A veces el deseo de escapar de una vida y empezar de cero es más fuerte que cualquier otro sentimiento. Manchas de café (Editorial Quaestio, 2020) es un conjunto de veinticuatro cuentos que remiten a esas decisiones vitales que marcan nuestras vidas. Las historias que recoge este libro tienen un aura de realismo mágico que nos hace plantearnos qué es real y qué no.
Estefanía Muñiz Villa (León, 1974) es una escritora, poeta y guionista leonesa que nos atiende desde Marbella. Ha escrito una oda al tiempo, a los sueños y a la felicidad propia que nos habla sobre el tiempo que se pierde o que no se pierde porque no existe, como dice uno de los personajes de sus cuentos. Este conjunto de relatos alberga historias inspiradoras y emotivas sobre amor y desamor. Relatos de juventud unas veces y doloridas reflexiones de madurez otras, los cuentos de Manchas de café se mueven entre historias verosímiles y otras sobrenaturales, situadas en lugares lejanos, como si se tratara de las leyendas de las mil y una noches.
En ellos no falta nada, pues habla de promesas, de magia, de envidia, de libertad, de feminismo, de la represión que las mujeres sufren y han sufrido y de la rebelión de estas contra al patriarcado. Historias, muchas de ellas, que ponen el foco en los personajes: en sus historias, en sus sentimientos, en sus anhelos y en cómo se desarrollan y evolucionan en un breve espacio de tiempo. La autora cambia de registro cuando se trata de un tipo u otro de historia, alterna la primera y la tercera persona en la narración y emplea descripciones precisas de lugares.
La violencia de género es un tema importante en estos cuentos, donde muchos personajes aprovechan la vida y celebran las nuevas oportunidades que esta les ofrece. Los cuentos de Muñiz Villa huyen del materialismo de la sociedad consumista y artificial actual en favor de los sentimientos puros y las personas honestas. La magia y la inocencia de la infancia se unen con un objetivo común: ser feliz haciendo lo que más te gusta, aunque no sea lo que otros esperan de ti y, por supuesto, dándote igual el qué dirán.
Muñiz Villa leía en su juventud a José Ángel Mañas y su Historias del Kronen, y lo alternaba con Miguel Delibes. Actualmente, lo mismo escucha heavy metal que Mozart, lo que le aporta una amplitud de miras para configurar, así, obras eclécticas, tanto literarias como cinematográficas.
La Comunidad de Madrid premió y publicó su guion del largometraje Vértice en 2008, y actualmente tiene un blog donde publica semblanzas de su vida y que se llama igual que este libro de cuentos. En Nostromo Magazine hemos hablado con Estefanía Muñiz Villa, sin cafés ni manchas de por medio, pero con muchas referencias literarias y cinéfilas, y este ha sido el resultado:
¿Cuándo comenzó tu amor por la lectura y la escritura?
Desde siempre, desde que era muy pequeña. Mis padres se cambiaron mucho de casa y yo hacía una cosa muy peculiar. En cada casa a la que llegaba buscaba un rincón para hacer una biblioteca. Tuve una en una sala de herramientas de un jardín, otra en un hueco de escalera. Siempre he tenido amor por los libros y he sido una niña muy lectora. Clasificaba los libros, les hacía fichas, esto sí que es un amor desde la infancia. No solamente era la lectura, sino el libro como objeto, por eso la digitalización del libro me da pena en parte. Es una democratización, es verdad, pero yo al libro como objeto lo venero.
No sabes lo triste que ha sido para mí desprenderme de algunos ahora que me he mudado a otra casa. No podía traérmelos todos: me los han guardado, otros los he regalado, pero para mí ha sido como cortarme una mano, porque es lo más valioso que tengo aparte de mi hijo. Cada libro marca una época, cada libro tiene unos recuerdos que tú enlazas con él. Ha sido una amputación.
¿Cuándo empezaste a escribir estos relatos?
Estos relatos los empecé a escribir cuando me mudé a la sierra. Me fui allí a vivir y por las noches, cuando mi hijo se acostaba, empecé a escribir cuentos cortos. Plasmaba sensaciones, cosas que había leído, que había encontrado, que me habían comentado. Les tengo mucha envidia a los novelistas porque todavía no he conseguido terminar una novela, creo que es porque vengo de la poesía.
