Mitternatch Capítulo 2: El Plan

Escrito por Rubén Fernández Sabariego

Ha pasado un año y aún sigo pensando en ese momento

-Lena…-Dijo en un suspiro.

-Toro, sé que es duro ¿vale? pero debes superarlo…Es un riesgo que siempre hemos tenido, por nuestra profesión. Es el ciclo de la vida. A veces cazamos, a veces nos cazan.

El ceño del hombre de ojos azules se frunció.

-No me hables de ciclo de la vida. Eso fue un asesinato con premeditación y sed de venganza. Era lo que más quería en esta vida, la vi crecer, amar y morir. No soy el mismo desde entonces, Frank. Me importa todo una mierda .- Y le extendió el vaso de Whiskey vacio por la barra de mala gana.

-¿Entonces por qué sigues viviendo? – Le preguntó seco y directo el camarero mirándolo clavándole sus ojos café.

Por un momento el rapado de gabardina quedó callado, con los codos apoyados en la barra. Se había hecho esa pregunta miles de veces, pero no esperaba escucharla en boca de otro. Aunque la respuesta siempre era la misma.

-Venganza.- Sentenció.

Se produjo un sepulcral silencio que dilapidó la conversación, hasta que, tras resolver los quehaceres del bar,Frank echó a los últimos beodos y  le puso la mano en el hombro a su amigo.

-¿Tanta la buscas? – La miel estaba puesta en los labios, y ese oso no tardaría en relamerse.

-Con toda mi alma. ¿Qué sabes y te estás callando Frank?- Volteó su cuerpo para mirarlo frente a frente.

-Te serviré otra copa. Quizás pueda echarte una mano.-

El alcohol volvió a circular a través de esa barra que desprendía olor a Whiskey y recuerdos, olor a despecho.

Olor a sangre.

-Me dijistes que fueron los Bebés Sangrientos quienes le inyectaron aquel líquido purpura y la mataron. – Rememoró el dueño de aquel hostal mientras se atusaba el pelo nevado por los años- Lo que desconoces es que podrías tener tu revancha contra Sigmund pronto.-

-Cuando y donde.-

-Celebrarán una fiesta pronto,  por cumplir una década en activo, además de por ser una de las facciones más poderosas de la ciudad.-

-Cuando y donde.- Volvió a repetir exasperado Toro ante el goteo intermitente de información.

-La semana que viene, el lunes a media noche. Será en el Callejón del Perro Famélico, en el teatro abandonado-

– Ya fui una vez allí Frank y fue una trampa.- Inquirió.

-¿Es mi culpa que te engañaran? Eres un cazador, o al menos lo eras para La Hermandad, un poco más de cabeza. – Le regañó el viejo, que también perteneció en su momento a dicha organización

-Y por qué debería fiarme ahora?-

-Porque es lo único que tienes.- Sentenció, pero entonces lo recordó. Conocía a Toro, sabía que era impulsivo, aún más movido por el deseo irrefrenable de vengar a Lena. – Si vas solo acabarás con ese bonito y grandote pecho que tienes agujereado antes de que puedas entrar.-

-Es el trabajo que tengo que hacer. Ya me he enfrentado a cosas peores que una panda de pirados con caretas.-

-Puede ser. Pero esos chalados con caretas tienen AK-47 y lanzamisiles. ¿Eres capaz de resistir a un misil Toro? Quizás tienes esa extraña habilidad y yo no lo sabía. – Ironizó el mesero mientras le daba un sorbo a su bebida.

-A donde quieres llegar.-

-A que conozco una forma de que puedas entrar sin levantar sospechas…Al menos, no demasiadas.- Dijo encogiendo los hombros, no estaba asegurado a un cien por cien; pero era mejor plan que el de aquel hombre barbudo: dispuesto a entrar como un loco dando tiros a todo lo que se le pusiera delante, hasta que el plomo le alcanzara a él.

-Continúa, Carlo Magno, maestro estratega, comandante de guerra.- Ironizó ahora él.

-Sigues teniendo contactos dentro de La Hermandad.  Candela conoció Sigmund durante su estadía en las calles, antes de pertenecer a la que fue también nuestra organización. Que yo recuerde…Tu no te llevabas del todo mal con ella no?-

Y le propinó un golpecito en el hombro.

-Me llevaba- Le cortó Toro- Ya no, nuestra relación terminó hace mucho tiempo.-

-Concretamente tres, desde que te marchastes de la organización. – Definió- Pero un favor es un favor, y no creo que te niegue ese. Puede suponer la diferencia entre llegar y salir de la fiesta, o solo llegar Toro.-

Se atusó la gabardina, acomodándosela al mismo tiempo que un recuerdo fugaz pasaba por su mente. Candela fue una gran compañera de antaño, una rubia de torneado cuerpo y profundos ojos azules, parecidos a los suyos, pero con una mirada mucho más calculadora y seria. Una auténtica bestia en batalla, una gran persona fuera de ella.

-Veré lo que hago Frank. Gracias.- Le dedicó media sonrisa y le dejo más propina de la cuenta en la mesamientras se marchaba.

Al fin y al cabo su amigo ya no se dedicaba a cazar monstruos nocturnos. No percibía ingresos económicos por ello, ya solo regentaba ese bar al que había bautizado como  ‘El Octavo Círculo’.

El camino a casa fue una indecisión constante.

¿La llamaba? ¿No la llamaba? Su pulgar recorría una y otra vez la lista de contactos hasta pararse en el mismo nombre: Candela.

Por fin se decidió. Paró sus pasos en un lugar un tanto desconocido para él: ‘La Cienaga’, lo llamaban.Era un territorio hostil, aún más de noche, paralelo a una enorme barrizal en el que se habían construido cabañas de madera. ‘La Ciénaga’ era el sitio ideal para todo aquello que la ciudad repudiaba. Siguió andando  para escapar de aquella zona, mientras tocaba la pantalla de su teléfono.

La llamaría.

Ring

Ring

Ring

-¿Sí? ¿Toro?- Se escuchó a través del aparato electrónico. Era una voz suave y agradable a cualquier oído.

-Hola, Candela- Salió tímidamente de su boca.

Candela era una digna contrincante no solo en el campo de batalla, si no en la lucha dialéctica. No tendría nada que hacer si esta le reprendía episodios del pasado.

-¿Qué quieres Toro…?- La voz no sonaba muy simpática. Mal comienzo.

Pero cuando iba a contestarle algo comenzó a moverse entre las sombras a gran velocidad. Atravesaba el pasto seco que se alzaba ante su camino, dejando como pista únicamente el sonido que emitía. Eso era algo más grande que un simple depredador de ‘La Cienaga’, mucho menos, una mascota.

-Tengo que colgarte.-

Y acto seguido guardó el móvil y llevó su diestra al cinturón donde guardaba su pistola.

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