El pájaro como icono de libertad cambia su simbología por la de memoria del pasado. El ave hecho historia familiar y de recuerdos. Así lo encuentra el lector en Suyos eran los pájaros (Errata naturae, 2020, con traducción al castellano de Luisa Gutiérrez Ruiz). Esta novela póstuma de Marja-Liisa Vartio (1924-1966), publicada originalmente en 1967, aborda el amor por la ornitología de un deán y su mujer en una pequeña aldea de Finlandia a principios del siglo XX. Tras el fallecimiento de él, la deana, cuyo nombre es Adele, queda junto a su criada, Alma. Las conversaciones que mantienen entre ellas y con terceros llenan las páginas de esta novela.
Adele es viuda desde hace años, y por eso la autora comienza la historia relatando un importante incendio que sucedió en la rectoría del pueblo años atrás. En el incendio no pereció su marido, un ornitólogo acérrimo, pero sí les obligó a cambiar de residencia. Además, simbolizó un cambio de época en el entorno de la protagonista, la decadencia de la sociedad y la distribución mental de las cenizas del pasado. El incendio lo cambió todo, comenzando por el hogar de Adele y su difunto marido y terminando por su salud mental. Cuando Vartio habla del incendio, el ritmo narrativo es frenético y angustiante, pero en el resto de la historia es acompasado.
Los diálogos inundan la novela porque se trata de eso. El lector descubre el mundo en que viven Adele y Alma a través de sus coloquios. Todo son diálogos. La narración, por su parte, está llena de lirismo y ejerce su influencia como el canto de los pájaros. La naturaleza, en general, afina el relato de las dos mujeres y reduce la desesperación y la enajenación mental. Sus conversaciones irradian la magia de lo natural mezclado con la esencia del ser humano.
En sus diálogos también hay disputas, discusiones, contradicciones, reproches y alguna mirada al pasado, pero de forma suave y, sobre todo, sin artificios lingüísticos. Adele habla de forma activa mientras que Alma opta más por esquivarla y hacer su trabajo, aunque también interviene. El difunto marido de Adele se erige como el Jacob bíblico a partir de un cuadro que hay en la casa, mientras que ella lo hace como Lea, o quizás como Raquel, la segunda esposa de Jacob. O como una mezcla de ambas. A partir de las conversaciones de Adele y Alma se desprende el tema de la diferencia de clases. Aunque Adele no nada en la abundancia económica ni sapiencial, se queja de que Alma no sepa limpiar bien los pájaros disecados ni los cuadros al óleo. También se habla sobre la necesidad impuesta entonces a las mujeres de encontrar marido y de hacerse propiamente mujeres a través del matrimonio.
Se pasean fantasmas por la casa y por las conversaciones de Adele. Se cruzan versiones del pasado y también las habladurías. La religión busca su lugar frente a la naturaleza. La pasión por esta y por los pájaros constituyen todo lo que forma la vida de Adele. Ella es una mujer con sueños de Ave Fénix que, sin embargo, es vista como una rara avis. La relación entre ambas está llena de altibajos, aunque ninguno grave. Luego entra en escena un cisne, que simboliza la belleza, la pureza y el boato, todo aquello que Adele ha perdido y anhela. El cisne disecado es el sueño inalcanzable de dos mujeres desenvueltas y resolutivas que destacan sobre el resto y que en sus conversaciones desvían la mirada a sus respectivos pasados.
En esta novela de Vartio encontramos amor, odio, rencor, codicia, herencias, vejez, verdades, mentiras, naturaleza, envidia y avaricia. Además, también tienen una fuerte presencia el poder separador del dinero, el paso del tiempo —que condena a los bienes a pasar de unas manos a otras—, la compañía, la soledad y el aislamiento. «Mejor malos parientes que ninguno», dice Adele. «¿Sabes que cuando una persona está sola se llena de veneno?», pregunta en otro momento uno de los personajes. La autora crea a lo largo de la historia un halo de nostalgia que hiere en las últimas páginas. Bajo el manto de aparente locura de Adele se esconde un sabio aprendizaje de la vida y de la forma de ser de las personas. Sin embargo, en la Tierra no hay lugar para un pájaro del cielo.