Precisamente, leí que has escrito artículos, poemarios, guiones cinematográficos… ¿y la novela? ¿Va en la misma línea que los cuentos aquí recogidos?
Todavía no la he terminado y me siento frustrada por eso, es como si se me resistiera. Tengo mucho escrito, pero hay un punto en el que estoy bloqueada y a veces me planteo: «¿Seré capaz o solo soy capaz de poesía y cuentos?». Estoy esperando porque creo que es una labor muy orgánica y no quiero forzarla. Tengo parte de la historia, pero no tengo claro el final todavía.
La novela no va en la línea de los relatos, porque estos tienen un punto sobrenatural y absurdo. Creo que la realidad tiene un punto absurdo. La novela se parece más a un guion, surge además en un sitio de mi infancia donde tengo muchos recuerdos, en las montañas de Babia, pero hay un punto en el que tengo un bloqueo absoluto y es el final. Creo que en el final lanzas un mensaje cuando escribes y no tengo nada claro ese mensaje que quiero lanzar. En cada cuento lo he tenido claro, pero siento la responsabilidad de la novela, que es mucha.
¿Te gustan los finales abiertos o cerrados?
Me gustan los finales abiertos, no creo en las verdades absolutas. Me gusta que las personas siempre tengan libertad. De hecho, ese es un tema recurrente en mi poesía: el destino, la libertad, la capacidad de elegir o si todo está escrito. Aunque el final sea abierto, los personajes deben tener unos dilemas morales, y se los plantean en la novela. Porque no es solo una novela que sucede en la naturaleza, sino que realmente los personajes tienen un dilema moral clave y estoy esperando encontrar esa respuesta para poder terminarla. Llevo años con ella.
¿En qué te inspiraste para escribir estos relatos?
Algunas son historias que he escuchado o he leído en periódicos, la mayor parte de ellas están inspiradas en casos reales. Hay muchas historias de mujeres valientes y hay otras que tienen que ver con lo sobrenatural, con lo absurdo, que han sido sacadas de noticias o de cosas que he visto.
¿Qué quieres transmitir en tus cuentos?
En los cuentos nunca pensé transmitir nada, tal vez ese sea el elemento de bloqueo en la novela, el pensar en el lector. En los cuentos nunca pensé en el lector, era algo que me iba saliendo y yo lo iba escribiendo. Al final, el arte no es propaganda, no es un mensaje que tengas claro que quieres enviar, sino que te ayuda a ti a descifrar la vida y la realidad.
¿Cuánto hay de ti en ellos?
Me gustaría que no hubiera nada, pero hay muchísimo. En todo lo que hacemos nos retratamos, desde la ropa que te pones hasta lo que escribes, lo que dices, las historias que cuentas. Entre el autor y la obra hay una diferencia importante, porque la obra te puede encantar y el autor te puede parecer un imbécil integral, pero una parte del autor está en la obra, al menos sus inquietudes, lo que sueña, lo que piensa, lo que le preocupa. No te puedes desligar de la obra.
¿Te ha resultado difícil meterte dentro de tantos personajes diferentes?
La verdad es que no. Creo que se basa en la empatía, en la capacidad de saber escuchar. En saber ver y en ponerte en la piel del otro. Aunque mis inquietudes están retratadas, hay muchas cosas que yo no he vivido, pero trato de comprenderlas. Hay gente que es más empática y más curiosa, sobre todo los escritores. Al final, es la capacidad de intentar investigar otras vidas y otras formas de entender el mundo.
El verdadero reto del escritor es vivir el presente y estar consigo mismo, pero no tener miedo de otras cosas, no sentir lo que sienten otros… eso es un peaje que paga para poder escribir. Lo mismo le pasa a los actores y a los guionistas: la interpretación y la escritura son muy cercanos. Para poder ser auténtico no puedes solamente interpretar o escribir, tienes que sentir.
En tus relatos hay denuncia social y mucha crítica. Hablas por ejemplo de la violencia de género. ¿Qué mensaje quieres transmitir sobre este tema?
