Escrito por Rubén Fernández Sabariego
¡Socorro! Disparos. Gritos. Desorientada, Lena se giró hacia la derecha. Vio a un soldado, con su uniforme militar lleno de barro que corría hacia una barricada. Intentaba ponerse a salvo. Cuando creyó estar seguro, el sonido de un mortero trajo consigo presagios de muerte.
El cañón disparó un misil que impactó en la barrera improvisada. Los órganos, tejidos y la sangre de los combatientes quedaron entre los escombros como una macedonia. De nada sirvió aquella ‘protección’. Otro misil atravesó a Lena, pasando a través de su estómago. No podían hacerle daño, era un ente. Una proyección.
Paso a paso, el ejército gris iba aniquilando cada atisbo de su rival. El número de soldados y la artillería decantaban la batalla a su favor. Solo era cuestión de tiempo que no quedara ni un miliciano rival.
De nada valía a los contrarios vestir de negro para ocultarse entre los escombros. Tan solo servía para que el rojo que se derramaba por sus ropajes tuviera una tonalidad más intensa. Lena estaba aterrorizada ante aquella escena. Jamás había visto tanta destrucción. Tal barbarie. Detrás de cada pecho perforado, detrás de cada miembro mutilado existía un nombre, una historia, una familia.
Quería gritar.
Gritar que parasen. Que no continuaran. Que todo era un sinsentido.
Pero entonces recordó que Yggdrasil solo le estaba mostrando una parte de la historia. Por mucho que se esforzara, ella solo era una espectadora. Las últimas plegarias fluían a través del ambiente.
‘Te quiero Joanna’
Un hombre de unos aparentes 30 años besaba la foto de su hija con lágrimas en los ojos. Una niña de 5 años, con el cabello platino y una amplia sonrisa en la que aún faltaban algunos dientes. El punto rojo se posicionó sobre su frente.
Un francotirador se ubicaba en el quinto piso de un edificio que conseguía resistir, a duras penas, los efectos de aquella guerra. El tirador cerró su ojo derecho y soltó el aire lentamente. El dedo corazón apretó el gatillo.
La bala no se desvió en su trayectoria. Ni siquiera un solo centímetro…Pero no impactó en el padre de la pequeña Joanna. El proyectil permanecía suspendido en una masa oscura y flotante, que se arremolinaba en la mano de un desconocido hasta el momento. Su piel oscura contrastaba con una delineada barba blanca que recorría sus labios y sus mejillas.
El soldado levantó la vista. El extraño había detenido el disparo.
-Huye. Yo me encargo .- Le dijo, con media sonrisa en la cara
La oscuridad se deslizaba entre sus descarnados dedos. Formaba una perfecta esfera que comenzó a girar alrededor de la bala. El militar no podía quitar los ojos de él. Un sombrero negro de ala ancha resguardaba el brillo de sus ojos.
Click.
El rifle de largo alcance volvió a cargarse. Un nuevo proyectil ya aguardaba en su panza. Al tirador le habían sorprendido los hechos, pero era un soldado. Un asesino entrenado para dar caza a sus rivales. Si la misteriosa figura de largo abrigo y camisa oscura había defendido a aquel hombre…también era su contrincante.
ERRAHAHA
El dedo aún no terminó de accionar el gatillo cuando el francotirador recibió un balazo en la yugular. El proyectil salió disparado de aquella sombras oscuras revoloteantes.
El esmalte en los dientes de aquel tirador comenzó a teñirse de rojo. UGH.Tosio. Intentaba respirar. UGH. Volvió a toser. Finalmente el líquido carmesí resbalaría por su boca y la mirada se iría perdiendo. Jan Hummel había muerto. Una leyenda de la guerra. Más de 200 muertes a sus espaldas.
¿Quién es ese sujeto?
Era la pregunta de Lena. Y la de muchos otros combatientes que fueron cayendo bajo su poder. Se movía tranquilo hacia sus rivales; estos le disparaban pero una armadura densa y negra que aparecía alrededor de él absorbía los balazos. Le liberaba de todo daño.
Solo sacó las manos de sus bolsillos en una ocasión. Un soldado del ejército gris intentó golpearle en la cara. Con la palma frenó el puñetazo. Lo sujetaba con tanta fuerza que el miedo paralizó a aquel miliciano
-El repicar de las campanas traerá la Medianoche, con lamentos de rosa negra. Te libraré de la carga de la vida, hijo mio. Mi aliento será tu guía. La noche, tu aliada. Mis ojos, tu esperanza. Mitternatch.
En ese momento un manto de bellotas envolvió a Lena y la hizo desaparecer de la escena.
-Ya es suficiente.
Reconocía la voz. Era Ánthrox. Se tocó las manos. Volvía a ser ella misma y no una proyección, y se encontraba de nuevo en el Bosque de las Doce Lágrimas.
-¿Quién es ese hombre Ánthrox…?