfacer al marido, y también conservador, ya que califica a los socialistas de «malditos» y al socialismo de «sarna».
Aunque detesta a los socialistas, apoya la caída del zar y espera que los aquellos lo logren. La libertad y la anarquía, el pillaje, los hurtos, el abuso de poder y la venganza son los ejes de su moral. En definitiva, adora la destrucción y ver las cosas arder. Por eso en su camino por el bosque piensa sacar tajada de aquello que sus compatriotas dejen abandonado para huir de la guerra o para alistarse a ella. La guerra es buena, piensa Tušs, y hay que aprovecharla en beneficio propio. Por otro lado, critica el idealismo y la desorganización de quienes le rodean y no le gustan los uniformes, ya sean del ejército o de los repartidores de correos.
Mientras Tušs trabaja en una película, uno de sus creadores dice que el futuro será del cine y que los escritores están condenados a desaparecer. Hay quien piensa que el progreso del cinematógrafo o del aeroplano harán que ya nadie lea ni viaje en tren. Por otro lado, hay una conversación entre los actores de la película donde hablan del morbo de la gente hacia la muerte y cómo los periódicos solo hablan de ella, como vaticinando la guerra que está a punto de comenzar. Para colmo, la ciudad letona en la que Tušs vive es «el culo del mundo», por eso él ensalza la repercusión que tienen capitales europeas como Berlín o París o ciudades cercanas como San Petersburgo, Moscú u Odessa frente a la suya. Como muestra de la corrupción, Tušs está constantemente escupiendo, siente náuseas y hedor y tiene la garganta irritada por el tabaco.
En estas páginas, se habla sobre la dificultad del lenguaje para expresar aquello que queremos exponer y se afirma que los problemas suelen derivar de esta incapacidad de comunicar a través del lenguaje. «Tušs fue llegando a la conclusión de que las palabras no significaban ni podían significar nada. Uno podía decir lo que quisiera, esforzarse, estrujarse la cabeza para encontrar las palabras adecuadas y, de todas formas, al final todo se iba al traste. Y ya era algo si las cosas solo salían mal, porque había ocasiones en que todo resultaba un verdadero desastre». Tušs renuncia a hablar porque no lo cree necesario, sino inútil y contraproducente, y prefiere las acciones. «Las palabras ejercían demasiado poder sobre las personas. Uno decía una palabra y esto arrastraba a otra consigo y otra más, hasta formar toda una pila, y entonces uno caía en la cuenta de que no había dicho lo que quería decir», se añade.
Al hacerse el mudo, Tušs no se ve obligado a hablar con nadie, pues se puede comunicar por señas. Su sueño sería que nadie hablara, ya que habría menos ruido en el mundo, y si callaran, piensa, no se perdería información. Además, critica a quienes hablan sin parar, sobre todo cosas sin sentido, y a cambio no escuchan nada. Él se considera más sabio por no hablar. «Si vivir sin palabras era fácil, quizá vivir sin gente lo fuera aún más». Sin embargo, puede vivir sin palabras, pero no sin pensamientos. Al fin y al cabo, cuando se habla es más fácil meter la pata que acertar con lo que se dice.
Sin mediar palabra es una obra que analiza al ser humano, su comportamiento con los otros, el dolor y la violencia, y es un reflejo de todo lo que la guerra destroza. Aquí se encuentra «la naturaleza inane del mal», como se dice en el prólogo, que se desata a partir del descontento social y la agitación. Sin duda, el punto fuerte y más atractivo de la historia es su protagonista. Eso que hace que esta novela, aun no tratándose de una obra maestra, atrape lo suficiente como para querer desentrañar qué se esconde en la última página y para que su lectura valga la pena.