La semana pasada seguí la recta final del Benidorm Fest, el concurso que RTVE organiza desde el pasado año para escoger al representante de España en Eurovisión. Personalmente, el mundo eurovisivo no me llama mucho la atención. A día de hoy, son muchas las opciones de entretenimiento que hay, y eso puede hacer que el legendario evento ya no sea tan expectante como antaño (polémicas sobre las votaciones aparte). De hecho. la final del Benidorm Fest del pasado sábado reunió a dos millones de espectadores, lo cual puede constatar un poco lo que digo. A pesar de todo, sigue siendo atractivo, claro está, y yo acabé viendo el concurso.
El motivo principal fue porque allí competía Rakky Ripper, una conocida artista de hyperpop que además es amiga de LVL1, a quien entrevisté por aquí el pasado verano. Este género me parece digno de apoyar, ya que puede ser incluso más divertido de escuchar y de bailar que lo que ponen por ahí todo el rato. Aunque la granadina, con su tema “Tracción”, no pudo alzarse como le hubiera gustado en la segunda semifinal, yo estuve pendiente hasta el duelo definitivo, porque en este concurso hubo muy buenas actuaciones. Y, además, mi “teleestancia” en el Benidorm Fest supuso varias experiencias, muy útiles, que consideraba oportuno comentar por aquí.
Una de ellas fue esa sensación chula de reencuentro con la “tele”, que no ocurría así desde hacía tiempo. La televisión tradicional perdió su hegemonía desde principios de los 2010, debido a las nuevas formas de entretenimiento que han ido surgiendo. El Covid y su trascendencia también cambiaron mis hábitos de consumo, al tirarme todo el día buscando noticias. Esto ya es de lo poco que veo en la «tele».
También ocurre que la telebasura se ha ido cargando la calidad de la televisión con tantos realities de parejas, por un lado, y de horas diarias de espacios que en realidad no tienen nada, por el otro. Por suerte, hay programas como “Aruser@s” (por no hablar de su súper edición de los sábados), concursos como “El desafío”, los sorprendentes experimentos que se traen a “El Hormiguero” (a pesar de lo polémicos que son el programa y su presentador) que sí divierten, o espacios con los que puedes aprender bastante, como “Órbita Laika”, que hacen que la “tele” siga valiendo la pena.
Y el Benidorm Fest no fue menos. Ese momento en el que disfrutas viendo a artistas en directo que ofrecen variedad, con su respectiva indumentaria, maquillaje y escenografía no tiene desperdicio (por no hablar de los efectos especiales de actuaciones como la de «Arcadia»). El Benidorm Fest da fe de que sigue habiendo gente que disfruta haciendo música, aunque en los locales nos condenan a escuchar lo mismo.
Aquí solo hubo reggaetón en un par de actuaciones que, además, no pasaron a la final. Podíamos bailar con alegría gracias a la “Nochentera” de Vicco, que acabó tercera, ni más ni menos; también imaginamos durante un momento que el rock de Megara hiciera brillar a España en Liverpool gracias al divertido tema “Arcadía”, que parecía que estuvieran en una partida del Valorant, o también podíamos «arder» gracias al ritmo de Agoney con «Quiero arder», entre un amplio surtido. Y lo que más engancha en todo esto es que, por un instante, crees que va a ganar el grupo o solista que más gracia te ha hecho. Una especie de lotería o algo así, en la que algunos pueden apostar algo y todo.
Como yo soy anti reggaetón, ya de antemano cualquiera de estos artistas me parecía mejor que Chanel. Lo que ocurre es que, con Blanca Paloma, no puedes pensar que este año España vaya a arrasar igual. Remedios Amaya es de nuevo tema de conversación, 40 años después de su actuación en Eurovisión en 1983. El motivo, aparte de que en todo este tiempo el flamenco no había vuelto a aparecer por el certamen, es obvio: España se llevó aquel año 0 puntos. Y esto trae otra reflexión muy digna de hablar.
Blanca Paloma y Fusa Nocta llevaron el flamenco a la final del Benidorm Fest a lo grande. La última no llegó tanto a la altura con “Mi familia”, pero eso no quita lo enorme que estuvo también. El flamenco es un género español (si no el único) capaz de traspasar fronteras. En Estados Unidos y en otros países del mundo existen academias que enseñan a cantar y bailar este estilo, siempre objeto de fusiones, adaptaciones y renovaciones constantes.
Rosalía es responsable de esta nueva era del flamenco, por así decirlo, si bien desde principios de los 2000 se empezó a “urbanizar”, como se sigue haciendo ahora mediante experimentos. Porque es evidente la necesidad de modernizar un género tan antiguo para que las nuevas generaciones sientan interés por él (aunque no acabe resultando muy elegante). Y ambas artistas consiguieron esto en el Benidorm Fest. Ese contacto, desde pequeñas, con el flamenco, de la mano de sus abuelas, es lo que las ha llevado a donde están hoy, pero no en toda España ocurre esto. Y uno de los motivos, aparte de preferir la música moderna, es porque no en toda España gusta el flamenco… ¡Ni en toda Andalucía siquiera!
