El deseo y la figura de la femme fatale en Vértigo de Hitchcock (1958)

La consagración de Vértigo como una de las cintas más aclamadas y reconocidas de Alfred Hitchcock, uno de los directores más mitificados y detonantes de toda la historia del cine, se debe a su carácter inédito y transgresor no solo a nivel cinematográfico. Supuso una revelación en cuanto a las circunstancias socioculturales del momento.

Se fraguó en un contexto complejo en el que empezaban a entreverse líneas cinematográficas más independientes que intentaban paulatinamente despegarse del empirismo clásico hollywoodense. Hitchcock se incluye dentro de este grupo de cineastas que optaron por otorgar a sus películas un enorme carácter experimental influido y heredado de los diferentes movimientos artísticos de vanguardia europeos, cuyos preceptos e ideales acogieron a modo de sólidas bases y antecedentes. Estos rasgos perfilarían la figura de Hitchcock como un cineasta propiamente manierista.

En cuanto a su propio repertorio cinematográfico, Vértigo se consideró la cinta resonante que desembocó la independencia total del cineasta británico respecto al panorama norteamericano estigmatizado del momento, hasta tal punto que puede apreciarse en el mismo filme la imposibilidad de adoptar una escritura netamente clásica, aunque se mantengan ciertos aspectos propiamente hollywoodenses en su estructura, como el eje narrativo y el encadenamiento argumental, tratados a partir de una perspectiva profundamente personal que altera simultáneamente el orden diegético de la causalidad y la lógica espacio-temporal del discurso narrativo. Lo que provoca precisamente esta ruptura es la subjetividad óptica de Hitchcock denotada en el estudio y psicología de los personajes, que residía en la exclusiva atención a un único individuo.

El deseo, la obsesión, la persecución y la muerte podrían conformar el auténtico núcleo latente y emanante de la película. Se tratan de aspectos que convergen y parten de un análisis y estudio minucioso del comportamiento humano atendiendo y justificándose mediante su lugar y ocupación en la psique de los personajes, y que del mismo modo, dibujan y moldean un auténtico laberinto de enigmas empapados de un cierto misticismo enigmático y recóndito.

La experimentación de Hitchcock no se limita y se reduce únicamente al conocimiento y adaptación de los recursos técnicos y conceptuales de las corrientes artísticas europeas. Del mismo modo, asimila temáticas y auténticos fenómenos iconográficos que surgieron en diferentes movimientos cinematográficos y de los que se sirve, de la misma manera, como una forma de enfatizar su fascinación por las fases y procesos mentales de la raza humana. 

Puede observarse durante toda la trayectoria del director, la presencia de los procesos e incidencias psicológicas como punto de partida argumental e ideológica de sus películas – como por ejemplo Recuerda (1945) o posteriormente con la legendaria cinta Psicosis (1960) – donde tienen cabida todo tipo de traumas, ensoñaciones, obsesiones, recuerdos tormentosos, fobias, intensas emociones y todo el panorama puramente psíquica nutrido y desplegado por los partidarios del movimiento surrealista, principal fuente de interés a partir de la cual Hitchcock conforma su propio material y universo cinematográfico. 

Del mismo modo, todo este artejo se materializa en una figura argumental, que mediante sus acciones y circunstancias determinarán el hilo vital de la película. En esta circunstancia, entra en juego la encarnación del personaje iconográfico de la femme fatale en la figura de Madeleine. 

La mujer fatal supuso una de las temáticas más célebres y recurridas del momento, a partir de su aparición en películas circunscritas dentro del movimiento del expresionismo alemán, de la mano de Perversidad (1945) de Fritz Lang, pionero y propulsor de la aparición de esta figura ligada a una compleja y retorcida psique, que derivará y entrará de lleno en el panorama del cine clásico de Hollywood contando y aplicado a su imperante star system en películas anteriores al auge de Hitchcock, como El halcón maltés (Houston, 1941), Perdición (Wilder, 1944) o El cartero siempre llama dos veces (Garnett, 1946), entre otras. 

Este personaje temático responde a los parámetros característicos del expresionismo alemán junto al gran apego a la muerte intimidante, y sobre todo a la distinción moral entre el bien y el mal, desatando e impregnando a las películas expresionistas de un gran interés psicológico. Del mismo modo, la femme fatale como otras figuras relevantes del imaginario expresionista, a menudo se vincula con otras cuestiones como el doble maléfico o atmósferas sobrenaturales, aspectos fundamentalmente presentes en el estructura fílmica de Vértigo.  Hitchcock moldea perfectamente el personaje de Madeleine impregnándole y dotándole estas particularidades mediante un tratamiento aún más subjetivo. 

