La magia de los premios en la televisión

Hacemos un repaso a 'Un dos tres... responda otra vez' y a 'El precio justo', dos concursos que representan la magia de la televisión.
'El precio justo' / RTVE

Como en Nostromo hablamos de todo, consideraba chulo dedicar unos cuantos párrafos a un par de concursos atractivos que dejaron bastante huella en su día. Uno de ellos, y el más icónico, fue “Un, dos, tres… responda otra vez”, que nació a principios de los 70 y perduró hasta los 90. Mi repaso se debe a que es un formato bien conseguido y que hoy en día podría (incluso debería) seguir teniendo cabida en la tele, no sin darle antes un lavado de cara, sin duda.

Lo curioso que tiene este programa es su mecánica. Porque su director, el ya fallecido Narciso “Chicho” Ibáñez Serrador, una de las mejores figuras que ha existido en la aportación de la televisión española, mezcló en un mismo programa los tres elementos con los que se puede entretener en la televisión. Entonces yo voy a continuación a describir (brevemente, claro está) cada uno de ellos:

Las preguntas.

En esta primera fase ponían a prueba sus conocimientos tres parejas de concursantes a las que se les hacía tres rondas de preguntas. En ellas se les pedía que nombrasen cosas determinadas durante 45 segundos, como utensilios que puede haber en una cocina, ríos que no superasen una determinada longitud o banderas de países que tuvieran un color determinado (entre una inmensa infinidad). Se fijaba un valor inicial para cada respuesta y luego se multiplicaba por lo que acumulaban. Si se equivocaban o repetían, las famosas “Supertacañonas” paraban su turno y explicaban el fallo con unas ingeniosas rimas.

Un, dos tres… responda otra vez / RTVE

Me llama mucho la atención el programa en el que trajeron a cantantes famosos. Unos jóvenes Bertín Osborne y Paloma San Basilio arrasaron frente a Daniela Romo y Dyango y frente a Alaska y El Fary tras nombrar países que fueron colonizados tras la 1ª Guerra Mundial o lo de los ríos que he mencionado antes.. Así que se ve que, en aquellos años, los famosos podían tener más cultura de la que muchos demuestran hoy. ¡Ah! Y en otros programas también aparecían bastantes parejas de Málaga.

La eliminatoria.

La pareja que más dinero acumulaba en la primera fase era la campeona y se quedaba para seguir concursando la próxima semana, mientras que las otras dos se jugaban la permanencia en una prueba de habilidad física, al estilo del “Grand Prix”. O sea, había que hacer cualquier cosa ahí, de acuerdo también con la temática de cada programa en cuestión (porque cada uno iba sobre un tema determinado, tal como Drácula, la Antigua Grecia o el ajedrez). Que si pruebas de mímica, o de conseguir acumular más objetos que la otra pareja o cosas por el estilo, al ritmo, por lo general, de una versión de la mítica “Entrada de los gladiadores”, que en su día compuso Julius Fucik. 

A la pareja que perdía se le ofrecía un minijuego que consistía, por ejemplo, en resolver un panel patrocinado por una marca como CEPSA. Ahí había que intentar que, por ejemplo, en un casillero, figurasen las letras “CEPSA” en ese orden, y por cada letra que estuviera bien situada, podían acumular hasta diez millones de pesetas. Casi nada.

La subasta.

Esta prueba está basada en un fantástico concurso norteamericano, “Let’s Make a Deal”, que aún emite el canal CBS. Aunque en «Un, dos, tres…» encima se sucedían actuaciones musicales, números teatrales o humorísticos y, tras ellos, se dejaba un objeto con una tarjetita que daba una pista sobre el regalo que podía contener. Había tres rondas y entonces los concursantes tenían que ir dejando objetos para avanzar y quedarse al final solo con uno. O sea, que esta parte era muuuy, pero que muy lenta.

