La vida de Aida, la protagonista de Leche condensada (Caballo de Troya, 2023), es como una partida de Animal Crossing. Y también como una partida de Pokémon, es decir, ataque y contraataque hasta que una de las partes vence y continúa su camino. Ella tiene doce años y vive en un pueblo del sur de Tenerife con su madre. Está abriéndose al mundo y le gustaría tener un videojuego de sí misma, pero sobre todo a veces desearía empezar una nueva partida.
Esta es la primera novela de Aida González Rossi (Santa Cruz de Tenerife, 1995). Empieza durante la celebración de un cumpleaños en el que Aida no está haciendo lo mismo que las otras niñas. Se encuentra en un momento en que su cuerpo cambia y sus padres se están divorciando. Además, vive en una casa diferente a aquella en la que creció y su abuela, que le da a veces leche condensada, parece ser su único refugio, aunque tenga que compartirla con su primo Moco. Debe aprender a protegerse del mundo al mismo tiempo que está en compañía de su primo y de Yaiza, su mejor amiga. Y, sobre todo, debe aprender a hablar sobre algunas cosas y a callar otras.
«Su poder es cerrar los ojos y, existiendo tanto dentro, no existir», se dice de Aida. Le gusta hablar y pensar preguntas existenciales, pero estas empiezan a hacer mella en ella como las piedras que se le clavan en los muslos y le agujerean los leggins. Se pregunta por qué las cosas no pueden durar lo que dura quererlas y percibe que, aunque el daño haya pasado, «no llueve ya pero la calle está toda enchumbada», como su interior. Experimenta la ansiedad, los celos, el miedo, la vergüenza, la rabia y la injusticia, todo a la vez en una maraña difícil de gestionar. Aida tiene a su abuela y a sus amigas, que la ayudan a compensar la ausencia de su padre y de su madre, que está lejana. Ella sabe lo que pasa a su alrededor, pero preferiría no entenderlo. De hecho, hay una Aida que vive y otra que se traga el dolor y lo hace fino para que quepa por cualquier agujero. «Se puede descubrir tanto sobre las cosas si las miras desde un sitio en el que no te tocaba ponerte», dice.
Leche condensada es una historia sobre el fin de la infancia y la entrada al mundo adulto, así como sobre las relaciones entre las personas e internet como refugio, sobre todo, como dice en la contracubierta, cuando vives en un pueblo y eres queer. Con un toque lírico que ya demostró en Pueblo Yo, la autora refleja en estas páginas la dureza de la infancia y la violencia de la vida ante el crecimiento. Aunque no se trata de una novela impactante o sobresaliente, ahonda tanto en la herida de esta infancia que es imposible no sentir la punzada de su escritura.