El efecto consecuente de Madeleine como femme fatale en Vértigo se aprecia mediante una meticulosa y paulatina evolución del personaje hasta tal punto de que, gracias al giro argumental, denotamos en ella el carácter de mujer fatal gracias al impacto que desata en la historia, y sobre todo, en el protagonista, Scottie, desasiendo de esta manera otras secuelas resultantes a su ardor y significación en la trama y en el estado demente del personaje. 

Por tanto, el primer rasgo detonante de femme fatale que observamos en Madeleine reside en la locura que padece Scottie fruto de su manipulación, que se acentúa gracias a la inconsciencia de la misma. Del mismo modo, se establece un segundo patrón: la mujer fatal supeditada a la innegable e imprescindible presencia de un hombre al que disuadir con sus propias artimañas femeninas. 

En el caso de Hitchcock, el carácter y funcionalidad propios de la mujer fatal son justificados mediante el amor que del mismo modo siente Madeleine por el protagonista. Por tanto, se reduce en una primera instancia los efectos perversos o que podríamos clasificar o atribuir a unas intencionalidades malévolas propias de una villana como tal, estrechando de esta manera los lazos que el cineasta mantiene con la narración clásica. 

Por otro lado, se denotan otros factores que delinean a Madeleine como el estereotipo de la mujer gozante y consciente de su propia seducción y aura usados en beneficio propio contra la ingenuidad masculina, cuyo hombre queda embriagado por sus incitaciones eróticas. En este punto, cabe a destacar, pese a considerarse una película todavía sometida bajo los rígidos parámetros de Hollywood, una clara esencia erótica que se evidencia con la continua presencia del deseo como motor trascendental y dinámico, y por consiguiente, argumental de Scottie. 

Numerosos factores contribuyen a la percepción profundamente sensual que se despierta entre la pareja, fruto de ese deseo predominante y lucrado por la joven.

Cabe a destacar, en primer lugar, la presencia de la cama irrumpida en la escena en la que Madeleine duerme en la casa de Scottie a raíz de su rescate, aspecto que puede parecer aparentemente casual, pero contemplándolo a posteriori, contrae unas connotaciones de puro índole erótico. La chica se visualiza en la cama, elemento convertido en una clara referencia sexual iconográfica, además de verse despojada de su vestimenta anterior, por lo tanto, intuimos que el propio protagonista tuvo que desvestirla. 

Hasta el momento, podría parecer un acontecimiento puramente anecdótico, pero si nos adelantamos al giro narrativo, dotamos a la escena de una significación totalmente distinta, puesto que, lo que podría haber significado un rescate, supone realmente una manipulación consciente por parte de Madeleine, al fingir su condición de poseída y hechizada por un ente místico enigmático y sombrío – de nuevo, el carácter misterioso propio del expresionismo alemán – y su posterior caída al mar.

La premeditación inesperada de los hechos ocurrentes en la narración por parte de la mujer, enfatiza aún más la empatía por el estado demente de Scottie vivido desde el espectador, que posteriormente es conocedor de la verdad, y la actitud falsificadora de Madeleine la sitúa en un plano digno de considerarse una mujer fatal, es este aspecto. 

Hitchcock establece una dicotomía entre este engaño seductor con una profunda concepción del amor-pasión fruto de las leyendas y mitos implorantes durante toda la historia, que responden a un colosal dolor, fruto de la muerte de la amada, lo que conduce a una incomprensible obsesión por el amor perdido; es decir, responde a una imposibilidad por satisfacer ese deseo latente durante toda la película, desatador de la enorme melancolía que envuelve a Scottie, apreciándose una evidente adaptación del mito de Eurídice y Orfeo. Este carácter místico y pasional se remarca con referencias a la cultura española que resultan exóticas e intrigantes.

Este carácter sensual y evocador al deseo llega a su culmen en la escena de la mutación de Judy, la resultante actriz que encarnó a Madeleine. El conocimiento de la inexistencia real del personaje al que persigue la obsesión pesimista y lustrosa de Scottie responde a un verdadero espejismo desde una permanente perspectiva masculina. Su obsesión originaria de las falsas expectativas y episodios vividos con Madeleine, llevan a materializar su ansiado deseo más allá de lo puramente tangible, se recurre a una Madeleine fantasmagórica en la transformación final de Judy que enfatiza la distancia entre el objeto de deseo y el deseador. 

