El amor convierte al valiente en cobarde y en cobarde al valiente, y a veces nos hace pusilánimes y melancólicos, como le ocurre a Andrés, el protagonista de Primer amor (Alfaguara, 2023). Él es un adolescente que vive en una ciudad castellana unos meses después de la muerte de Franco. Se enamora de Brígida, una joven de su grupo de amigos, donde él es el de menor estatus. Ella es su primer amor y marca su forma de sentir y relacionarse para el resto de su vida.
En esta novela, Alejandro Gándara (Santander, 1957) usa el enamoramiento de un joven como excusa para profundizar en el tema del amor, la pasión con la que llega, si volvemos a enamorarnos como la primera vez, el desconocimiento ante ese primer amor, la educación sentimental y la huella que deja la persona amada para el resto de la vida… En el Finnegan’s Wake de James Joyce hay una cita que dice: «Primero sentimos. Luego caemos». En estas páginas, Andrés, al igual que todo aquel que se enamora en su vida, hace ese recorrido.
Andrés quiere dejar de ser quien es y convertirse en otra persona mejor. Se resigna a su condición, pero no se resigna a creer lo que otros dicen. Opina que pensamos solo cuando no tenemos lo que queremos y por tanto el pensamiento da asco, porque supone frustración y fracaso. Piensa que el amor es un ladrón que se queda con todo lo que tiene y con todo lo que quieres. Se pregunta si la tristeza le salva de algo peor y se maldice por lo sencilla que es la vida y lo difícil que la hacemos. Anhela, ante todo, olvidar, ya que si es posible inventarse un recuerdo, también será posible inventarse un olvido.
El protagonista cuenta con el apoyo de don Severino, el cura del pueblo, quien le dice que la gente suele tener miedo de la pasión y la felicidad porque saben que terminarán y desconocen lo que vendrá a continuación. Este también le dice: «El amor es nuestro deseo de cambiar. A veces, de escapar. Si sabes para qué quieres el amor, cuando te haga daño te dolerá menos». Como siente dolor por ese primer amor, Andrés busca otras formas de dolor que le quiten aquel. Pero don Severino le advierte que el dolor no se va nunca por más que lo intente y que se convierte en un árbol dentro de cada uno que debe crecer y hacerse fuerte o, de lo contrario, se pudrirá.
Pese al dolor tan intenso, don Severino aconseja a Andrés que no compare los enamoramientos que vengan con ese primero, y le pide que se perdone, que es lo más difícil. Queda la sensación de que el amor se pierde igual que las ilusiones, los proyectos de la imaginación fracasan y la herida nunca cierra. Pero nadie quiere vivir si no es la promesa del amor. Al final de la historia, con el paso del tiempo, se produce un reencuentro y un giro imprevisto que sorprende al lector y que demuestra que el amor está siempre en todas partes de alguna u otra manera.
Esta novela está narrada en gran parte por un narrador omnisciente, pero luego hay partes narradas en primera persona por diferentes personajes. Además del amor y la juventud, trata temas como las convenciones sociales o el riesgo asumible ante ciertas circunstancias. No es una novela perfecta, pero trata con tanta delicadeza los temas expuestos y da pie a tantas reflexiones que se ha convertido en uno de mis libros favoritos este año. El amor dice de nosotros aquello que no podemos decir por nosotros mismos. Como se dice en la narración, los sueños no se hacen realidad, sino que «están precisamente para explicarnos lo distinta que es la realidad». Finalmente, Andrés solo puede reflexionar algo que le dice un personaje femenino hacia el final: «Imagínate lo que habrías sido sin tristeza».