Envenenadoras (Editorial Alrevés, 2025) presenta, en una edición revisada y aumentada, cuarenta y tres casos reales de mujeres que han envenenado a lo largo de la historia con diferentes métodos y móviles. Marisol Donis es criminóloga, lo que, unido a una vasta documentación, le ha ayudado a confeccionar una obra completa y de lectura asequible de true crime que contiene algunas imágenes y que está dividida en dos partes. En la primera se habla de algunos venenos, sus características y síntomas, y en la segunda están los casos de estas mujeres, que contienen informes de autopsia, periciales y judiciales y donde se exploran los contextos, las razones, las investigaciones policiales y su alcance mediático. Asimismo, estos hechos están ordenados cronológicamente y van desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX y principios del XXI.
Hay que entender que «veneno» y «tóxico», aunque la RAE los presenta como sinónimos, no significan lo mismo, pues hay algo que los diferencia: la intencionalidad. El envenenamiento es un acto donde el asesinato o su intento contienen premeditación, porque quien lo comete ya lo ha pensado y ha provisto el material o la sustancia necesaria. Por tanto, hay alevosía y crueldad. Desde la Antigua Grecia y el Imperio romano, que se conozca, hasta la actualidad, multitud de mujeres han asesinado a sus maridos, amos u otras personas de su entorno con veneno. En la religión, la literatura y la mitología, la mujer ha estado ligada al pecado y la comida, según dice el prólogo. Posteriormente, aparecerían las brujas, que por supuesto eran malvadas, con sus calderos y pócimas. Algunas mujeres envenenaban por supervivencia, en defensa propia o porque habían sido, a su vez, envenenadas por la vida, el patriarcado, el maltrato, las injusticias, las humillaciones, la desesperación…, mientras que otras lo hacían por avaricia, envidia, odio, para cobrar un seguro de vida o por el placer de matar.
El hecho de que sean mujeres las que usen más el veneno no es casualidad. Esto se explica porque históricamente la mujer ha estado relegada a la cocina, y allí tenía a mano sustancias de las que servirse para conseguir sus objetivos. De hecho, los casos presentados en este libro se desarrollan en el hogar. Además, en la antigüedad, el veneno era irrastreable, por lo que se servían de ello para no ser descubiertas, aunque cuando lo eran sufrían diferentes castigos como la lapidación, la hoguera o la guillotina. Según Donis, el 80 % de los asesinos en serie usan el veneno como arma y el 20 % usa otros métodos, y se diferencian las asesinas en serie mujeres de los hombres porque ellas asesinan a personas de su entorno, normalmente, mientras que ellos no suelen tener relación con la víctima. En una parte del libro, se dice: «En 1954, en Estrasburgo (Francia), se celebró la semana internacional de Ciencias Criminales. En una de las ponencias se manifestaba: “El envenenamiento resultó un crimen más frecuente en los medios rurales y tiene carácter familiar. Autor y víctima están siempre unidos por lazos de parentesco. En la mayoría de los casos el culpable es una mujer”».
A algunas mujeres no las desenmascaraban precisamente porque no creían que fueran capaces de hacer algo así; hasta ahí llegaba el machismo. Cómo iba una mujer, normalmente sin gracia, ni dotes de belleza, ni estudios, a ser capaz de asesinar sin dejar rastro. A otras, por el contrario, las acusaban de una muerte en extrañas circunstancias de su entorno por tener «cara de envenenadora». Esto se une a la tradición patriarcal que puso en boga, entre otros, el antropólogo italiano Lombroso cuando dijo: «La mujer delincuente es doblemente anormal: por ser mujer, y por ser delincuente». En uno de los casos, una mujer y su amante varón, como cómplice, envenenaron al marido de ella y el abogado defensor de este amante lo defendió argumentando que si su cliente hubiera querido matar al fallecido, no habría empleado veneno, sino otro procedimiento, «porque el veneno no es arma propia de hombres».
En estas páginas no hay dos historias iguales, aunque los venenos utilizados por algunas de estas mujeres coincidan. Estas sustancias van desde aquellas que se consumen por vía oral hasta las de vía cutánea, como el maquillaje; desde las puntas de alfiler machacadas en un mortero hasta la cicuta o el opio, del que se dice: «No existe una sustancia más célebre, no solo por su antigüedad, sino por sus efectos». «Las primeras causas de enfermedad que lograron explicarse científicamente fueron los venenos», según este libro. Uno de los grandes avances en la historia de los venenos fue dejar de buscarlos solo en los estómagos o intestinos de los envenenados y empezar a hacerlo también en otros órganos como el cerebro o el hígado. «Todo es veneno, nada es veneno, depende de la dosis», decía Paracelso. Sin embargo, además de la dosis, influyen la sensibilización y tolerancia de cada persona a dicho veneno.
