Mitternatch Capítulo 8: Tormento

Escrito por Rubén Fernández Sabariego

¿Estaba vacía? No podía encontrar nada en su mirada. Era como si, por un momento, se ahogara en el basto océano de la indiferencia. No encontró un resquicio de su alma cuando enfrentó los ojos de Candela. Aguantó un par de segundos. Alguien le había robado el alma a través de sus pupilas, minúsculas y apenas visibles entre el azul que reflejaba la nieve derretida al caer por la ladera de la montaña. Conocía la historia de un demonio que era capaz de hacerlo. La leyenda contaba que te perdías entre la maldad de su esencia y jamás encontrabas el camino de vuelta. Vagabas como una forma incorpórea entre los más recónditos espacios de su mente y servías a un propósito mayor; propagabas la maldad y la muerte allá donde pisara tu dueño. Te convertías en parte de él, en su arma. Pero en la habitación solo estaban ellos. Ellos y el té.

-¿Candela?- Soltó el combinado de agua y hojas de tulipán. -¿¡Candela!?- La zarandeó, cogiéndola de los hombros y con tanta fuerza que sus costillas rotas volvieron a vibrar. De su boca escapó un alarido de dolor.

Las pupilas de la rubia se dilataron y abrió la boca.

-Vuelve a hacer eso y te parto la cara-

Se llevó inconscientemente su zurda al dorso de su mano y posteriormente a su brazo, donde el sauquillo se tatuó. No había nada. Candela dudaba constantemente si todo aquello había sido un sueño; la foto le recordaba que no.

-¿Qué tienes? – Toro intentó alcanzar la mano de su compañera pero recibió un manotazo – ¡Ay, joder! Apuñálame ya si quieres por preocuparme por ti. – Dijo entre gruñidos.

-¿Y quién te ha pedido que te preocupes?- Se cerraba en banda por miedo a que la tomaran por loca.

-Que te jodan- Le respondió Toro poniendo los ojos en blanco. Tenía razón. ¿De qué servía preocuparse por ella? A pesar de que su nombre era puro fuego, su carácter tenía la misma temperatura que el Lago Helado de Alaska.

-Descansa. Estaré por aquí.- El grandullón no respondió más que con un bufido, haciendo gloria a su nombre.

El té no tardo en hacer efecto. Las hojas de tulipán tenían un efecto analgésico. Un parpadeo. Dos parpadeos. Tres parpa… El brillo de sus ojos azules quedaron ocultos bajo una cortina de pestañas que cerraba la función, al menos, por un par de horas.

Candela salió del cuarto. Apenas anochecía. Los últimos rayos del atardecer daban paso a noches donde predominaba el olor a sangre. Ese líquido que los vivos utilizaban para subsistir. Ese líquido que las criaturas de la noche ansiaban. Recorrían las calles como yonkies clamando por su heroína.

Ignorantes y necios, si supieran los peligros que esconde la noche.

La Hermandad se había ocupado durante siglos de retener esa maldad, de erradicarla. Millones de seres habían muerto a lo largo de la historia en lo que las personas comunes denominaban “guerras”. Las grandes batallas de la historia no eran más que un intento de valerosos combatientes de la Hermandad por evitar la destrucción de la humanidad.

Esta organización a la que había pertenecido su estirpe, la de Toro y la de Frank, se remontaba a tiempos remotos. Aún recordaba cuando su abuelo, de tez arrugada y ojos verdes aceituna andaluza, abría con suavidad un viejo libro con el símbolo de Uroboros en su portada, la serpiente del ciclo infinito, y empezaba a relatarle

-Candelita, los Dagger somos una de las grandes familias históricas. Guerreros que matábamos y moríamos en batalla. Jamás temimos a la muerte, la muerte nos temía a nosotros. ¿Quieres que te cuente la historia de los 300 campeones griegos?

La niña que rozaba los cuatro años adoraba quedarse tapada entre las sábanas y escuchar la cálida voz de su abuelo. Asintió con la cabeza.

-Bien. ERGH, ERGH– Tosió aclarando su voz y le dedicó su mejor sonrisa a la nieta con la que siempre soñó. Era su tesoro. – Esta historia discurre en la Antigua Grecia. Alrededor del 545 a.C-.

-¿Eso es hace mucho, welito?- Preguntaba inocente la niña, que aún no sabía pronunciar bien ciertas palabras.

-Sí, cariño, es hace mucho.- Dijo acariciando su mejilla con la diestra, manteniendo con la restante el libro pegado a su pecho-. Ya en la Antigua Grecia, existían malvados seres que querían exterminar a la población. Uno de ellos era el minotauro, un ser con cabeza de toro y afilados cuernos, que portaba un hacha con la que cortaba en dos a sus adversarios.

La niña ocultó ligeramente la cabeza. El reflejo de esa bestia en su cabeza le provocó un escalofrío.

-Jamás se rendían. Sin embargo, la historia cuenta la batalla entre dos regiones griegas. Una era Esparta, y la otra Argos. Estas dos ciudades se enfrentaron durante muchos años, y una gran cantidad de personas murieron en vano, así que decidieron llegar a un trato.