Por otro lado, la candidez del yo masculino del protagonista que queda al servicio de la femme fatale, se justifica de la misma manera mediante el estado de demencia de Scottie, que además, queda reforzada por la preponderante fobia y trauma que impera la película, en líneas de un discurso narrativo hollywoodense. La fragilidad y vulnerabilidad del protagonista en conocimiento de Madeleine y de su amigo, el verdadero villano, lo sitúan en diana ante la incitación seductora que articula la actriz. 

Además, el personaje creado y ficticio de Madeleine responde a una mujer independiente a su marido y poseyente de una embriagadora belleza y juventud, que provoca que el hombre, presentado como una débil víctima, se desmorone ante cualquiera de sus intenciones conscientemente perversas.

Otro aspecto fundamental dentro de la estructura vital de la femme fatale, es el victimismo. Un victimismo que responde, en este caso, a un arrepentimiento y justificación de sus acciones al descubrirse sus engaños respecto a Scottie. 

Finalmente se retrata a Judy como un verdadero peón y emisaria de las perversidades del verdadero villano de la película, prudente y conocedor de los artificios seductores de la actriz para llevar a cabo el plan de asesinar a su verdadera mujer. En conclusión, la actriz responde al patrón de la femme fatale que muere accidentalmente en consecuencia a sus engaños

Del mismo modo, aunque no partiendo del carácter perverso propio de la femme fatale en sí mismo, Judy decide mantener el secreto sin alterar la inconsciencia de Scottie a costa de su propio beneficio, el amor que siente por él y su inherente egoísmo a perderlo pese a haberlo engañado y manipulado. De nuevo, observamos esa articulación y explotación de su propia sexualidad debilitando la masculinidad del hombre, que queda atrapada entre las redes y calumnias de la mujer fatal, pese a querer incluso despojarse de ellas en ciertos momentos al dudar de la moralidad de sus acciones y en función a sus sentimientos por Scottie.

Realmente, el verdadero protagonista ante la presencia de la mujer fatal y sus artimañas es la voz masculina, puesto que se creó para la evasión y distracción del hombre, instaurándose y desatando de esta manera la fantasía y la doble cara varonil. En este caso, Madeleine es una excusa para que Scottie olvidara y se desviara de su propio traumatismo vital que da nombre a la película y que supone el germen circunstancial de la historia.

Otros recursos que Hitchcock utiliza para fortalecer la presencia de la femme fatale como naturaleza en esa figura imaginaria de Madeleine, es la incorporación de otros personajes femeninos opuestos en carácter y cualidades a la protagonista para evidenciar la esencia de la misma. 

Es el caso del personaje de Midge, que se contrapone y define los deseos de Scottie al no ser correspondida por éste debido a su explícita actitud casi maternal. Del mismo modo, este personaje sirve para delimitar en su plenitud los límites que Hitchcock establece entre lo masculino y lo femenino indicándolos metafóricamente mediante una serie de objetos, como el sujetador que diseña Midge frente al bastón que porta Scottie que no se mantiene en vertical, así como la relación que mantienen los dos personajes, una insatisfacción masculina frente a una positividad e independencia por parte de la mujer, que aunque goce de ser dominante de su propia vida, anhela la aspiración al ser deseada por un hombre. 

Por tanto, observamos cómo la saciedad de deseo es la constante reproducida a lo largo de todo el filme, durante diversas situaciones y personajes.

Vértigo se traduce en un perfecto proceso híbrido entre la experimentación y el formato clásico, disponiendo a la melancolía y el deseo como factores detonantes bajo la sombra de la muerte, que se manifiesta mediante dos muertes distintas que disponen al espectador en dos situaciones y significaciones paralelas. La seducción y el engaño por parte de la exposición de la femme fatale unido a un intenso y predominante sentido y carácter erótico que envuelve al film, hacen de Vértigo una de las cintas más míticas y complejas de Hitchcock, suponiendo una auténtica escisión respecto a la predominancia clásica en el que sigue viéndose circunscrito pero denotando simultáneamente su fuerte personalidad y creatividad sin límites.

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