Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, en concreto nuestro cerebro. Aunque parezca un tópico, es así. Esa enemistad se agudizó en el escritor italiano Giuseppe Berto (1914-1978), que sufrió una depresión como la que narra en El mal oscuro (Altamarea editorial, 2021, con traducción al castellano de Carlos Clavería Laguarda y prólogo de Juan José Millás). Publicado originalmente en 1964, y en España por Seix Barral a principios de los setenta, este libro fue galardonado con los premios Campiello y Viareggio.

Para Ernest Hemingway, según una cita suya que se recoge en la contracubierta, los tres mejores escritores italianos han sido Vittorini, Pavese y Berto. Este último nació y creció en un pueblo cerca de Venecia, se alistó en el ejército fascista, luchó en la segunda guerra mundial y fue capturado por los aliados. En El mal oscuro narra la historia de la depresión y de una neurosis. Tardó dos meses en escribirlo, y lo hizo con estilo libre de puntuación, sin apenas puntos y aparte ni puntos y seguido. Su obra se enmarca dentro del neorrealismo, y usa ese estilo quizás para encontrar algún resquicio de libertad.
En su libro, Berto habla sobre el miedo a vivir, la angustia, la tristeza y la nostalgia que le atenazaron durante gran parte de su vida, sobre todo desde la muerte de su padre. Toda su vida, casi desde antes de nacer, fue una lucha con el padre, como admite el narrador. Divide la relación con su padre en tres fases: desde su nacimiento hasta la mayoría de edad, cuando el padre se erige como figura imponente; desde los 18 años hasta los 38, cuando el hijo es más independiente, y a partir de los 38 años, cuando muere su padre y todo comienza a ir mal.
Berto no narra su historia de forma cronológica. Comienza la narración cuando ingresan a su padre en el hospital. Él, que entonces vive en Roma, vuelve a su pueblo para visitarlo. En su vuelta, el pasado se agarra a él, y ya no lo soltará jamás. Su padre, cuando Berto era un niño, lo llamaba vago, y cuando creció no paró de decirle que acabaría en la cárcel. Por otra parte, sus hermanas, cuando él va a ver al padre enfermo, le reprueban su forma de vivir. Berto explota tras el desprecio que sufre de unos y otros después de haber colaborado tanto en la economía familiar, y explora su relación entre ellos y la depresión.
Después de la enfermedad del padre, introduce su infancia, de la que habla con nostalgia y emoción. A esta parte le seguirán aquellas en las que habla sobre su propia enfermedad, y luego la intensidad de la narración baja cuando relata el embarazo de su mujer, el nacimiento de su hija y temas de trabajo. Al final, vuelve a ascender cuando profundiza en el momento más crudo de su neurosis.
Uno de los temas más importantes del libro es la culpa. Berto sintió mucha presión porque le culpaban de hechos que no dependían de él, y él mismo se sentía culpable de ellos por esa responsabilidad que le imponían. Su padre había sido carabiniere. Él era el primogénito y único hijo varón, así que llevó sobre su espalda toda la responsabilidad sobre estudios, familia, trabajo y éxitos. Alcanzar la gloria no era una obsesión para él, pero se le pasaba por la cabeza después de toda la presión. Así que, pese a todo lo que conseguía, nunca era suficiente.
¿Cómo se mide la relación entre un padre y su hijo? ¿Qué lazos los unen? ¿Cuánto sabemos de nuestros padres? ¿Cuánto daño pueden hacerse mutuamente? Una de las noches que el padre pasa en el hospital, el narrador va a un casino. En la fachada, una frase en latín reza: «Non nobis Domine», que significa «No a nosotros, Señor». ¿Por qué a nosotros?, se pregunta el narrador durante toda la obra. Asimismo, imagina la lucha de su padre con el padre de este, es decir, con su abuelo, y compara la relación que mantiene con su padre con la que tiene con su hija. Una cadena de lazos familiares marcada por cómo las épocas y las costumbres pedagógicas marcan a los futuros ciudadanos.
En su infancia, reconoce, llegó a avergonzarse de sus orígenes humildes. Fue una etapa en la que soportó el dolor de barriga, y también el dolor existencial. Calló, tragó y se reprimió, como le enseñó la férrea educación religiosa y del pecado. Berto es víctima de una época, como su padre, y de sus tradiciones y su disciplina. El propio narrador reconoce que se hizo mayor cuando lo internaron porque sintió una tristeza «que un niño que sigue siendo niño no puede soportar». La adolescencia no fue mejor, ya que sufrió una gran desazón. Es difícil sobrevivir a esa etapa, quedar cuerdo y que esta no te convierta en un adulto melancólico.
Uno de los problemas de la depresión es la imposibilidad de localizar el mal. El narrador se queja de estar luchando contra nebulosas. Una depresión no es tangible, por eso pide que se materialice y tome forma. Berto fue a un psicoanalista para que le ayudara y analizara su situación, y a partir de esa experiencia su forma de escribir cambió y se hizo más libre.
En esta obra se tratan otros temas como la vulnerabilidad del ser humano, los estigmas hacia la salud mental y las inseguridades. El narrador padece agotamiento nervioso, debido al cual llora de forma repentina. Sufre claustrofobia, ataques de ansiedad y un mal oscuro que va y viene. Tiene terror al fracaso y a estar solo cuando ese mal llega. Padece «enfermedades combinadas», como él dice. Ve el mundo como algo hostil y se plantea preguntas existenciales sobre la vida y la muerte.
El escritor italiano habla de su depresión en el contexto de la posguerra, cuando se estaba reconstruyendo Europa. La lectura de su libro requiere esfuerzo porque el texto está abigarrado durante casi quinientas páginas. Sin apenas signos de puntuación, el lector se asfixia. Además, la historia invita a ello por la agilidad con la que se suceden los pensamientos en la mente del escritor. De hecho, El mal oscuro es un psicoanálisis en sí mismo, y el libro está escrito de la misma forma en que se habla.
La escritura de Berto durante todo el libro, aunque en algunas partes introduce humor, es descorazonadora. De la presión a la depresión, el escritor italiano hizo un libro que no es fácil y que no es para todos los estómagos, pero hay que reconocerle el mérito del desnudo valiente. Escribe de forma abrupta, al natural, como una forma de memoria verbalizada. Esta historia permite conocer mejor cómo sufre una persona con depresión. Tenemos que agradecerle a Berto la honestidad imprimida en este libro, independientemente de hasta dónde llegue esta y hasta dónde la ficción.