Soy abogada y, dentro de la violencia de género, lo que más me preocupa es la violencia psicológica, me parece perversa. He querido mostrarlo en la obra, porque además es un peligro latente que muchas mujeres no detectan. Para poder pegarte primero te tiene que desmontar psicológicamente. Nadie llega y te da una bofetada, es muy lento, es ir desmontando la dignidad de la persona y es mucho más sutil, tanto de probar como de darse cuenta.
Algunas de las mujeres son valientes en los relatos, es decir, se dan cuenta y no vuelven, porque el problema de la violencia de género en muchos casos es que la mujer retira la denuncia o vuelve porque ya está envuelta en esa relación de codependencia. Me acuerdo de cuando vi Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003), y me impactó muchísimo. Es una película que no se te olvida. En la novela también trato eso: el sentimiento de culpa, el maltrato psicológico, la degradación mental de una persona. Películas como Lunas de hiel (Roman Polanski, 1992) me gustan porque retratan esa capacidad del ser humano de manipular a unos niveles brutales.
¿Qué crees que puede empujar a una persona a dejar su vida y marcharse lejos tal y como he visto en algunos de tus relatos?
Creo que las mujeres somos más proclives a hacer algo así. De hecho, esto ha quedado patente en libros como Ana Karenina, de Leon Tolstoi, o Carta de una desconocida, de Stefan Zweig. Son libros que explican perfectamente cómo una mujer es capaz de dejarlo todo por alguien, por una pasión, por un amor… En general, casi todo lo que hacemos tiene detrás un motivo que es el miedo a morir, el miedo a hacerse viejos, y mientras no te das cuenta vas a ciegas. El miedo a la muerte es lo que nos impulsa a querer sentirnos vivos todo el tiempo.
También hay una ausencia de valores importante en el caso de que las cosas vayan bien en tu vida. Una película que me gusta mucho en ese sentido es Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). Es una película muy romántica, pero la protagonista tiene la tentación de dejarlo todo y marcharse con ese hombre que es fotógrafo y empezar una vida diferente. La conclusión a la que llega es: «Lo que yo siento ahora por este hombre se va a transformar en lo que siento ahora por mi marido. Entonces, ¿qué quiero realmente?». Es una cosa que cada uno elige en la vida, si prefieres ir de aventura en aventura o quedarte en un sitio. El tiempo pasa, te haces mayor y hay un riesgo que es la soledad.
He visto que tus referencias literarias son Gabriel García Márquez y La metamorfosis de Kafka. ¿Qué significan para ti?
García Márquez me parece un poeta. Parece que narra, pero es un poeta. Capta todo el mundo invisible y tiene muchas influencias porque se ve que ha bebido de muchas fuentes distintas. Me siento muchas veces identificada con personajes suyos. He leído sus cuentos y me encantan. Creo en el realismo mágico, en la magia, en las señales, en todas esas cosas que Gabo maneja en sus cuentos y en sus novelas.
La metamorfosis se le parece porque hay un hilo conductor entre esa obra y Gabo. La metamorfosis es una metáfora brutal. Tiene ese punto más hiriente, pero al final lo que transmite es lo mismo: cualquiera en cualquier momento puede ser prescindible porque se transforma en otra cosa y ya no es lo que era, pero Gabo tiene una poesía diferente. Es como comparar a Terrence Malick con Lars von Trier. Este utiliza la magia para lo más feo, para la basura y las sombras del ser humano, mientras que Malick es todo lo contrario, es un poeta de la luz, pues lo mismo pasa entre Gabo y Kafka.
Para terminar, Muñiz Villa nos habla de los libros que ha leído recientemente. Lectora fiel de Milan Kundera, reconoce que ahora está leyendo libros que se acercan mucho a la naturaleza de distintas maneras. Solo, de Richard Byrd, es un ejemplo y Nadie con los terneros, de Alina Herbing, es otro de esos libros. Además, hace poco vio Hacia rutas salvajes (Sean Penn, 2008) y le parece que está inspirada en un libro que ella adora: Walden, de Henry David Thoreau. A Muñiz Villa le apasiona ese tipo de literatura, nos confiesa al final, porque le gustaría ir más a su tierra: a León, a Rabanal de Luna… Los libros vuelven a demostrar que, muchas veces, son la mejor forma de volver a casa cuando se está lejos.