El amor y el verano parecen dos elementos inseparables. Hay canciones que le cantan al amor de verano y novelas que lo recrean. Vestida de corto (Nórdica, 2020, con traducción de Blanca Gago) es una de ellas, gracias a la cual Marie Gauthier (Annecy, 1977) ganó el Premio Goncourt de Primera Novela en 2019.
Narrada en tercera persona, Vestida de corto está protagonizada por Félix, un joven de catorce años que, en verano, va a un pueblo francés a trabajar. Se hospeda en una casa donde viven un hombre y su hija, Gil, de la que se enamora. Ella es dos años mayor, es más madura e independiente y parece mostrar desdén hacia él. Sin embargo, el amor de verano altera a cualquiera y todo es posible. Además, el trabajo físico que Félix realiza durante todo el verano le forman un cuerpo hercúleo que quizá consiga atraer la atención de Gil.
El verano, el pueblo y la adolescencia son los ingredientes principales de esta historia que no carece de cierto erotismo. Es, asimismo, una novela de aprendizaje donde Félix deja atrás la infancia y avanza hacia la adolescencia. Experimenta nuevas sensaciones, sobre todo sentimentales, y deshace los vínculos para fortalecerse emocionalmente en la distancia y en el desasimiento familiar.
Aunque el ambiente no es tórrido, el verano actúa con énfasis en el pueblo y en la casa, dos elementos con fuerza en la historia. Félix y Gil son dos jóvenes que, pese a convivir y a estar cerca durante ese verano, por sus quehaceres se sienten lejos y no coinciden tanto como Félix quisiera. Ninguno disfruta en realidad del verano, pues Félix realiza trabajos físicos constantes y Gil también trabaja y hace las tareas del hogar.
Cuando coinciden, hay un ambiente silencioso entre ellos, como si se midieran y calcularan el siguiente paso a dar, sobre todo Félix, ya que Gil parece ignorarlo más. El final, además, es previsible. Gauthier lo fabrica para que el lector lo deduzca. No es, por tanto, una novela que contenga misterio ni suspense: se puede prever cómo va a continuar. Lo importante aquí es disfrutar del viaje y de las sensaciones del joven Félix frente a la presencia erótica de Gil.
Gauthier pone el foco en las descripciones y los adjetivos, que inundan las páginas de la novela. Los diálogos, por su parte, son escasos y aislados. Podríamos decir que el letargo del verano es también el letargo de la lectura, que está compuesta por pequeñas píldoras de texto que componen la historia en su totalidad.
La autora no dibuja a una joven estereotipada que vive para lucir su cuerpo y gustar, aunque en cierto modo eso es lo que consigue. Gil extraña su hogar y, al mismo tiempo, anhela irse lejos de allí. Félix, por su parte, espera una señal de ella que le demuestre que el interés es mutuo. La atención que Félix pone en Gil es el eje central de la novela. Además de ellos, tan solo el personaje del padre de Gil tiene desarrollo. La madre de Gil, por ejemplo, no aparece nunca, y la de Félix, solo una vez al principio. Debido a la brevedad de la novela, Gauthier solo pone el foco en ambos jóvenes.
Además, pese a la imagen de la cubierta, en la historia no hay playa y la piscina solo aparece una vez hacia el final. De hecho, lo que tiene más presencia es el río. Destacan las palabras dichas o recitadas que, como un rumor lejano, te transportan lejos de donde estás y más cerca de ese deseo inalcanzable. Uno de los puntos fuertes de la historia es el ambiente que crea en torno a los dos jóvenes y al deseo, sin adornos narrativos ni superficiales. Cuando el frío llegue al corazón, solo el recuerdo del lecho caliente y en compañía lograrán reconfortarlo.