A medida que iban dejando los demás objetos, la presentadora procedía a ver qué contenían. Aún hoy impresiona ver los premios que se dejaban escapar, tales como coches, apartamentos (como los famosos de Torrevieja, que hoy en día son pasto de los okupas y de las ratas), viajes, o incluso mucho dinero (como era el caso del azulejo de Porcelanosa, que iba acumulando programa tras programa varios millones de pesetas). También había premios muy cutres como cascos, alfombras, relojes o una ordeñadora, que una pareja de concursantes acabó llevándose.

Una nochecita de verano a la fresquita, jugando al “Party & Co”, la gente con la que jugué se quedó flipada cuando una prueba pedía nombrar las mascotas del programa y yo me las supe todas. La más popular es la calabaza Ruperta, pero también estuvieron la bota Botilde, los magnates Chollo y Antichollo y unos ositos mendigos llamados Boom y Crack, que representaban premios buenos o malos. De estos dos últimos es la etapa que suelo ver, porque, además, es en la que debutó el famoso Dúo Sacapuntas con su “22, 22, 22…”. Y todavía presentada por la mítica Mayra Gómez Kemp, que sucedió al también famoso Kiko Ledgard, y que, digamos, representa la mejor época del concurso.

Un, dos tres… responda otra vez / RTVE

Había programas especiales, como ya he dicho, con famosos, o incluso con niños, que se emitían por Navidad. Incluso el día de Nochevieja había “Un, dos, tres…”, por lo visto. Tras finalizar en 1987, el programa volvió en el año 1991 y a Mayra la sustituyeron Jordi Estadella y Miriam Díaz Aroca. Sin embargo, la llegada de Antena 3 y Telecinco en 1990 hizo que los gustos en España empezaran a cambiar y el programa perdió su dominio. Así que en 1994 (con Josep María Bachs de presentador) “Chicho” “dinamitó” el plató del programa a modo de despedida…

Diez añitos después, en el 2004, el programa regresó. Pasó a llamarse “Un, dos, tres… ¡a leer esta vez!” y la “novedad” estaba en que los participantes se tenían que leer un libro que vendían en los kioscos cada semana para concursar. Yo tenía curiosidad y esperaba con ganas ese programa tan chulo del que mis padres hablaban tanto, pero en realidad no valía nada, dejó que desear de aquí a Lima, y por eso solo se emitió desde enero hasta avanzado el verano.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Significa que el “Un, dos, tres…” ya no podría volver jamás a la televisión hoy en día? Voy a responder al revés. Lo primero (o sea, lo segundo) es que yo creo que no. Y esto es porque, como he dicho antes, hay cosas que cambiar. Empezando por eliminar la naftalina y sustituirla por agilidad. A día de hoy sobran todos los números de playback, bailes cutres, ambiente infantiloide y esos humoristas sin mucha gracia que hacían (junto a las pausas para publicidad) eterna la fase de la subasta. En este embudo creo que cabrían también las «Supertacañonas».

Esta agilidad tan bien conseguida es la que hay en “Let’s Make a Deal”. Aquí el presentador, Wayne Brady, durante media hora, anima a los concursantes a descubrir qué premios se esconden en cajas de diversos tamaños, en sobres, o detrás de una cortina, dentro de un escaparate, a riesgo de que se puedan llevar el “Zonk”, que siempre va acompañado de un premio malo (aunque a veces tiene sorpresas…). Hay también (como ocurre en el programa español) minijuegos que rompen con la monotonía y que hacen el rato más entretenido: tres en raya que les permiten llevarse un premio concreto, ruletas en las que pueden acumular dinero, o cosas así. Ah, y el humor ya lo ponen el propio presentador y los concursantes, que siempre van disfrazados.

Otra de las cosas que sobrarían hoy en día en el “Un, dos, tres…” es el machismo. Esto sirve, además, de análisis sociológico de la época determinada de la que hablamos. Entonces eran comunes los clichés machistas en la televisión (ya lo comenté cuando lo de “Noche de Fiesta”, aunque en lo que hablo ahora ocurría de una forma más sutil). Se hacía referencia al cuerpo de las azafatas y a lo “guapas” que estaban continuamente. Además, se las vestía para la ocasión y estas protagonizaban bailes rancios incluso en la etapa del 2004 (como se hacía, por ejemplo, en el “Grand Prix”). 

