Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne

Montserrat Iglesias expone en 'La marca del agua' que los sentimientos que no se confiesan y las traiciones que sufrimos se enraízan en nuestro interior.
La marca de agua
La Bella Julieta desayuno

Es el año 1950 y se está inundando el pueblo de Hontanar para hacer un embalse. Los vecinos lo están celebrando, pero Marcos, el protagonista de La marca de agua (Lumen, 2022), no. Él acaba de descubrir a su hermana Sara ahorcada en el establo, así que la descuelga y junto a su caballo se marchan del pueblo, quizás para siempre, porque el agua ha llegado a la marca. El pueblo va a quedar sumergido para siempre, como los recuerdos de sus habitantes.

Para evitar perder los recuerdos, en el camino hacia el pueblo nuevo, con el cadáver de su hermana oculto, Marcos rememora su infancia y piensa en su familia, en las idas y venidas, en los secretos y en los silencios, en su cuñado, en un amigo de la juventud y en la guerra. También se encuentra con el cura Rufino, que le ruega que lo lleve, así que los pensamientos de Marcos se mezclan con la conversación entre los dos hombres, con la amenaza de que se descubra lo que ha ocurrido con Sara.

En esta novela, Montserrat Iglesias (Madrid, 1976) expone que los sentimientos que no se confiesan y las traiciones que sufrimos se enraízan en nuestro interior. La autora ahonda en la vida de varios personajes y en sus recuerdos en una España tumultuosa. La escritura te lleva de la mano por cada una de las líneas de esta novela en la que Marcos habla en su soliloquio con palabras de aliento y reconfortando tanto a la difunta Sara, que ya ni siente ni padece, como a sí mismo.

Su madre tuvo que huir con él y con su hermana y establecerse en el pueblo que ahora se inunda con una amenaza pegada a los talones. Ella odiaba el pueblo pero era su hogar. Luego, llegó Gabriel, un ingeniero con uniforme de falangista que más tarde sería novio de Sara. Ella nunca preguntó por su pasado a su hermano, quizás porque sabía las respuestas o porque creía que le iban a responder con mentiras, que es lo que Marcos le habría dicho. «Mentir a veces no es tan malo, a veces no es ni difícil», asegura.

Marcos se flagela porque se considera un niño de ciudad incapaz de ser buen hombre de campo y de sortear los obstáculos que el mundo rural impone. Admira a su madre, que superó la enfermedad y buscó un nuevo horizonte. Adora a su hermana, cuyo nacimiento «fue un río que horadó una pared». Y evita los ojos escrutadores del resto todo lo posible.

El camino al pueblo nuevo se complica cuando Rufino le pide que lo lleve. «Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne», dice este. «La nostalgia es un amargor que no cede», añade. Rufino es empático y sabe que Marcos padece una pena, pero no lo entiende. Durante el camino, pararán para ayudar a un niño o por orden de la autoridad. La llegada al pueblo amenaza a Marcos con el descubrimiento de la muerte de Sara.

La marca de agua parece cosida por la autora igual que el personaje de Sara cose el día que llega don Gabriel y que empieza a intuirse que entre ellos dos va a haber algo. Cosida por cómo teje y une diferentes partes de diversos colores hasta formar una tela grande que cubre y oscurece los secretos que hay bajo ella. Asimismo, trata temas como la adaptación, la nostalgia, la memoria o la pertenencia a un lugar. Tiempos pasados fueron mejores, dice un personaje. De hecho, Sara tenía aspiraciones, pero la rigidez de su madre y los sucesos posteriores han dado al traste con todo. Son personajes desterrados, primero de la ciudad a Hontanar y luego de Hontanar al pueblo nuevo, sin sentirse parte de ninguna parte, vagando, ansiando huir y perdiendo las oportunidades, los sueños y la vida por el camino.

Marcos se pregunta por qué Sara y todo el mundo quería irse del pueblo. Qué había ahí fuera. Quizás una memoria, una promesa de hogar o pertenencia. Pero «quizás lo peor de todo sea el silencio», confiesa, y la falta de respuestas. Marcos pensaba que lo mejor no eran las soluciones ante la construcción del embalse, sino no haberlo construido y evitar lo que vino después. Le pregunta a Rufino si siempre hay que hacer lo obligatorio, incluso cuando se hace daño a alguien, y opina que es mejor dar a alguien por muerto que sufrir su abandono. Entre culpas y muertos que se aparecen, buitres que rondan la muerte, reproches y ausencias, Marcos construye su historia y memoria familiares ante los sucesos trágicos que le obligan a reconstruirse, una vez más.

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