En Tierra Quemada (Versátiles editorial, 2020), el vaso no está ni medio lleno ni medio vacío: está roto. Esta novela de Rafael López Vilas (Vigo, 1975), con un prólogo de Adolfo Gilaberte y un prefacio de Diego Horschovski, dibuja la realidad de un país y de una sociedad condenadas a reinventarse para evitar seguir desangrándose en las corruptelas que infestan sus administraciones.
Esta novela está protagonizada por «la España que paga los platos rotos del señorío». Comienza con un velatorio al que asisten los que luego serán los personajes principales: Ernesto Buena Virgen y Federico Luján. Ambos son amigos del fallecido: Ramiro, un joven periodista que ha muerto mientras investigaba un importante caso de corrupción en España. Las sospechosas circunstancias de su muerte lanzan a Buena Virgen a investigarla. Mientras tanto, contempla cómo el tercer eje del triángulo, Luján, se hunde en la miseria mientras otros se van con los bolsillos llenos a costa del pueblo.
Tierra Quemada alterna los capítulos protagonizados por Buena Virgen, donde se nos narra su investigación, y los protagonizados por Luján, donde el lector asiste impotente al hundimiento económico y anímico de una familia normal víctima de la injusticia social. El autor dibuja a unos personajes verosímiles, aunque la trama se enreda como una madeja debido a la sobreabundancia de nombres y siglas. La historia, además, es un hervidero de empresarios y trabajadores y un cruce constante de nombres de altos cargos y empresas. Todo ello para construir un entramado que, aunque ficticio, intenta retratar la política española actual.
La novela de López Vilas gira en torno a una realidad dura que quema: la precariedad y la injusticia. Invita al lector a contemplar la pobreza que observamos a diario a nuestro alrededor mientras la corrupción campa a sus anchas. De hecho, uno de los sindicatos mencionados en la novela se llama ASCO (de Asociación Sindical Confederada), lo que da clara muestra del hastío laboral y financiero de los protagonistas.
Por las páginas de la novela vemos moverse consejeros, adjudicaciones, billetes en paraísos fiscales y los hilos del poder. Además, vemos cómo se silencia a quien habla demasiado o a quien defiende sus derechos o los ajenos. La impunidad es un doloroso puñal que hiere al lector cuando este observa la difícil lucha, constantemente torpedeada, contra la corrupción política y la suciedad que anida en algunos rincones del poder.
Además de la precariedad, entre los temas predominantes encontramos la insolidaridad, las deudas, el pesimismo, el desempleo, el conflicto con el pasado, la búsqueda de la verdad, los remordimientos que empujan a Buena Virgen a descubrir el misterio de la muerte de Ramiro y el egoísmo de aquellos que, cuanto más tienen, más quieren, cueste lo que cueste. Hay situaciones que hacen encoger el corazón del lector. Se trata de una historia que reivindica el periodismo libre y combativo con el poder, sobre todo cuando se trata de investigar irregularidades. Un entramado corrupto que el autor expone y conecta con el contraste entre los diversos personajes.
Aunque hay alguna analepsis, en la que Buena Virgen mira a su pasado, el narrador no se centra demasiado en ello. Los capítulos breves aportan agilidad a una narración agobiante, y el uso del lenguaje coloquial es adecuado, ya que enlaza con la denuncia social. También se emplea, aunque no en demasiadas ocasiones, la ironía, y sobre todo mucho la crítica ácida durante la narración.
Cuando se lee una novela sobre corrupción política en España es imposible no pensar en la fantástica Crematorio, de Rafael Chirbes. Su tocayo López Vilas pone el foco en su obra en el dinero que corrompe y que sirve de baza a los poderosos para no ver perjudicados sus privilegios, ya sea a través del chantaje o de soluciones más radicales. Cuando el lector sale de esta novela, puede pensar que el autor exagera, que esta historia no podría ocurrir en la realidad, al menos no hasta tal extremo. Sin embargo, qué dulce engaño.