Aquello que hacemos y que nos ocurre en nuestra infancia y juventud determina los adultos que seremos. A veces, una acción desgraciada destruye todo el futuro, si es que tal cosa existe, y condena a alguien a una vida frágil, trágica o breve. Al final siempre ganan los monstruos (Blackie Books, 2021) es la primera novela de Juarma (Deifontes, Granada, 1981). En ella, un grupo de amigos se mueve entre la droga y la marginalidad, sobreviviendo como pueden a los fantasmas del pasado hasta que su lucha se hace insoportable.
En esta novela, situada en un pueblo ficticio de Granada llamado Villa de la Fuente, aparecen personajes como Juanillo, Jony, Lolo, Dani o el Liendres, que pertenecen al mismo grupo de amigos, y otros secundarios como María, Vanessa, Antoñica y el Cucaracha. Es una novela coral donde los personajes se mueven por el mundo de la noche y exploran los conceptos de amistad y amor.
Una desgracia que le ocurre a Juanillo desencadena una serie de sucesos que marcará a este grupo. Este acontecimiento, el antes y el después lo conocemos a través de las voces de los propios personajes, que hablan a veces con un lenguaje coloquial. Así, el lector conoce detalles que nadie debería saber, secretos encerrados dentro de cada uno que forman una novela tan humana como trágica.
Leemos varias versiones diferentes de cada suceso, según quien la cuente. Son historias y anécdotas de un grupo de amigos con vidas desafortunadas y mal encaminadas, marcadas por padres alcohólicos, la visión de vecinos marginales o un vecindario insolidario o la violencia doméstica. Vivieron su infancia en el 92, con los Juegos Olímpicos y la muerte de Camarón de la Isla de fondo.
Escuchamos la voz de los excluidos, aquellos de los que se habla mucho pero a los que se escucha poco. Juegan al FIFA y no parecen tener mucho futuro, con excepciones. Son capitanes Ahab que quieren dar caza a la felicidad, y lo intentan con rabia, pero acaban llenos de cicatrices y sin conseguir su objetivo. En definitiva, personas destrozadas por el pasado y por sus circunstancias, ya que cargan con un peso excesivo a sus espaldas. ¿Cuándo empezaron a torcerse sus espaldas por el peso? Quién sabe, quizás desde el momento en que nacieron.
El grupo de amigos construye presentes que se mantienen mal y se oxidan pronto. Por eso, recuerdan momentos del pasado, de sus respectivas infancias, y no encuentran la salida por ninguna parte, asfixiándose. Estos malabaristas de la vida dicen palabrotas, tienen visiones extrañas y valoran la fraternidad. Sueñan, pero siempre despiertan antes de tiempo, sin tocar nunca aquello que anhelan. Este presente destruye a los personajes, y también al lector, dejando un terreno yermo a su paso.
Odios, rencillas, mentiras, habladurías, intereses, conveniencias, desintoxicación, supervivencia, autocontrol, ansiedad. Infancias traumáticas que los transforman en adultos irascibles, abusadores o depresivos. La fuerza del dolor se manifiesta en cada uno de ellos y guía sus pasos. Se rompen, se deshacen y quedan en nada que pueda salvarse, a veces por la cocaína, que deconstruye a las personas.
El autor critica la idea social de felicidad, plenitud y éxito, sobre todo cuando se asocia con formar una familia. También hace una crítica a la droga, que a veces es la vía que escogen personas con una infancia dura o una vida desastrosa.
Es difícil mantener el registro de cada uno de los personajes, con su voz propia, durante toda la novela. Se identifican con facilidad las intervenciones de algunos de ellos, como el Liendres, cuya narración es más telegráfica y coloquial que las demás. Aunque tiene toques de humor, es una novela eminentemente trágica y dolorosa. Pese a todos los esfuerzos, los monstruos (las drogas, las adicciones en general, la ansiedad, la depresión, el pasado) no se van. Ganan solo por perseverancia, pero siempre ganan.