Hace unas semanas fue mi cumpleaños, celebre, irónicamente, mis 22, y en un ejercicio de introspección y vista hacia atrás, fui apartando varios hechos que me han ido sucediendo en todos mis aniversarios y de los cuales finalmente he tenido conciencia en este vigésimo segundo. Unas ideas que se van reforzando y pesando más cada año.
Pensamientos que por un lado van desde la fachada mas positiva, las personas que me han acompañado todo este tiempo, familia, amigos, parejas, que me han dado un camino siempre plagado de calidad humana y social, y una juventud en general feliz, y de otro lado la mirada más absolutamente pesimista, que parece ser la cara más fácil de sacar a la luz por cualquiera.
Tengo 22, estoy aun en la flor de la vida, pero me acerco a la edad de tener que empezar a preocuparme por cosas que suenan tan vitales como el trabajo, el dinero, el lugar, el amor, y en general en la visión del futuro que pretendo o que ambiciono tener el resto de mi vida.
Aquí surgen problemas como el pensar, me estoy acercando a ese muro infranqueable y todavía no sé bien a donde ir, cuando tanta gente parece tenerlo claro. Estoy encaminado a algo que no sé a dónde me va a llevar y las inseguridades que me genera el mundo exterior y yo mismo, pueden hacerme fracasar. Precisamente este miedo a caer es el que mas pavor parece dar a nuestras juventudes, el temor a no cumplir las expectativas ya no solo que la gente tiene de ti, sino las tuyas propias. Siempre nos quedara agarrarnos a la típica frase de ‘’en la escuela no te preparan para el fracaso’’.
Estos 22 años son el comienzo de la etapa, donde una persona empieza a forjarse como lo que será hasta que llegue a la caja de pino. Una edad en la si bien tienes la mente y el cuerpo para seguir recorriéndote medio país e ir a un festival de 5 días en las peores condiciones, también la tienes para pensar que tus padres no siempre te van a costear eso, y que hay que buscar un trabajo para seguir haciéndolo.
A que te dedicaras, con quién, y donde vivirás y todos los superfluos detalles que, de puertas a fuera, son al fin y al cabo la imagen que proyectas. Pero no solo hablo de eso, sino de un pensamiento más personal que tiene que ver con él, que, y como quiero ser, no quiero acabar como esa persona o incluso quiero vivir ese estilo. Es cuando también te das cuenta, de que esos sueños grandilocuentes de ser un gran artista, un deportista de élite, un magistrado del tribunal supremo o el mismísimo Willy Fog, se van desvaneciendo, ya que es inevitable pensar el que si a esa edad no has conseguido algún logro en ese campo que te arroje luz, ese sueño nunca llegara.
Obviamente esto es una mentalidad muy derrotista y una burda excusa para no seguir intentándolo, ya que confronta de cara con numerosos personajes que han llegado al éxito que perseguían a una tardía edad, sino que se lo cuenten a Bukowski. Es normal que la irrefrenable cuenta atrás del tiempo muchas veces nuble esa visión ambiciosa y un poco romántica que te ayuda a seguir adelante.
Quizá todo esto sea fruto de la típica crisis o berrinche propios de un niñato Peter Pan que se está haciendo mayor y no quiere crecer, pero lo cierto es que creo que a todo el mundo se le ha pasado, aunque sea una vez, esta pesimista idea por la mente. En contraposición a esto, puede que seas el tipo de persona que prefiere no pensar tanto en como estará el mañana, sino en el futuro inmediato del como estará el finde semana.
En cualquier caso, el fantasma del futuro siempre esta presente sobre tu cabeza, como una losa de cemento que va cayendo con un temporizador. Si los 22 te parecen una edad temprana para empezar a pensar en esto, ya te llegará a los 25 o a los 30, pero ten por seguro que llegará.
El futuro es una ciencia que no podemos controlar, y el ser humano es un ente que esta obsesionado con dominar cualquier situación, y al cual le agobia y le pierde todo aquello que sale de su manejo o entendimiento. Somos curiosos, por lo tanto, pensar en cómo vamos a agarrar a nuestro yo del mañana, es una filosofía de estar muy cuerdo.