Crítica de ‘A la deriva’

Por Alberto Sánchez

El inmenso océano.

Algo tiene el mar para impresionarnos tanto, para despertar en nosotros ese sentimiento de admiración y respeto, sobretodo respeto, si eres una persona con sentido común.

Todos los que hemos visto el mar en persona sabemos lo que es. Te hipnotiza, te deja clavado observando su inmensidad. Y eso es lo que transmite a la perfección esta película, la inmensidad y también el peligro del océano, su lado más salvaje. Shailene Woodley interpreta a Tami, una viajera que se encuentra en Haití trabajando en los puertos, allí conoce a Richard, interpretado por Sam Clafin, un solitario marino inglés.

La película está construida en base a un montaje paralelo que intercala los momentos previos a la catástrofe y los momentos de y durante la catástrofe Un sistema que hemos visto mil veces pero que en esta película funciona muy bien. Poco a poco iremos sabiendo como y por qué los protagonistas han llegado hasta allí. Decir también que es una historia real.

Dicen los manuales de guion, por lo menos los que yo he leído, que conseguir empatizar con los personajes es lo más importante, entre otras cosas. En esta película tardé en hacerlo, pues el primer acto es tedioso, sobretodo las partes en las que se conocen. Pero el guion, y en gran parte la actuación de ella, acabé empatizando con ellos he incluso emocionándome con el final, resuelto con una secuencia de montaje preciosa.

La dirección de Baltasar Kormákur es solvente, al igual que la fotografía. No destacan ni por lo bueno ni por lo malo. Lo que si que destaca es el sobresaliente apartado sonoro, que te introduce en el mar y en el crujir de la madera del barco con una claridad y violencia abrumadoras.

Lo mejor: El apartado sonoro y la secuencia final.

Lo peor: El aburrido inicio y el romance falto de carisma.

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