Hoy en día hasta la Fórmula 1 se ha cargado la tradición de usar a mujeres como reclamo en grandes espectáculos (menos en Mónaco), pero esto sucede desde ayer. Así que en los 80 hasta la propia Mayra Gómez Kemp preguntaba a los concursantes qué opinaban de las azafatas, alguno que otro decía que lo que más le gustaba del programa era “primero, las azafatas; segundo, las azafatas y tercero, las azafatas”, o ahí tenemos ese viral momento en el que, cuando una de ellas deseó suerte a Alaska y El Fary, este la respondió: “Suerte la de tu novio” y toda la gente reaccionaba con unas risas…

La sociedad cambia con el tiempo, obviamente. Y, lejos de aquellos años en los que, como mucho, había tres canales de televisión, la gente ya no busca estar pegada a la pantalla el viernes por la noche para aguantar un programa con mucho relleno. Por desgracia, espacios como «Gran Hermano», «Supervivientes», o incluso de cinco horas diarias como «Sálvame» sí que permanecen intactos, pero esto se puede deber a su agilidad o al morbo, que es lo que le permiten seguir donde están. Otro aspecto importante es cargar el programa de una buena dosis de realidad. Es decir, que se suceda todo de acorde a lo que vivimos en nuestro día a día, sin demasiadas fantasías ni cuentos.

Un «Un, dos, tres…» bien hecho hoy en día posiblemente llegaría a la hora justa de duración, como casi todos los concursos. Y eso lo haría muchísimo más fluido de lo que lo ha caracterizado. Recuerdo ese programa tan fantástico que emitió Antena 3, «Avanti», que tenía una mecánica similar a este. Y que estaba chulísimo, oye, pero que tampoco cuajó entre la audiencia. Así que otra de las soluciones, pues, podría estar en el día y hora en que se emita. Y es que todos estos aspectos son muy importantes en la época en que estamos…

Lo que sí queda claro es que los premios son un atractivo indiscutible. Es curioso que en Estados Unidos todavía se siguen emitiendo a día de hoy formatos muy antiguos. Porque “La ruleta de la suerte” (“Wheel of Fortune”) nació en los 70 en América, pero, como ya he mencionado antes, “Let’s Make a Deal” nació con la televisión literalmente durante los 50. En aquella época también vio la luz otro interesante concurso que obviamente es más emocionante que “Un, dos, tres…”: “El precio justo”, que también causó furor en España en su día.

El precio justo / RTVE

El formato, basado en el original, “The Price is Right”, lo presentó Joaquín Prat entre 1988 y 1993 y, a pesar de ser tan antiguo, uno flipa con los premios que se llegaban a dar en la televisión. Porque recuerdo que de peque veía este concurso que volvió a emitirse a principios de los 2000 y que presentaba Carlos Lozano, pero que no fue tan bueno como el primero. En la versión española se cambió la frase “¡Come on down!”, que dicen cada vez que nombran a un concursante, por “¡A jugaar!”, que pasó a formar parte de la cultura popular de los españoles.

Se escogían cuatro concursantes al principio que tenían que adivinar el precio de un producto. El gran locutor Primitivo Rojas se encargaba de describirlo de una forma que recuerda mucho a una tómbola de la feria, o a esa popular franquicia de hamburguesas que se puede ver en esos lugares. Esto me resulta tan emocionante como gracioso, porque el hombre hacía genial cada intervención, las cosas como son. El concursante que más se aproximaba al precio justo ganaba la ronda. 