-¿Qué trato, se hicieron todos amiguitos?- Preguntó con voz tímida y ojos esperanzados.

Su abuelo soltó una leve carcajada de complicidad.

-No exactamente, cariño. Verás, pactaron una batalla. Solo podrían elegir a trescientos soldados, y quien quedara en pie conseguiría la victoria para su ciudad.

-Uyyyy-

-Así, Basha, el Rey de Argos, un brujo que dominaba la magia negra, encantó a sus mejores soldados y los volvió despiadadas bestias para ganar la guerra de una vez por todas. Minotauros, gigantes y hasta al mismo Hipno convocó.

-¿Hipno?- Preguntó

-Un ser alado, de pequeño tamaño pero grandes cuernos de los cuales se vertía un líquido que dormía a todo aquel que lo tocara.

-Pobres soldados espartanos.

-Sin embargo- Le dijo con media sonrisa- Esparta tenía al rey más perspicaz de todos. Bastian era conocido por su inteligencia y por ser el líder de la Hermandad, unos soldados de élite preparados para vencer al mal. Así, presentó solamente cien campeones a la batalla.

-¡¿Cien campeones, welito?! ¡Los matarán!- Exclamaba la niña preocupada.

– Cuando la batalla comenzó, Candelita, los monstruos se dirigieron hacia los cien soldados, que resultaron ser el cebo. Los guerreros que faltaban, aguardaban escondidos entre las colinas y los atacaron por sorpresa. Tal fue la emboscada y la posterior batalla, que los soldados de Argos cayeron todos, a excepción de un Centauro que consiguió huir.

-Los centauros eran esa especie de hombres-caballo, no welito?-

-Sí, mi amor-

-¿Y cuántos soldados espartanos sobrevivieron?

-Solo dos- Le respondió el abuelo.- Volvieron a casa, y se lo dijeron a Bastian. El rey, proclamó la victoria por todos los reinos griegos y Basha jamás volvió a entrometerse en sus territorios, bajo amenaza de muerte por parte de Esparta.

-¡Que bien, al final siempre ganan los buenos, welito!- Decía la niña haciendo palmas y sonriendo.

-No siempre, cariño, pero al menos debemos intentarlo con todas nuestras fuerzas.- Le dio un beso cariñoso en la frente y le susurró, con todo el amor que un abuelo puede profesar por su nieta- Descansa, que ya es tarde, pequeña soldado espartana.

-¡Te quiero, welito!- Y los brazos de la niña rodearon el frágil cuello de quien en su día fue un valeroso combatiente, tal y como lo fueron los soldados espartanos en su época.

Las luces se apagaron. Un parpadeo. Dos parpadeos. Tres parpad… La inocente niña se sumergió entre los sueños más profundos. De la realidad volvió a emerger la Candela seria, combativa y que se preocupaba por todo aquel que un día se preocupó por ella. Llevó la mano a su cinturón y tocó una de las dagas.

Volvía a ser ella.

Atrás quedaba la cría que estuvo meses sumergida en una profunda depresión ante la muerte de su abuelo. Asesinato, más bien.

Encontró su cuerpo con la boca abierta, los dientes aún goteaban sangre al suelo. Plop. Plop. Entre este amasijo de caries y sangre solo había un hueco vacío. La lengua se encontraba clavada sobre el signo de Uroboros, en la portada del libro, manchando la tela de ese rojo intenso que también se encontraba en la moqueta. Pero su abuelo no había muerto de eso. Lo que Candela no podía ver eran dos incisiones precisas, en la parte posterior de la cabeza. De ellas se derramaba lenta, pero inexorablemente, parte del tejido cerebral. No eran fruto de disparos. Tampoco de arma blanca. Era una especie de incisión, como si un gato hubiera practicado una operación quirúrgica con sus uñas.

-¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!-

Su chillido resonó en todas las instalaciones de la Hermandad. Uno de los soldados la encontró, y se la intentó llevar de la escena, mientras solo la podía escuchar decir: “Welito, welito…no…welito”. Jamás sintió un dolor tan grande como la pérdida de su abuelo. Del padre que nunca llegó a tener.

Años más tarde descubrió que era el modus operandi de lo que la mafia denomina: “corrección al chivato”. No llevado a cabo por una persona normal. Una muerte rápida, perforando el tejido cerebral y la lengua arrancada para expiar sus pecados por contar cosas que no debería. Recordó lo que le dijo: “Los buenos no siempre ganamos, pero debemos intentarlo con todas nuestras fuerzas”

¿Qué te pasa Candela? Deja de vivir en el pasado y coge el maldito teléfono

Su cerebro le mandó esa orden en forma de pensamiento ante el insistente sonido del teléfono de su casa.

Ring

Frunció el ceño y empezó a andar.

Ring

Y ahora quién es – Pensó, no estaba de humor. Los pensamientos y recuerdos llevaban parte del día atormentándola. Estaba acercando cuando…

Ringggggg

-¡¿QUÉ?! – Descolgó de malas formas.

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