En la antigüedad, los médicos, curanderos y boticarios tenían más facilidad que el resto para acceder a ciertas sustancias tóxicas y por tanto podían usarlas o distribuirlas sin levantar sospechas. Algunos de estos venenos se usaron en la Edad Media con fines judiciales, como es el caso del digital o dedalera, que se daba de beber a los acusados y, si sobrevivían, se consideraban inocentes, aunque era más probable que esto se produjera porque la dosis fuera baja o por la resistencia del receptor, lo que demuestra la arbitrariedad en estos casos. «Se puede decir que el arsénico es el veneno más mortífero y tristemente famoso que ha tenido la humanidad», se dice, pero tiene inconvenientes, como su difícil administración, ya que su forma física y su sabor lo delatan. Sin embargo, esto no ha impedido que haya sido uno de los más usados. En cuanto al cianuro, depende de la tolerancia de cada persona, pero se calcula que unas sesenta almendras amargas podrían matar a un adulto y que una persona envenenada con cianuro puede salvarse si padece gastritis, ya que esta sustancia necesita mezclarse con los jugos gástricos para tener efecto.
Otra sustancia muy usada para envenenar ha sido la insulina. Por increíble que parezca, tiene sentido, pues en dosis grandes puede ser mortal. Por otro lado, Juan, uno de los hijos de los Reyes Católicos, murió envenenado al administrarse a sí mismo cantárida, un veneno que servía para potenciar el deseo sexual. Asimismo, hay sustancias que se han usado con más fines suicidas que criminales, como los corrosivos, pues dejan mucho rastro. En la actualidad, claro, como se dice: «Lo más utilizado con fines homicidas son los antipsicóticos, los ansiolíticos, la mezcla de ambos». Aquí también entran en juego otras características del veneno, como si se administra poco a poco en el tiempo, y por tanto se reduce la aparición de síntomas repentinos, o si se administra de una vez.
«No hay crimen perfecto, lo imperfecto es la investigación», se dice. La mujer suele ser la que más envenena, ya que lo prepara «más cuidadosamente que los hombres, es más cautelosa y muchos de sus crímenes no llegan a ser descubiertos, y menos aún probados. Los crímenes femeninos son más insidiosos, más refinados; de ahí su predilección por el veneno». Los envenenamientos son crímenes que requieren tiempo de planificación y astucia y pueden confundirse con muertes por causas naturales o accidentes domésticos. En múltiples casos, quienes investigaban esas muertes súbitas se servían de restos de cadáveres recientes o ya esqueletizados para comprobar si habían sufrido un envenenamiento. Por eso, cuando alguien del entorno del fallecido apremiaba por su cremación, levantaba sospechas por si en realidad quería hacer desaparecer pruebas. Aun así, en un caso aquí mencionado, detectaron la presencia de un veneno en las cenizas de un cadáver incinerado. Por tanto, se trataba de un veneno resistente al fuego.
Entre los casos de las envenenadoras más famosas se encuentra Hélène Jégado, que entre 1833 y 1851 envenenó a 37 personas, o aquella célebre envenenadora que tenía como clienta a una de las amantes del rey Luis XIV. Algunas de las envenenadoras que aparecen en este libro pueden considerarse asesinas en serie, como Mary Ann Cotton, considerada la primera de Reino Unido, pues asesinó a cuatro maridos, once hijos, su madre y dos amantes y no fue sospechosa hasta veinte años después del primero de ellos. Hay una mujer que, en 1654, mientras trabajaba de sirvienta, fue acusada por envenenar a los amos a los que servía y luego se demostró que había cometido al menos 47 asesinatos por envenenamiento. La española Pilar Prades fue la última mujer condenada a garrote en España, en 1959, y su caso tuvo una gran repercusión. De hecho, muchos de los casos presentados en este libro remiten a mujeres españolas, por la cercanía, supongo, pero también aparecen muchas francesas.
Cabe destacar el célebre caso de las envenenadoras húngaras que entre 1914 y 1930 acabaron con la vida de 300 personas, según se calcula. O la historia de Piedad Martínez del Águila, donde cobran importancia el móvil y las implicaciones que hay detrás de su caso. Por otra parte, la película El verdugo de Berlanga está inspirada en la historia de una mujer condenada precisamente por envenenar a mujeres en la casa donde sirve. También se dice, sobre el presidente del Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo: «La frecuencia con que se cometían crímenes análogos le imposibilitaba para solicitar de la reina el perdón» ante tanta petición de indulto y la abundancia de crímenes cometidos por envenenamiento. En ocasiones, estos crímenes también tenían un móvil pasional, sexual o de enamoramiento ciego, lo que demuestra lo que es capaz de hacer y manipular el amor.
En la primera parte de Envenenadoras, la autora habla sobre la identificación de los venenos en el cuerpo según diferentes características con tecnicismos sobre procedimientos legales, médicos y forenses, lo que supone la parte más farragosa del libro, pero necesaria, antes de entrar en materia más interesante. Pese a ello, este libro es de obligada lectura para los interesados en casos reales de crímenes, en este caso con método, el veneno, que requiere maña y sutileza.