Luego se llamaba a otros cinco concursantes por turnos para que, junto a los otros tres, siguieran pujando, hasta que seis se clasificaban para la semifinal. Al clasificarse, participaban en un juego que les permitía llevarse electrodomésticos, buenos vehículos, viajes, o cualquier otro premio que hoy en día no ves en la televisión ni de risa. Algunos de aquellos juegos podían ser “Las tres X”, una prueba en la que el concursante tenía cuatro fichas, cada una con un número, que pertenecían a las cuatro primeras cifras del precio de un coche (en millones de pesetas). Esas fichas se metían en una cesta de tela junto a otras tres que contenían una X y el jugador tenía que sacar cada número y adivinar a qué lugar de los cuatro dígitos pertenecía, pero si sacaba las tres X, quedaba eliminado. 

El precio justo / RTVE

Otro jueguecito chulo es el “Slalom”, una prueba en la que el concursante tenía que dejar caer una ficha por un tablero lleno de palitos que la hacían zigzaquear a modo de pista de ski hasta llegar abajo, donde había unos casilleros que indicaban la cantidad de dinero que se podía llevar (incluído nada). Por lo general, esas pruebas todavía existen en el programa norteamericano de CBS, que de vez en cuando veo para pasar el rato.

Y es que compagino los dos programas. Unas veo el actual americano (que dura menos que el español), y otras veces pongo el antiguo, porque ya digo que es fantástico ver los premios que había, a pesar de que podrías estar viendo a tus padres de jóvenes. Aquí también vemos algunos momentos de machismo, como cuando Joaquín Prat queda alucinado con el físico de las azafatas, o con algunos comentarios sobre las tareas del hogar o cosas por el estilo. Pero simplemente se trata de entender que eran otros tiempos…

Aquellos seis clasificados se jugaban el pase a la final en otra prueba en la que, de tres en tres, tenían que adivinar el precio justo de dos nuevos objetos. Y, por último, los dos finalistas se disputaban el escaparate (Showcase), en el que tenían que calcular el precio de una pila de regalos de ensueño, que en el programa actual de CBS se quedan muy pero que muy cortos. Ahí ya digo que podía tocarte una cocina o un salón enteros, más un apartamento en la Costa, más un viaje espectacular, más un cochazo o incluso una lancha motora. En uno de los escaparates ofrecían una antena parabólica con su receptor, una tele, un vídeo, un equipo de música, una cámara de vídeo, una radio, un teléfono móvil prehistórico (iba conectado a una pedazo de batería que parecía un detonador de dinamita) y un par de artilugios más.

Total, que los concursantes tenían que afinar en el precio de todo aquello sin pasarse y, si ganaban y no se alejaban de 300.000 pesetas (algo muy difícil, la verdad), todo el escaparate era para ellos. Si se pasaban de esa cifra, solo podían escoger un regalo de todo aquello. La gente entonces solía escoger de cabeza el cochazo o el apartamento. 

Sinceramente, a pesar de ser un programa basado en adivinar precios, sin mucho atractivo cultural, prefiero esto antes que el “Sálvame”. Porque en estos programas, al fin y al cabo, se hacía algo por el público. Es lo que por ahí he leído de “democratizar las vacaciones”, ya que muchos concursantes sin el suficiente poder adquisitivo para poder pillarse un apartamento o un viaje de aquella clase podían conseguirlo gracias a concursos así, por no hablar de los coches o de lujosos muebles, como aquella escribanía de plata de la marca Pedro Durán. Una marca que no es muy barata precisamente. Era una época en la que, por cierto, se llevaba mucho, pero que mucho, la decoración en los hogares.

Así que, viendo el atractivo que tenían y que siguen teniendo estos concursos, y que a día de hoy se siguen emitiendo aún, no sería mala idea que las cadenas intentasen traer alguno de estos programas a España, que sin duda más de uno lo agradeceríamos, y ponerlo en estos huecos tan mal aprovechados en los que solo traen a gente que grita, se insulta o se pone a contar su vida. O se exhiben exuberantes concursantes que compiten por ligarse alguien en concreto, a la vez que se fomenta el machismo, entre otras lindezas. Menos poner a la gente a gritar o a ligar y más ponerla… ¡a jugaaar!

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