Escrito por Rubén Fernández Sabariego
El artilugio comenzó a centellar en un mar de gamas cromáticas hasta que el blanco engulló a los presentes. Toro ya había sufrido los efectos del ‘viaje’ antes. La teletransportación traía consecuencias fisiológicas para los cazadores. Los que mejor soportaban este cambio de localización repentino solo sufrían ciertos mareos y desorientación. Otros, como Toro, podían llegar a sentir nauseas e incluso dolor corporal.
-Es por la masa.- Le dijo el viajero sin cambiar su expresión al ver a Toro en cuclillas. Apoyaba todo su peso sobre las rodillas y su zurda tapaba la boca, intentando no vomitar en el Palacio. Dedicó una mirada de asco al tipo trajeado antes de que este desapareciera entre la maraña de luces.
Candela en cambio se acomodaba el pelo en una coleta con naturalidad mirando a su alrededor. Vigorosas columnas de mármol decoradas con motivos bélicos se erigían como torres en los laterales de aquel patio. La luz se filtraba a través de una
vidriera que actuaba como techo. Le llamó la atención y se fijó. A través de los rayos del sol se dislumbraba una escena en la que un gnomo, un hombre lobo y un brujo se inclinaban ante una guerrera que mantenía su espada frente a ella. Jannine la mandó a construir en honor a su abuela Juna, la gran guerrera de la Hermandad.
Se crearon grandes cantares alrededor de ellas. Algunos ciertos y otros no tanto. Los más ancianos hablaban de Juna una descendiente directa de Oyá, la diosa africana de la guerra. Tal era su ferocidad que bajo su mandato en Africa, June consiguió dominar al resto de razas y doblegarlas bajo la dirección de la Hermandad. Su lanza fue buscada durante décadas por la organización aunque jamás fue encontrada.
Corría la leyenda que la pica estaba bendecida por hechiceros africanos y que u solo tacto permitía dominar tanto a vivos como muertos para acompañar al guerrero en la batalla. Su poder era inimaginable y así lo hablaron los grandes ancianos.
-Si eso fuera cierto y tan solo se pudiera convocar a..
-A Juna. Solo bastaría con su presencia.
Candela pudo respirar el ambiente de poder y magia de aquel lugar. Las historias de grandes gestas trepaban por su pituitaria casi inconscientemente. Toro ya se había levantado y se encontraba frente a una pequeña fuente, también de mármol. Rompía la uniformidad de aquella plaza cubierta. De dos leones que mantenían la boca abierta sobresalía la figura de un hombre con un gorro que sostenía un arco. Era la representación de Gengis Khan, el gran conquistador mongol. Era el particular homenaje de Tora a su linaje.
-Han dejado en el olvido a las otras grandes familias.- Dijo Candela con cierto desprecio al contemplar que no estaba la representación de otros apelllidos como las dos cuchillas cruzadas de los Dagger o el caballo de los Napoleón.
-¿A qué adivino el porqué?
-Que algunas no decidieran participar en la gran batalla de la rebelión no supone que se borren sus hazañas de la historia.
El sonido de la conversación, acompañado por el suave caminar del agua tras escaparse de la boca de los leones se vió empañada por pasos. Pasos de más de 7 personas. De hecho, podrían ser incluso más de 15. Venían con el ruido de una estampida de elefantes pero no más rápido que una marcha marcial. El resonar de las botas militares rebotaba entre las columnas. Al fondo de la sala los pudieron divisar. Eran el escuadrón de élite.
Tan solo se revelaban entre los centelleos solares el bailar de sus gabardinas negras. Debajo de estos abrigos se encontraba su vestimenta de licra, a prueba de cortes. Sus facciones permanecían ocultas bajo una máscara blanca que contrastaba con su atuendo. Este accesorio, blanco en su plenitud, tenía la zona de los ojos adornada en negro. Líneas verticales cruzaban su superficie. La sonrisa también se encontraba coloreada del mismo modo. Su apariencia era simplemente macabra. Había sido elegida a consciencia por el equipo logístico de la Hermandad para crear un estado de pavor en sus adversarios. El hecho de que fueran clones volatilizaba la diferencia entre hombres y mujeres… Creaba uniformidad y sumisión ante las órdenes.
-Acompañadnos.-
La voz provenía de la primera figura del escuadrón. Su tono era ronco y la frase contundente. Sin derecho a réplica. La cazadora asintió sin hacer ningún ademán y Toro los miró con desconfianza. Las antiguas familias prevalecientes en cada territorio que sofocaban las revueltas habían sido sustituidas. El comité de la Hermandad había creado un equipo “para solucionar los problemas” con los cazadores más sobresalientes. Obedecían. Obedecían y punto. Para Toro parecían simples robots que no se cuestionaban más allá de la ley. Más allá del blanco y negro.
