Por Elena Luque
El director austriaco, con este filme y haciendo una autoparodia de su propio cine, nos lleva ante la vida de una familia de la burguesía francesa, repartiendo la historia entre todos los personajes, jugando con el público pero hilando todas las tramas de manera deslumbrante.
Desde las primeras escenas de la película, contadas desde la perspectiva de una aplicación de un teléfono móvil, podemos observar tres temas recurrentes durante todo el metraje: la inconformidad, la depresión y, por supuesto, la muerte. Nos cuenta como Eve, tras el intento de suicidio de su madre, se muda a Calais a casa de su padre, un doctor de familia bastante adinerada. Allí conocemos a toda la familia: desde el abuelo que está apunto de cumplir 85 años muy a su pesar, hasta el primo de Eve en el que podemos observar al extremo una personalidad un tanto psicótica y depresiva.
El intento de suicidio de la madre de Eve y un accidente de obra en la empresa de la familia Laurent desatan en nuestros personajes una serie de sentimientos que harán que se vayan cayendo las capas y capas de hipocresía que les rodean, lo problemático que es todo a su alrededor, terminando en el culmen de la locura con una escena difícil de olvidar.
Con esta comedia existencial, dotada de un tono oscuro y satírico y acompañada de planos precisos y bien llevados, Haneke consigue humanizar a la vez que degrada a sus protagonistas, dejando la muerte como la única solución; ya que según van pasando las escenas el filme termina en una espiral de previsibilidad.
Aún así, su tono humorístico y catártico (y una escena de karaoke apoteósica) nos deja anonadados ante esta pieza con la que no querrás perder tiempo ni en pestañear.
Puntuación: 4/5