Cuando Rocío Quillahuaman (Lima, 1994) llegó por primera vez a Barcelona con once años, en el aeropuerto, le destriparon un peluche gigante de Winnie the Pooh en busca de droga. Se trataba de un peluche que no era su favorito y con el que además había tenido que cargar durante todo el viaje, pero suponía un regalo de despedida de sus compañeros de clase, un dinero invertido con mucho sudor que ahora iba a acabar en la basura. Un gesto que, por anodino que parezca, a una niña le afecta.
Marrón (Blackie Books, 2023), el primer libro de Quillahuaman, son las memorias de la autora, quien narra su infancia en Lima, su ciudad natal, y su llegada a Barcelona por la necesidad de trabajar de su familia. Su entrada en España fue accidentada desde el aeropuerto, cuando tuvo que presenciar ese acto violento que demostraría que le esperaban años de adaptación en un mundo hostil, racista y clasista. En este nuevo espacio, además, debía luchar contra su sentimiento de desarraigo y una búsqueda de identidad, pues no se sentía peruana ni española.
La narradora habla sobre lo que supuso criarse solo con representaciones de gente blanca en televisión y allá donde mirara. Además, la gente racializada vive unas experiencias que la gente blanca no tiene por qué. Así, retrata desde su infancia de inseguridad en un barrio peligroso de Perú junto a su madre y sus dos hermanas hasta su vida actual en Barcelona, ya casada. En Lima, quiso diferenciarse de aquellos que vivían en el barrio del que huían y cuando llega a Barcelona intenta parecerse a los que viven en ese lugar donde parece no encajar, sin conseguirlo. Ve diferencias con sus compañeros de clase españoles y al mismo tiempo rechaza relacionarse con sus compañeros latinos.
A la protagonista la criaron con muchos miedos, hasta el punto que dice: «Me da miedo vivir y me da miedo morir, y ambos miedos están relacionados con el dinero». A la pobreza, se le unían los prejuicios racistas que sufría implícitamente y que ella misma tenía interiorizados. De hecho, allá donde iba intentaba demostrar que no era peligrosa para quien pudiera pensarlo. Le hicieron creer que debía frotar su piel marrón para dejarla blanca, como la de sus compañeras, y así acercarse más al canon de belleza que predomina(ba) por todas partes.
Al final, Quillahuaman encuentra en las bibliotecas un lugar de refugio donde no solo ojear libros, sino también DVD de películas que se unen a la educación sentimental de la música de la época. Allí se va cuando las cosas no marchan demasiado bien, y allí escribe este libro. La narradora no puede evitar pensar cómo de diferente habría sido su vida en otras circunstancias, sin ese tono de piel o sin el doble abandono de su padre y sus ausencias. Por otra parte, se lamenta de la soledad que observa en el instituto, en la universidad y en las empresas por donde pasa al no encontrar a nadie que fuera latino.
Marrón es un testimonio a corazón abierto y sin tapujos donde la autora introduce algo de humor en las anécdotas, a veces dolorosas. Es un viaje oscuro por los recuerdos que tenía enterrados. En él, como dice la propia narradora, suelta todo el equipaje que traía de Lima y de su infancia: maletas no solo cargadas con patatas de su madre, sino también con traumas de su país natal. Al final, emprende un ejercicio para aceptar que puede ser de dos lugares a la vez, para aceptarse a sí misma y para aceptar su propia historia, conmovedora y bien narrada, tanto que se convierte en una de mis lecturas favoritas del año.