Recorrieron pasillos. Algunos iluminados por la luz natural que se filtraba entre los recovecos, otros alumbrados artificialmente por lámparas pegadas al techo. El silencio predominó durante todo el trayecto. Ni el escuadrón de asalto y protección iba a hablar, ni ellos pretendían sacar ningún tema. Atravesaron un gran portón custodiado por guardas que medían casi como la entrada y se adentraron en una habitación.
En el centro de aquel habitáculo, mal iluminado, se disponía una mesa de madera rectangular y sillas a su alrededor. La mayoría estaban vacías, a excepción de la que presidía y la que estaba a su lado derecho. Al fondo, dirigiendo la reunión fantasma se encontraba una silueta femenina y a su lado, otra persona con rasgos andróginos. No se les podía ver claramente por el abundante contraluz. Eran espectros. Rápidamente la rubia desechó esa idea de su cabeza. La que comandaba aquel espectáculo circense de luces era Jannine, y a su lado estaba Tora. Fue más que evidente cuando con un ademán, la cazadora de raíces africanas mandó salir al escuadrón de la sala.
-Jannine, ya sabes por qué estamos aquí. – Intentó comenzar la conversación Candela, en un burdo conato de calmar unos nervios que desconocía cuando habían aparecido.
-Claro que lo sé.- Cortó con rapidez.- Sentaos.
Al reducir las distancias, las siluetas se clarificaron. La cabellera negra como el carbón, peinada en largas y tensadas trenzas, caía sobre los hombros de la jefa. Su mirada permanecía impasible observando a sus invitados. Los escuadriñaba de arriba abajo. Las manos, adornadas por anillos, hacían contraste con su tez oscura. Aún más de la que se formaba al contemplarla junto a Tora, un cazador de sedoso pelo castaño recogido en un moño alto. Su piel, clara como el mármol, sus ojos color miel y la falta de vello facial configuraban la pura imagen del antagonismo.
Sus delicados rasgos daban una falsa impresión de vulnerabilidad. Nadie que hubiera intercambiado un enfrentamiento con Tora había vivido para relatar la aventura.
-Los Bebés Sangrientos tienen a Lena. – Intervino Toro ante el silencio que se apoderaba de la sala.
-Los Bebés Sangrientos se están convirtiendo en un verdadero problema – Saltó Tora, con una pasmosa tranquilidad. Su tono era relajado y ciertamente agudo.- Con el secuestro de Lena han ido demasiado lejos.
-Así es. ¿Vamos a destruirlos, verdad?- Respondió el hombre de ojos azules
-No.- Volvió a frenar de golpe la conversación de Jannine. Los iris color cielo del muchacho se encontraron con una mirada carbonizada por parte de la comandante. – Declarar la guerra a los Bebés supone un posterior conflicto con las razas con las que tiene alianza. No podemos empezar una batalla de tal calibre. No ahora.
Sus palabras rajaban el aire.
-¿Cuál es el plan entonces? – Candela se sumergió en la conversación
-Negociar. –Le respondió- Iréis como representantes de la Hermandad y acordaréis los términos y condiciones necesarias para traer a Lena de vuelta.
-Soy una renegada de La Hermandad.- La rubia lo soltó casi en un leve susurro que hizo fruncir el ceño de Jannine.
-Ahora ya no. Y si persistes en la idea, no me quedará otra solución que sacar mi lado más persuasivo.-
No titubeó un solo momento, y tanto Candela como Toro sabía que no era una advertencia vacía. Este último planteó la pregunta del millón.
-¿Y si dice que no?
-Lo convencéis – Acotó Tora- Tenéis carta blanca, utilizadla. Seguro que hay algo que Sigmund quiera a cambio.
-Insisto, Tora- Se agarró las manos antes de volver a plantear la cuestión. No era en algo que quisiera pensar, pero…-¿Y si se vuelve a negar?
-Os marcháis. Ya tomaremos las medidas necesarias posteriormente- Sentenció Jannine.
-¿Qué pasa si es una trampa?
La comandante miró a Candela.
-Tendréis refuerzos ahí dentro. Solo ocupaos de hacer vuestra labor. – La nieta de la gran guerrera africana, Juna, dio un golpe seco en la mesa con uno de sus anillos. Y así se cerraba el plan. Era uno de sus icónicos movimientos para concluir. Ninguna clase de contrarrespuesta se atendía después de ese gesto. – Ahora marchad y preparaos. Tendréis a un viajero esperando detrás de la puerta.
Candela y Toro se miraron. ¿Realmente tenía un plan o los estaba encerrando en una ratonera? Con ese pensamiento conectado se levantaron, y evitaron toda conversación durante el camino a casa a través del portal. Ni una vocal se escapó de los cazadores aún cuando se encontraban por el pasillo. Quedaban 8 horas hasta la fiesta. En algún momento tendrían que asegurar los detalles, o de lo contrario, no solo la vida de Lena correría peligro.