«No hay nada que no tenga arreglo», reza el cartel de la ferretería del padre de Ana, la protagonista de Cuando nadie nos nombre (Tusquets, 2023), de Luciana Sousa (Buenos Aires, 1986). Sin embargo, en esta novela, no se arregló el fallecimiento de su padre, ni el cáncer de su madre, ni el carácter de su hermano, que se distanció. Ella también se marchó, diez años atrás, porque quería alejarse de su familia y de sus heridas. Sin embargo, ahora vuelve, cuando el abuelo acaba de fallecer, no hay escuelas por falta de niños, casi todos los adultos se han ido porque las máquinas hacen su trabajo y su propia casa está en venta.
El reencuentro de Ana con su madre y su abuela en el pueblo abre la puerta a los secretos familiares e instaura el silencio entre ellas. La protagonista advierte el paso del tiempo sobre todo aquello que conoció y percibe que, aunque regresemos a nuestro pasado, no podemos recuperarlo todo. La relación con su madre es tensa, por eso se apoya más en la abuela, quien parece tener alzhéimer y no quiere seguir viviendo. Según Ana, la cabeza de su abuela es como el salón de la casa, donde se amontonan objetos arbitrarios que aparecen y desaparecen o como un volcán que despierta después de años.
Ana sabe que ese no es su sitio ni su ciudad. Hay cosas que le gustaría contarle a su madre y a su abuela, pero no lo hace porque hay una barrera entre ellas. «Ana, la historia se hace de olvidos», le dice su madre. La ruptura total del lazo se producirá con la muerte de la abuela, que se prevé próxima. Por eso, Ana piensa que la muerte no es un aprendizaje, sino el final, la única certeza. Y cuando esta llegue, se pregunta qué pasará con esas palabras que forman parte del lenguaje familiar y qué pasará con ellos mismos cuando nadie los nombre, igual que las palabras.
Esta es una historia donde aparentemente no ocurre nada. Es una intromisión del lector, a través del narrador, en la rutina de estas tres mujeres mientras se decide el futuro de la casa y, por ende, de la propia familia. El narrador se introduce en el ambiente y se mimetiza para relatar desde dentro los silencios y la espera del final. Sin embargo, el lector quizás echa en falta algo más que remate la historia.