‘Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo’: retrato de un exceso

Steve Carell y Timothée Chalamet protagonizan un filme sin profundidad y que consigue ser una sucesión de imágenes sin conexión alguna.
Fotograma de 'Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo' / FilmAffinity

Hay largometrajes excelentes sobre la adicción a las drogas, como Diario de un rebelde, pero este resulta ser un subgénero muy delicado y verdaderamente difícil de llevar a cabo sin excederse de algún modo. Es inevitable que el realizador se haga preguntas como qué se puede contar, hasta dónde y cómo se debe abordar para no caer en lo emocional ni en lo sensacionalista. En Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo, el belga Felix Van Groeningen, director de la maravillosa Alabama Monroe, se aleja en su primera película americana de la crónica distanciada para ofrecer un relato íntimo de los hechos con Steve Carell y Timothée Chalamet como protagonistas. Para ello, el cineasta se ha basado en los textos de Nic y David Sheff, sobre sus experiencias en el infierno de la toxicomanía y de la paternidad infortunada.

En Alabama Monroe, Van Groeningen demostró un absoluto dominio relatando los dramas humanos, por lo que tenía todas las papeletas para que su último trabajo funcionase a la perfección. Con las vivencias, el dolor y la delicadeza en primer término, el director cuenta la relación entre un padre y su hijo, adicto a la metanfetamina, utilizando una estructura narrativa que consiste en saltar en el espacio y en el tiempo a través de continuas rupturas de la secuencia insertando escenas del pasado o diálogos con voz en off incrustándose en la imagen del presente. Esto no se ha hecho al azar, sino que pretende servir como metáfora a lo que se está retratando, puesto que en el mundo de las drogas no hay un marco definido, sino que se desarrolla a través de un círculo vicioso donde la ansiedad siempre regresa y donde uno nunca se ha acabado de curar del todo. Desgraciadamente, este recurso fracasa estrepitosamente debido a que la forma de construir las escenas resulta confusa ya que, si los flashes basados en desencadenantes emocionales que nos llevan a recuerdos concretos se usan mal, puede entorpecer al enredar la narración de manera innecesaria.

Entre Alabama Monroe y Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo hay muchas más similitudes argumentales de las que parecen. Ambas tratan sobre el vértigo de las familias al límite y, mientras que en la primera era el cáncer de la hija lo que dejaba a los padres agotados, en esta es la adicción a las drogas del hijo lo que hace que el progenitor cambie de actitud. No obstante, si en el film realizado en 2012 todo funcionaba bien, en esta los excesos acaban por cargarse el conjunto.

Beautiful Boy — Velv
Fotograma de ‘Beautiful Boy’ / Filmaffinity

Timothée Chalamet demostró en Call me by your name ser una gran promesa del mundo de la interpretación, y Steve Carell, quien durante diez años fue conocido exclusivamente por sus trabajos de comedia, ya nos ha regalado varias muestras para no poner en duda su talento. Sin embargo, ambos están descolocados en esta cinta. Mientras que Chalamet está desbocado y demasiado frenético, con una sobredosis actoral y con una forma poco memorable de retratar la autoflagelación emocional a la que se somete su personaje al ver que es incapaz de deshacerse de las drogas, Carell transmite una gran cantidad de sensaciones poco creíbles, una sobriedad y una introversión que no le sientan nada bien.

Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo pretende estilizar sus momentos más trágicos para hacerlos bonitos y bellos, algo que no dota de verosimilitud al relato. Si la idea es concienciar del peligro de la droga y de chutarse metanfetamina, no tiene ningún sentido usar recursos que puedan confundir al espectador al entender que se está presentando como si fuera algo atractivo, cuando se supone que su intención es la contraria.

La música en primer plano mal entendida

Uno de los elementos más tediosos de la cinta de Van Groeningen es su música en primer plano, lo que hace que sea una obra muy poco sutil. Este es un recurso que se utiliza cada vez más en las series y que, en este caso, se ha usado en Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo de una manera excesiva y exagerada para así subrayar el llanto. Cada cierto tiempo se suspende la narración para ofrecer una especie de videoclip con una sucesión de imágenes que no se entienden en absoluto, aportando un carácter tremendamente sensacionalista y que, en lugar de servir para meter al espectador en situación, lo aparta de un manotazo, siendo muy poco efectivo y sacándolo totalmente de la pantalla, teniendo la sensación de que está viendo el último clip de Lady Gaga. Esto resulta especialmente innecesario en los minutos finales de metraje al adueñarse una banda sonora de unos molestos cantos celestiales cuando lo que se pedía era mucho silencio.

Las subidas anímicas y los derrumbes del hijo y de un padre que, en un primer momento, no quiere aceptar su destrucción, es un tema que da mucho juego y con el que Van Groeningen acierta en alguna de sus partes, como la de convertir la obsesión de ese progenitor por salvar la vida del joven en otra adicción que viaja en paralelo a la del chaval y que llena a la historia de matices, viéndose una evolución en el personaje de Carell. Es por esto por lo que hubiese sido más interesante centrar el relato en esto último y dejar a un segundo plano la obsesión con las drogas del adolescente. También cuenta con mucho gancho la aparición de las figuras maternas que encarnan Maura Tierney y Amy Ryan, por lo que es fallido que deposite todos sus esfuerzos en mostrar la caída a los infiernos del joven mientras que relata, de forma separada y secundaria, la desesperación de un padre por saber cómo puede ayudar a su hijo. Esta falta de unidad es lo que ocasiona que, en la mayor parte de su metraje, dé la sensación de que estamos viendo dos films distintos y que uno es mucho más interesante que el otro.

El problema de la cinta no es el material del que dispone, sino su planteamiento. Está tan preocupada por intentar emocionar al espectador a toda costa que se olvida de dar explicaciones o plantear soluciones. Su historia monótona no da la oportunidad de conectar con el viaje emocional de la familia protagonista. Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo acaba convirtiéndose una experiencia totalmente frustrante que, en sus 111 minutos, no termina de alcanzar el potencial de su punto de partida y no funciona ya que no se atreve a ir al grano y pretende hacer la película definitiva sobre la adicción, algo muy pretencioso y que, por si no lo sabía Von Groeningen, siempre es un completo error.

Valoración: 2/5

Lo mejor: Los personajes de Maura Tierney y Amy Ryan como figuras maternas

Lo peor: Que está demasiado preocupada en querer emocionar al espectador que se olvida de todo lo demás

https://www.youtube.com/watch?v=pK-5iJBZGJ4

 

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