Este es un problema que puso de manifiesto un periodista gallego, Carlos Asensio, por Twitter. El planteó que dejásemos de presuponer que toda España se siente representada por el flamenco. Aunque los haters de turno, al parecer, se le echaron encima, tiene toda la razón. Lo dice un andaluz, que conste. En España hay mogollón de variedades artísticas que son fruto de la diversidad geográfica y social que existe.
Como inventar un género nuevo, a lo esperanto, que representase a toda España es muy descabellado, lo suyo sería asumir lo que he dicho antes, es decir, la diversidad que tenemos y, por tanto, dejarse de peleas entre comunidades y apreciar está variedad cultural, al igual que en España hay mogollón de sabrosos platos tradicionales, más allá de la paella y de la tortilla de patatas. Habría que estar dispuesto incluso a que, por un instante, gracias a esos sonidos, pudiéramos sentir que viajamos a aquellos lugares, como me ocurrió un poco con la actuación de Karmento (que no me gustó demasiado).
Es triste que a Tanxugueiras, por ejemplo, todo el mundo las tildase de “las gallegas”, o que, en el caso de Karmento, acaben llamándola “la manchega”. Aunque ni Blanca Paloma ni Fusa Nocta son andaluzas, sí se tiene asumido que el flamenco (con origen andaluz) es el género español por excelencia cuando, visto lo visto, no debería de ser así, ya que no todos se tienen por qué sentir identificados por ello. Y, así, se está marginando indirectamente a una parte muy importante de nuestro país.
Ya digo que no me interesaba el Benidorm Fest el pasado año, y que me mantuve ajeno a las polémicas sobre la victoria de Chanel. Pero es cierto que se trata de algo más allá de un festival musical. Es un tema que nos afecta como sociedad. Y también sobre nuestra imagen en el resto del mundo. Ahora reconozco que tuvo tela que ganase una cantante de reggaetón y no un grupo con identidad propia, al que muchos virtualmente veían ya en Italia.
Al final supongo que toca resignarse y asimilar que se valora más que una canción esté en castellano, el idioma oficial de España, aunque nuestra Constitución diga que la “riqueza” de las variedades lingüísticas es “un patrimonio cultural objeto de especial respeto y protección” y tal. Parece que lo último solo está de adorno. Sigue perdurando una idea propia de aquella lamentable dictadura, en la que se eliminó la identidad histórica de las comunidades autónomas y, cómo no sus lenguas. Así, se impone un género propio de una zona geográfica más, como lo son las jotas de Aragón, las sardanas de Cataluña, o el folklore propio de las tierras de La Mancha. Todos ellos también deberían tener derecho a que su música fuera interpretada alguna vez ante millones de europeos. Pero, en realidad, si no es de lo más conocido, mejor os lo guardáis para vosotros.
Además de pensar sobre lo anterior, respecto a las decisiones sobre qué canción gana, ver el Benidorm Fest me sirvió para recordarme que, en competiciones de este tipo, es mejor no ilusionarse por lo que pueda ocurrir. Que no es que yo me hubiera ilusionado. Sí es cierto que iba con Megara y un poco, además, con Vicco. También es verdad que el fuego de Agoney puede resultar más atractivo y pegadizo que las nanas de Blanca Paloma, que dejaron segundo al canario. En este punto, quizás surjan algunas teorías conspiranoicas sobre el jurado: «¿Dieron a la alicantina por fin el gusto tras el quinto puesto del año pasado (sí, esta era la segunda vez que se presentaba, al igual que Alfred)?» «¿Tiene que ver con esta victoria que hace unos años Blanca Paloma cantó para la banda sonora de una serie de RTVE?»
Independientemente de todo esto (solo son suposiciones sin sentido), es en las competiciones deportivas donde tu favorito tiene más posiblidades de acabar triunfando, salvo que sufran accidentes, averías o una mala racha. No está en manos de un jurado, que lo forman personas como tú y yo, con su propio criterio y sus propios gustos, por mucho que una mitad del voto dependa del público.
Al final resulta que ver el Benidorm Fest no solo sirvió para entretenerse, ni para encontrarse un poco con el pasado, sino para concienciarse sobre cómo debería ser la imagen de nuestro país del futuro, más allá de los toros y del flamenco. Hay pendientes algunos cambios. Y, en este punto, que a Blanca Paloma le preguntasen en una entrevista con sí había dormido sola el sábado nos lleva de nuevo al trato que tienen las artistas por ser mujeres. Desde luego, si empezamos con los cambios, no paramos. Pero, ya digo que ver el concurso también ha estado genial, ya que te permite conocer nuevos artistas y disfrutar con lo que ofrecen. Que son las canciones que van a Eurovisión las que más se graban en el recuerdo, sí. Pero también quedan aquellas otras tantas que compitieron por llegar allí. Y, visto lo visto, no son nada despreciables.